Le era imposible soportar
el frío y el silencio tan inoportunos. Ahora no podía hacer otra cosa sino reír
y ocultar las manos bajo la ropa para no levantar sospechas entre los
transeúntes que lo veían con curiosidad. Naturalmente llamaba la atención de
cualquiera sentado en la banqueta, con la ropa desgarrada y el aroma
insecticida que siempre lo caracterizó.
Pasaron dos horas, tres,
cuatro, pero su cuerpo seguía temblando sobre el asfalto soportando la
inclemencia del mal tiempo. Continuaba inmune a algún gesto de gentileza entre
el ir y venir de personas que disfrutaban, con aparente angustia, su
nauseabundo espectáculo.
Podía sentir un leve ardor en las manos
semejante, según recordaba, a la primera vez que empuñó
su navaja y la encajó en una desafortunada mujer que cruzaba la calle. Esa noche
sintió su sangre hervir, recorrer su cuerpo hasta caer al éxtasis y encontrar
su más delicada adicción.
Sentado en la banqueta,
consumido por el deseo, se excitaba ante
la idea de sentir el dolor y la angustia en su próxima víctima. Empuñó una
vieja navaja y lentamente penetró su vientre llevado por el dolor a un estado
sublime, irracional.
3 comentarios:
ya en algunas veces he leído que matar causa adicción.
sera verdad o sera la manera de justificarse?
no lo se pero creo que tu personaje se encuentra en ese estado de incertidumbre entre la batalla del bien y el mal.
me gusta tu texto pequeño pero muy cautivante
Se dice que los que atacan-asesinan con arma punza cortante desplazan-compensan su incapacidad-saciedad sexual, del puñal al falo. “Aroma insecticida” je, chido.
Ese aroma insecticida que describes, me parece un gran recurso, le da fuerza al personaje.
En general me gustó el texto, sobre todo el final, pero hay algunas cosas que me brincaron, como ‘delicada adicción’, no sé, me contrarió ese término, sobre todo al hablar de un nauseabundo personaje.
Tal vez faltó delinearlo mejor, para, así, atraparnos mejor como lectores. Saludos, cordiales.
=)
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