domingo, 5 de junio de 2011

Negro labial


Javier nunca pensó que Carmen lo tomaría tan bien, aunque despertó nervioso esa mañana, todo fue cuestión de animarse a decir al terminar el desayuno -Me voy a la chingada con Lucía, porque con ella siento lo que contigo ya no-, y aunque fue extraño no escuchar llantos, ni gritos, ni nada, también sintió un aligeramiento de los tanates, que traía atorados a media garganta, porque uno será muy hombre y lo que sea, pero venir a decirle a la mujer que la estás mandando al carajo es otra cosa, no es como emborracharse o darse de golpes con quien se le ponga a uno enfrente, ni tener una querida o dejar hijos regados por el mundo, es fallarle a la persona con la que supuestamente ibas un a pasar el resto de la vida y desconocer las enseñanzas del viejo que cantaba con voz destemplada algo como:

la mujer de casa de uno es catedral,
las que andan por ahí son capillitas,
podrá un santiguarse en cualquier templo
pero nomás tomar en catedral agua bendita

si dejas de rezarle a la patrona
y de ponerle veladoras y ramitos
del Señor verás la furia vengadora
y se te caerá la reata en pedacitos

Y él sentía justo en ese momento que todo se le comenzaba a caer en pedacitos...

Lo más extraño de todo fue que ella, tan tranquila como si nada, sólo se le quedara viendo y luego de un largo silencio -Ya lo veía venir, y aunque duela,- dijera -no voy a rogar que te quedes-, y ante la cara de estúpido de Javier, añadiera -nada más, antes de que te vayas regálame una noche más, solamente una, y luego, si puedes y quieres, agarras tus chivas y te vas-, a lo que él asintió de inmediato y es que a Javier lo que le interesaba era no dejarla enojada, por aquello de que dejando niños y casa iba a seguirla viendo con frecuencia, y mujer enojada es peligrosa, no iba a arriesgarse a que le saliera luego con alguna venganza...

-¡Venganza!- pensó mientras se metía a la regadera - ninguna vieja se quedaría tan tranquila cuando venga uno a decirle que se acabó, y más si hay otra de por medio-, pero nada más fue cosa de entrar al agua tibia para que los pensamientos se le nublaran y cambiara la idea, -¡No!, qué va- se dijo -Carmen sería incapaz de una venganza-.

Durante todo el día no pudo quitarse de la cabeza la noche que le esperaba, seguro serían primero llantos y ruegos de Carmen, y luego gritos y sombrerazos, al ver que no habría nada que le hiciera cambiar de opinión, ya estaba decidido, y más se convencía de haber tomado la decisión correcta cada vez que pensaba en Lucía, en cómo le habría de recibir en menos de veinticuatro horas, con los labios entreabiertos y los ojos entrecerrados, con el pecho dispuesto, con los brazos abiertos, y las piernas, también.

Llegó a casa por la noche, más nervioso que cansado, y subió a la habitación, que encontró resplandeciente por una interminable colección de velas y veladoras, todas blancas, que coronaban cada mueble de la recámara y rodeaban la cama y el cubo en donde una botella de champaña, abierta previamente, soltaba un tanto de vapor, señal de que su contenido estaba ya bien frío.

Le esperaba Carmen, como nunca, vestida toda de blanco, como recién casada dispuesta a entregarse por primera vez, con un corsé ajustado que enseñaba un vientre todavía plano, una cintura aún breve y unos pechos redondos, grandes y jugosos; y medias de seda sujetas por un liguero que se confundía con la diminuta tanga y se ceñía a sus caderas ahora más amplias que hace algunos años, pero también más apetitosas y experimentadas, y unas piernas firmes que ya no recordaba.

Sin preámbulo la mujer le extendió una copa de champaña que en ese momento le servía y le dijo -relájate, hoy los niños dormirán en casa de mis padres-. El primer trago, que bebió de un sólo golpe, le supo un poco más amargo de lo normal pero no demasiado, tal vez por el nerviosismo que todo esto le provocaba.

Carmen le recibió con mil besos en la cara y en la boca, en el cuello, en las orejas y en las manos, besos pintados de negro que se prolongaron hacia el pecho y los brazos mientras la camisa desaparecía tras la cortina, el pantalón debajo de la cama y los zapatos sabrá Dios dónde; besos que le llenaron el vientre, la espalda, las piernas; que se le atropellaron en los glúteos y se le enroscaron en el sexo, llenando de humedad y labial negro cada pliegue y cada valle de su cuerpo, y ofreciéndole más vino, cada vez menos amargo y de mejor recorrido, hasta terminar él solo la botella.

