martes, 7 de junio de 2011

Antonia








Las tardes lluviosas le recordaban a Diana todas las historias que le contaba su abuela Antonia. El aroma a leche tibia estaba irremediablemente anclado a estos pensamientos, además de los dolores terribles en las piernas a causa de la herencia y de la probable fiebre reumática que aún no se le diagnosticaba a la pequeña niña, pero que en esos días húmedos y fríos le arrancaban muchas lágrimas y sudores delirantes.


-Ven Dianita, te contaré acerca del Señor Couttolenc – le decía Antonia, con su voz dulce y serena. La niña estaba asombrada por la cantidad impresionante de cosas que se sabía aquella mujer de cabello corto, quien por cierto, siempre lo había llevado así, aunque Diana había visto en alguna ocasión un álbum de fotos donde lo tenía muy largo.

-Abuela, ¿quién es ese señor?, ¿fue tu amigo?
-No mi niña, era un hombre malo y muy rico de Ciudad Serdán o Tlachichuca.
-¿Y dónde está ese lugar?
-A pues mira, está cerca de donde yo nací. ¿Te acuerdas de la historia de Suapan?, de aquella vez que tome el autobús de Puebla pensando que llegaría con luz a mi casa pero que el camión que me llevaría no pasaba. ¡Ay hijita!, si uno cuando es joven hace muchas tonterías. Me arriesgue a caminar por entre los cascos de haciendas olvidadas pensando que no estaba lejos.
-¡Si abuela, ya me acorde! Y que un señor viejito te salió por entre los árboles y que te ayudó a cargar tu canasta hasta que las luces del camión se acercaron, tú le dijiste que se subiera ya que le pagarías el pasaje.
-Ese mismo, pero él no quiso, me dio mi canasta y me pidió que nunca volviera hacer eso, ya que mientras empieza a meterse el sol, la noche se hace más pesada y peligrosa, sobre todo por ese lugar donde estaba el Jalapasquillo.



Diana recordaba tan bien los diálogos que se sentía de 10 años otra vez. Miraba las gotas de lluvia resbalar por su ventana abierta. El aroma a tierra mojada de las macetas, herencia de su abuela, la colocaban cerca de su pecho que olía a jabón y perfume. Aroma sedante, aroma de paz.



-Abuelita y ese señor Cuat… Qué nombre tan raro, ¿porque era malo?- insistía Diana.
-Cuando yo era pequeña, mi mamá Ricardita nos contaba que ella lo había conocido. Eran aquellos tiempos donde las haciendas eran lo mejor, la gente trabajaba ahí sembrando y cosechando, había unas tiendas llamadas de raya, donde los obligaban a comprar y muchas veces tenían unas deudas que no podían pagar nunca.  Este señor, era un francés que había llegado a vivir a la hacienda.
-Si mujer, los más viejos decían, que se las había ganado a los antiguos dueños en un juego de cartas. Si ese franchute era un viejo cabrón- intervenía de pronto el abuelo Jesús.
-¡Cállate!  No digas esas cosas delante de la niña, ¡boca de mento!- refunfuñaba la abuela. A Diana le daba risa porque él, siendo un hombre macho y gruñón solamente sonreía cuando su Antonia le llamaba “mento”. La niña, se enteró después que así se llamaba otro personaje de Tlachichuca que tenía lenguaje de carretonero.
-¿Por qué era cabrón abuelo?- lanzaba la pregunta entre valiente y temerosa. El abuelo solo emitía un sonido que se parecía a un eructo. Ignorándola el abuelo continuaba
-Pues porque al dueño de la otra hacienda, le habían advertido que no jugara contra Couttolenc, pero como todo gran pendejo y además briago, se le hizo fácil y perdió todo lo que llevaba, así que le apostó la hacienda. El francés le dijo “está bien, pero si te gano no podrás sacar nada o te mato”.  Dicen los que saben, que el dueño, después de haber dicho que sí, mando a sus peones por las escrituras y a que sus mujeres estuvieran prevenidas. E hizo bien, porque desde esa noche el nuevo dueño tomo posesión de su hacienda.
-Sí que era malo- decía la niña con sus ojos grandes muy abiertos.
-Ya deja de hablar y dame de tragar mujer que tengo hambre- gruñía don Jesús.

En ese momento la abuela se paraba e iba como rayo a la cocina, le guiñaba un ojo a Diana que se había quedado sentada en el descanso de la escalera. -¡Abuela!- le gritaba inútilmente, pues bien sabía que la historia no continuaría hasta que el abuelo estuviera sentado en la sala viendo la televisión o sacando las cuentas del viaje. Mientras,  la niña aprovechaba el descuido para salir a jugar con los niños de la calle a las escondidillas, a las metitas con los carritos que les ganaba en las canicas. Su madre le gritaba poco rato después para que se metiera a la casa, pues el frío y la lluvia amenazaban su existencia con aquellos dolores en las piernas que le impedían, en ocasiones, hacer una vida como cualquier niña.

