Vidrios rotos, algunas astillas
se habían quedado sobre tu cabeza, raspones y moretones adornaban tu frente.
Después de un rato, la espera había terminado, estabas en casa con la costilla
rota pero el orgullo y arrogancia intacto, o al menos eso querías aparentar
entre la risa y las bromas irónicas.
Evidentemente habías vaciado
algunas botellas de alcohol en tu decepción. Habías dicho que no lo harías de
nuevo y sin embargo, ahí estabas otra vez, siempre tropezando con tu misma
piedra. Las mujeres: tu debilidad.
Siempre te había visto como el
hombre fuerte, el que a nada temía, el que estaba ahí para consolar y dar una
palabra de aliento, pero esta noche conocí tu verdadero ser, tan débil como yo,
tratando de hacerte el gracioso para que mi madre no se enfadara contigo, no
pensabas la sarta de palabras que brotaron de tu boca entre lágrimas que
secaste antes. La ansiedad me llenaba el estómago, quería detenerte, que no lo
hicieras más, pero solo venían a mí los recuerdos de niña de cuando hacías lo
mismo.
La escena siempre fue así: tú, el
payaso de la fiesta, mientras mi madre se sonrojaba por las miradas de lástima
que -según ella- veía en todos los demás. Nunca olvidaré el día en que la luz
se fue y me contaste la historia del cuarto Rey Mago, -ese que llevaba
diamantes- dijiste con la voz entrecortada por el vino y con los ojos llenos de
tristeza, tenía tantas ganas de consolarte, de calmar ese dolor que no sabía cuándo
había nacido. -Pero se perdió porque se distrajo al ver a unos niños pobres que
tenían hambre, el Rey Mago, les regalo sus diamantes- yo atenta seguía tus
palabras, me hipnotizaba tu voz, tus ademanes quebrados y la lentitud de tus
movimientos, te detenías de la pared y de mi pequeña figura para no caerte.
Hoy, después de treinta y un años
sigo viendo en tu mirada el mismo dolor y soledad que recuerdo en la niñez.
Pones tus manos hacia atrás y caminas gracioso, tu cuerpo se encorva y tu mano
en tu costado me recuerda la angustia que sentí al saber que habías chocado
contra un muro de contención. No puedo evitar sonreír, ¿es de nervios? o tal vez
solo quiero verte como antes. Te has ido a dormir, en mi pensamiento solo giras
con la nariz roja por el frio de la noche y el alcohol de tu sangre, tu poco
cabello encrespado y el rostro pálido por el miedo que también sentiste. Pero tú
eres mi padre y siempre serás aquella figura de fuerza que me enseñó a no temer
aunque seguramente me he visto como tú en los días de soledad en un espectáculo
de tres cuartos.
5 comentarios:
Pfff, qué fuerte, jamás habría imaginado un tema así par la palabra "payaso" y sin embargo es tan certero.
Coincido con el comentario de arriba en que fue un buen giro al tema...está intenso, me gustó =)
Buen relato, plasmas a tu personaje con tal cariño, que uno no hace más que sentir empatía con el autor. Admiro la poesía que se teje entre tus letras.
Buen texto Sira, conmovedor y bien tejido. Por ahí hay algunas trabas en la forma de hilar, pero si te dejas llevar por la emoción, se olvida.
En el tercer párrafo como que me perdí de momento y regresé a checarlo de nuevo, puedes hilvanar mejor la idea (no lo dudo). Por lo demás está bien definido el personaje, punza, contagia con ese dejo melancólico que envuelve el texto en general. Me voy con buen sabor de boca.
Saludos
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