Al fin, luego de este juego inesperado, inexplicable, de besos y caricias, montole la mujer con una furia desmedida que le dejó satisfecho con facilidad, ebrio, lleno por dentro y por fuera de algo que no había sentido jamás.

No había lugar a dudas, no había rencores en la mujer, no habría venganza, todo era pues un acto de amor desinteresado, concluyó mientras sentía ya el cuerpo y el cerebro adormilados, como llenándose de una calma interior y una paz al exterior poco comunes, que no le permitían mover cualquier milímetro cuadrado que hubiesen tocado aquellos labios carnosos que, de negro, Carmen retocaba frecuentemente con cuidado y precisión exagerados.

-¡Maldición!- pensó Javier torpemente, acusando el efecto embriagador del alcohol en el cerebro y el maquillaje en la piel, mientras Carmen caminaba lentamente al baño y él observaba alejarse el redondo trasero -¡que se joda Lucía!, aquí estoy donde debo estar, ni más ni menos-, y luego de un par de minutos de silencio, decidido a mantener eternamente ese estado de placidez exclamó -¡Ya no me voy mujer, lo juro, aquí me quedo!-.

-¡Qué lástima!- respondió Carmen, que salía del baño con la cara lavada, el cabello recogido y enfundada en sus ropas habituales, acercándose a darle un último beso en la mejilla, -de aquí ya no te mueves- le dijo mientras le mostraba el oscuro colorete; y dejando caer a la alfombra, que ardió con facilidad, la vela más cercana a la puerta de la habitación, -¡tú ya te fuiste para siempre!- concluyó.

12 comentarios:

ESCRIBICIONISTAS dijo...

Una disculpa por no poner la etiqueta, pero tengo problemas con mi corel. Alratito voy al ciber para hacerla.
Ros.

Pherro dijo...

El beso de la muerte, el último en la vida, el primero de la eternidad.
Por algo dicen que la venganza se sirve fría.
Me gustó el desarrollo de la idea, con detalles precisos, no sobra nada, todo encaminado a un descenlace no tan inesperado, pero bien trabajado, como el mismo plan de la protagonista.
Salidos Sr. Olague.

Pherro dijo...

Era "saludos Sr. Olague".

Capitan TINTASANGRE dijo...

Bienvenido Señor Olague.
me gusta que gente como usted vengan a refrescar este blog.

y a darnos una pieza tan deliciosa, tan macabra y tan sutil.

esta sin duda ha sido una gran semana
cerrando con broche de oro.

Ros dijo...

Qué buena historia, clap, clap, de inicio a fin tus letras me atraparon. Un gusto leerte por acá.
=)

Dr. Gonzo dijo...

Me gustó mucho, hay dominio del desarrollo de la historia y aunque, como en otros textos me ha pasado, el hecho de intuir el final, se ve distraído por lo bien que se trata la historia y los personajes. Bienvenido.

Anónimo dijo...

Muuuuy predecible.

La verdad esta situacion irreal de que la venganza y zaz lo mata y sexo y bien maldita y el bien caliente y pendejo es de los cliches mas socorridos de la blogosfera y los colectivos. Pero bueno, cuano uno empieza a escribir quiere matar a todo mundo.

Y ademas, los hombres son asi de pendejos y solo piensan en quedarse con la que coje mas rico?

Atte: La mala de la historia

Alejandro Aguilar dijo...

Buen texto, rico en descripciones. Un ambiente muy bien logrado.

Pero eso de intuir el final nomas no, no me late.




Dark Angel

Alejandro Aguilar dijo...

Oh se me olvido.



Bienvenido!!

Anónimo dijo...

Entretenido.... demasiado entretenido, y ps lo demás es lo de menos.. pinche Carmen!!! jajaja

LA MALINCHE

Unknown dijo...

Hola a todos.

Sólo agradecer a La Malquerida su invitación y a ustedes sus comentarios, porque son la mejor forma de mejorar.

Saludos cordiales.

la MaLquEridA dijo...

Bien Jesús, muy bien, me gusta tu cuento y sabes que me gusta tu forma de escribir, ojalá algún día vuelvas.


Un abrazo.