La sala había quedado vacía, solo estaba la abuela que rezaba sus interminables oraciones nocturnas. –Abuelita, ¿qué más pasó con ese señor?- le decía dulcemente mientras le jalaba la blusa verde esmeralda que tanto le gustaba. –Déjame terminar de rezar, dios te salve maría…cuida a mi esposo, a mis hijos, a mis nietos…- suspiraba --y a mis plantas….dios te salve maría…amén-- decía en voz baja Diana ocultando la risa y cuidando que la abuelita no la escuchara porque si no la regañaría. Apagaban las veladoras, solo quedaba prendida la lámpara de aceite que aún hasta la fecha sigue ardiendo y alumbrando el camino de todos los que se adelantaron.

-Haber, haber ¿en qué me quedé? Jugaba Antonia para ver las caras de enojo, confusión y desesperación que ponía su nieta.
-¡Ya abuela, no juegues! O nunca más escuchare tus historias- sentenciaba furiosa mientras cruzaba los brazos.
-Está bien, no te enojes. Pues el señor Couttolenc después de que se hizo dueño de la hacienda se volvió el terror de  todos los peones y la gente del pueblo. Contaban, que aquellos que lo desobedecían, eran castigados y curiosamente, nadie los volvía a ver. Mi hermano Abundio me contó que este señor tenía pacto con el demonio, que en las noches recortaba monedas de papel y un gato las transformaba en oro.
-Eso no es cierto. El papel no se convierte.
-Oh bueno, no me creas, pero un día, el hacendado,  que también era dueño del Jalapasquillo, mando a uno de sus peones por una caja a ese lugar. Le dijo que no la abriera y que ni se atreviera a desobedecerlo porque lo sabría. El peón se fue al caer la tarde, recogió la caja, la puso en ancas de su caballo jovero y se dirigió a Tlachichuca. En el camino se puso a rezar el Alabado como era costumbre en esos tiempos. De pronto, el caballo empezó a relinchar muy feo, el peón no entendía porque, trataba de controlar al caballo pero eso era imposible. Se detuvo junto a un pozo y bajó la caja que llevaba, esta se había tornado pesada y solo alcanzó a…
-¡Antonia, vente a dormir!- gritaba desde el segundo piso el abuelo que ya estaba más molesto que nunca, pues los otros primos avecindados en la misma casa hacían mucho ruido.
-No abuelita, no te vayas, termíname de contar, anda ¿sí?- suplicaba Diana con una carita de ternura que era imposible negarse. Un beso en su frente era depositado, un abrazo rápido y la abuela continuaba.
-Bajó la caja, bueno, en realidad la aventó porque pesaba mucho. Tenía curiosidad por saber que se escondía ahí. Pero al mismo tiempo recordaba las palabras de su patrón. Sin embargo, algo en su interior, le decía, “anda, vamos, ábrela, él no tiene por qué enterarse” era tanta la curiosidad que finalmente la abrió. Y ¿Qué crees que había?
-Dime abuela, dime por favor.
-Un gato negro saltó de la caja, se erizaba, maullaba de un modo extraño y malvado alrededor del peón, el caballo también se inquietaba y tiraba coces. El muchacho se santiguaba tratando de atraparlo de nuevo para meterlo a su caja, pero el gato corría. Desesperado, el peón cambió los rezos por chingados y fue así como logró encerrarlo de nuevo.
-¡Antonia!- otra vez la voz desde la habitación.
-No le hagas caso abuelita, y después- Diana la tomaba de la mano como si eso le impidiera irse.
-El peón llegó muy asustado, todo blanco y sediento a la hacienda. Le entregó la caja al administrador porque el señor Couttolenc ya estaba encerrado en su despacho. Pero al día siguiente lo mandó llamar preguntándole ¿por qué había abierto la caja? El muchacho no sabía que responder pues nadie lo había visto. No se atrevía a decirle nada pues ese hacendado tenía mirada de fuego y una voz tan tenebrosa que asustaba hasta al más valiente. “Serás castigado” le dijo secamente, nadie sabía a qué se refería ese castigo, pero se contaba que tenía un corral de marranos que se comía a la gente. Pero todo lo pagó cuando murió, pues dicen que fue tan malo que ni la tierra lo quería recibir.
-¿Y se lo comieron? ¿Cómo no lo iba a recibir la tierra?- le preguntaba ansiosa la chiquilla.
-¡Antonia, que te subas, es la última vez que te hablo!- vociferaba don Jesús aún más enojado.
-Eso mi niña, te lo contaré mañana, ahora es tiempo de irnos a dormir, que descanses- decía Antonia mientras apagaba las luces y subía despacito por las escaleras.


La silueta de esa mujer a la que tanto quería se difuminaba en sus recuerdos. El aroma de la leche regresaba y las gotas de lluvia arreciaban. Diana se acercó a la ventana y cerró las cortinas.
-Mamá, eso de los marranos no es cierto- le decía su hija.
-Oh bueno, no me creas- parafraseando a su abuela.
-Entonces ¿qué más pasó?
-Eso mi niña, te lo contaré mañana. Ahora duérmete.


