miércoles, 12 de octubre de 2011







Alejandro,


La cosa estaba así: el alcoholismo de papá, las depresiones de mamá, las locuras de Alberto, tus horas, tan largas, fuera de casa. Entonces, era entendible que una niña de ocho años prefiriera entrar a tu habitación que ver el televisor a lado de nuestra familia o salir a jugar con las vecinitas, tan crueles, por cierto, que a veces sentenciaban algo así como ‘tu padre es un borracho’. De ahí mi obstinada idea de no embriagarme en la vida, de parar al segundo trago, o tercero, de siempre marcharme para ir a dormir.

No me justifico, pero preferí por mucho tu cuarto: un templo donde las discusiones de papá y mamá no dolían, tanto.

No tocaba nada, lo juro, sólo observaba la pulcritud de tu restirador, el acomodo de cassettes que apilabas sobre tu armario. Me gustaba ordenarlos, creo que ahí nacieron mis obsesiones: Def Leppard, Depeche Mode, Duran Duran… siempre alfabéticas. Ahí pasé muchas noches mientras tú trabajabas fuera de casa porque en la facultad te habían dejado maqueta en equipo o desarrollar el cálculo de un paraboloide hiperbólico. Entiendo que no quisieras llegar a casa, ya sabes, siempre tan lo mismo en el 330 de la Gutiérrez Nájera. Alberto ni cuenta se daba, o tal vez por eso tenía tantas novias, también quería llegar tarde, o no llegar.

Para mí fue difícil escapar, era una niña atrapada en una casa ruidosa, triste. Tú cuarto era diferente, en ese tiempo no podía definir su olor, ahora sé que olía a los 80’s.

Algunas noches, he de confesarte que te odié, maldije tu carrera ¿cómo era posible que no estuvieras?, ¿por qué los gritos de mamá no paraban? Tú, el hijo mayor, te hacías escuchar: ¡Qué no ven que Rosita está durmiendo! –decías. Y entonces se callaban.

Desde luego que mis ojos se volcaron en ti. Nada, ni nadie, hicieron que les admirara lo que a ti. Los días más felices fueron cuando estabas de vacaciones, o cuando, aún en clases, me permitiste verte trabajar. Quédate callada, no me desconcentres –señalabas.
Yo me sentaba en un banco a lado tuyo para ver surgir la magia de un par de escuadras y un estilógrafo; en la habitación, casi siempre, sonaba Maldita Vecindad o Soda Stéreo. Tú, en silencio, proyectabas líneas, formas. Nos decíamos tanto estando callados, que desde entonces me quedé un poco sin palabras. Afuera, lo mismo: discusiones, platos rotos. Pero eso ya no importaba, yo me estaba enamorando de la arquitectura.


Una navidad, después de la clásica pelea familiar, me abrazaste y preguntaste que cómo se podía vivir así. Mis ojos de ocho años no pudieron contestarte y lloraron.

Hoy, a más de veinte años de distancia, tampoco tengo la respuesta, pero sé que agradezco tus silencios, la música, y la influencia que ejerciste sobre mí. Por un hermano como tú, me juego a repetir la historia.

9 comentarios:

Dr. Gonzo dijo...

Aaayy qué forma de guiarme por esos recovecos accidentados de tu memoria. Los 80s puedieron ser bastante duros también.

Unknown dijo...

¡Híjole, es que tener un Carnal así, me cae de madres que no tiene precio!
Muy emotivo, de principio a fin, con todo lo que resisten esos recuerdos.

el presley dijo...

Tu artículo es como una vomitona en el sofá del psiquiatra.

Un abrazo.

la MaLquEridA dijo...

¿Cómo se podía vivir así? porque era la única hasta que crecieras y te fueras.

Pinchesendic dijo...

Tu escrito me hizo llorar. Cuando las letras están tan cargadas de sinceridad, honestidad y sentimiento no queda otra que abrir el corazón para recibir la historia y dejarla que salga por los ojos.

Augustine X dijo...

Gracias. Ha sido un texto con harto cariño.

Capitan TINTASANGRE dijo...

Los años dejan huellas imborrables, que nos hacen quienes somos.

y al voltear hacia atras vemos las huellas de lo que no ha de volver nunca mas.

y aun asi seguimos

admire en este texto tanto de tu alma.

Fantasía psiquiátrica dijo...

La melancolía es otra de las cosas que parece no fallaban en los ochentas, al menos se “institucionalizó” en muchos inconscientes de infantes de los ochentas, y sí, bajo ese olor a acetato y cinta –en nudos- de grabadora.

Paco Payán dijo...

Me ha gustado mucho tu texto, es curioso como al paso del tiempo a partir de las letras podemos hilvanar ese cúmulo de detalles lo mejor posible y así poder acercarnos a esas costras del pasado que a veces siguen sangrando.

Saludos