Una sonrisa se pintaba en ambos rostros, las luces se apagaban, un eco en su memoria le recordaba que definitivamente hay cosas que nadie te puede dar y otras que nadie te puede quitar, y eso, eran aquellas historias fantásticas: del aparecido de Suapan, del revolucionario que negó a su madre delante del General, del señor Couttolenc y de aquellos viajes en tráiler que hizo con su adorado pero gruñón don Jesús. Todas con el motivo de curar un raspón, de aliviar un dolor reumático y ahora...ahora los cuentos para dormir de los bisnietos de Antonia.


 

11 comentarios:

Pherro dijo...

Sí, los abuelos y los padres, con sus historias casi increíbles de sus pueblos y la gente que los habitaba.
Mágicos relatos que difícilmente se borran de la memoria, así hayan pasado muchos años.

Mala onda que te dejen por herencia un dolor de piernas en lugar de una casa o un chingo de dinero, pero ni modo, no todos tenemos la dicha de contar con parientes ricos.

No sé si los personajes son inventados por Ti o es que yo no los conozco de otro lado, pero me ha gustado el cuento.
Creo que a nadie le quedará duda de que esto es un simple comentario y no una sesuda critica, aclaro, para que no me caguen después.

LUIS TORRES dijo...

Los cuentos para niños por lo general son aleccionadores, mas no de eso tipo del que la abuela le cuenta a la niña, a pesar que le a quedado en el recuerdo por mucho tiempo.

Me parece que el abuelo gruñon deberia llamarse de otro nombre y no Jesus, no va con su personalidad.

Diana es un nombre tierno como la niña, me parece bien puesto.

Auque el cuento se relata en un tiempo indefinido se puede deducir por los resos de la abuela pacata que no es un cuento contemporaneo y hubiera sido mejor que el cuento no fuera contada por un narrador si no por la misma Diana como un recuerdo, creo que de esa forma hubieras dado otra dimencion al cuento.

Interesante ejercicio.

Saludos

Ros dijo...

Fíjate que esta historia, que yo más bien veo como relato, me remontó a esos días en que mi abuela me contaba leyendas. Me gustó mucho el lenguaje utilizado pues le das un toque tradicionalista. Disfruté el final.
Saludos.
;)

Dr. Gonzo dijo...

Me gustó la historia en el ambiente intimista en que lo desarrollaste. Hay referencias que te hacen sonar como si tú misma desconocieras de lo que hablas, es un camino de descubrimiento junto con la niña y una ambientación adecuada con los caracteres de los abuelos. Me gustó mucho el aire de sana nostalgia que impregna el relato, no es forzado ni pretencioso, cuidas tus elementos tan bien que parece que me lo has contado en persona.

destroyer!!! dijo...

muy bueno, pero igual lo siento más como relato :s...

me acuerdé de mi bisabuelo y sus historias de la revolucion :')

Pherro dijo...

Muy raro que la pretenciosa de la historia no haga su sabia critica en todos los posts, cuando supuestamente eso le sirve como ejercicio para su taller, en fin, la gente se comporta de manera extraña.

la MaLquEridA dijo...

Estuve tratando de imaginar quienes eran los personajes pero no reconocí a ninguno, entoces creo más bien que hablas de tu entorno familiar.


saludos.

Siracusa dijo...

Gracias a todos por los comentarios!!! Ayudan a crecer y a mejorar mi escribicionismo!!!


Pherro: pues solo espero que Diana herede cosas mejores a sus hijos jajaja.
Los personajes son reales, quizá no les suenen a muchos porque son muy regionales. Couttolenc fue gobernador de Puebla y los demás estubieron junto a el en esa etapa de su vida.

LUIS TORRES: buscar los nombres a los personajes siempre es algo dificil sin embargo, en esta historia-relato intento de cuento, son reales, respete ese punto.

ROS: intenté hacer un cuento :s pero definitivamente lo mio es el relato, o al menos eso espero.

Dr. GONZO: que bueno que te ha gustado, creo que lo que mas me gusta de una historia es cuando logra generar esa sensacion en el lector. Gracias.

DESTROYER: Lo se, tengo problemas con las estructuras, pero algun dia, algun dia jajaja y recordar a los abuelos es la ley.

MALQUERIDA: No son de mi entorno familiar, son personas reales de mi ciudad natal y quizá no pensé en que no eran conocidos en todo el mundo jejeje

Siracusa dijo...

Pherro: quien sabe donde andará la mala de la historia :s se le extraña...

Aline Suárez del Real dijo...

Me gustó, me dió nostalgia, es que las historias de los abuelos...aw. Si yo también siento que es mas relato que cuento, pero como relato me parece muy bueno y con el lenguaje adecuado. De los personajes famosos, pfff, qué te digo, yo no entendi ni siquiera que debian ser reales !!! jaja

Siracusa dijo...

Ursula Amaranta: jajaja creo que las dos nos perdimos en el infinito pero bueno, asi es esto!!! y efectivamente lo mio es relatar espero me salga bien en esta semana xq si no me dare un tiro!!!


saludos!!! :D