martes, 13 de marzo de 2012

Cabeza borradora






Me hallo ante una disyuntiva, que de ésta se entiende mi posibilidad de recordar todo con entero detalle, que de mi vida no hay pizca que se me escape, detalle a detalle está siempre presente.
Recuerdo aquel día en que rayaba las paredes de mi casa con figuras ovoides y patas de araña; el sueño aquel de los cuatro años de los hombres obesos aplastándome, mismo que al paso del tiempo se volvería recurrente. Recurrente era la forma tan asombrosa en la que recordaba a detalle la ropa que llevaban puesta mis compañeros los viernes de cada semana en la primaria. También me acordaba perfectamente del hospital, el piso y el número de cama donde murió un tío hace 19 años. Recordaba el final de ese programa de variedad que pasaba el martes a las 12:30 PM, y el instante en que mi papá se acostaba; ese día me encontraba en la recámara de mis papás. Mi hermano traía la camisa de Voltron.
Del número del primer autobús al que subí para viajar fuera de la ciudad, es el 825, asiento 14, pasillo. Lloré mucho, mi hermano ocupó el lugar de la ventanilla, me perdí la vista del mar, viajamos a Manzanillo, el pacífico. Al poco rato mi mamá ese día me contó un cuento de una muñeca de color violeta. Intercambiamos lugares, yo fui al lugar de papá y él al lado de mi hermano.
Tenía la imagen fresca de ese muchacho atropellado en la carretera, llevaba una gorra de los Yanquis. Una bicicleta de 12 velocidades estaba destrozada, el manubrio de una manera sorprendente se había enredado en la pierna de aquel muchacho muerto. Fue la primera vez que vi un cadáver. Las fiestas de muertos, los nombres de las tumbas abandonadas en el campo santo de aquel pueblito, tumbas con fechas marcadas de 1889, 1881, 1878, 1896. Aquellas se hallaban en la esquina. El día que menstrué por primera vez en la casa de mi amiga mientras recortábamos revistas para forrar carpetas. Y el vestido de mi mamá, el que sólo en dos fechas lo había usado: cuando yo tenía 6 años, en la fiesta de un primo, en su casa tenía una alberca y una resbaladilla. La otra fecha fue el día que salieron de vacaciones al bajío, se veía tan lida. Un año y cuatro meses después me casaría.
Las invitaciones que me dibujó mi papá eran inolvidables, la música que sonó en ese cumpleaños, cuando los últimos niños de la fiesta juegan en el cuarto de la celebrada, en aquel caso yo-las invitaciones de la boda no las hizo mi padre-.Y los padres departiendo en la mesa, una de las mamás de vestido verde cambió el disco del torna mesa; se escuchó Mariana de Alberto Cortez, más tarde pusieron Nadie simplemente nadie de José José. Mis padres fueron sencillamente unos grandes padres, los mejores, por eso fue muy doloroso tener presente a detalle cada uno de los motivos que los llevarían a divorciarse. Dos circunstancias claras no compartí con mis padres, en primera yo no me divorcié, y en segunda no heredé Alzheimer, mi madre lo tuvo. Afortunadamente el año pasado había terminado su tormento. No me explico cómo alguien puede morir si antes murieron todos sus pensamientos, sus recuerdos, uno a uno se extinguen. Al final sigo suponiendo que debe ser una muerte blanca, se va algo que no existió, se borró.
Salí del restaurante, tenía que pasar por mi hija a la escuela de música. Iba de la mano de mi hija menor; crucé al estacionamiento del súper mercado. Quité el seguro del auto, mi hija subió primera, sólo eran dos bolsas de las compras, una contenía unas cremas y la otra yogurts, las coloqué atrás.
Encendí el auto. El último olor que capté supe de dónde provenía, fue el dulce de mora de mi hija, después todos los olores se fueron; todo lo que veía desde la ventana del auto olvidaba cómo se llamaba, no sabía qué hacía sentada en ese asiento, después no sabía qué era un asiento. Vi a una personita que comía algo, me angustiaba saber que yo sabía que comía y en una fracción de segundos lo olvidaba. No reconocí a esa pequeñita, que en primera instancia me causó un sentimiento fuerte de arraigo, después me dio temor, jamás la había visto, es más, jamás he visto algo así. Mi cuerpo perdía sentido ¿Qué soy? La cosa sentada sacaba agua de sus ojos. Luego todo fue blanco.
-Su esposa está en un estado similar al comatoso, el deterioro cognitivo fue muy sorpresivo, el Alzheimer que le aqueja al parecer tiene su mente en blanco, en un solo instante perdió todo recuerdo y memoria, está borrada toda su existencia por decirlo de alguna forma. Lo siento en verdad. El expediente nos dice que su familia consanguínea había presentado múltiples casos, llegaría; lo extraño fue lo fulminante, el caso de su esposa no se rigió por un patrón degenerativo, se dio en un solo día. Sé que suena difícil, pero su esposa ha olvidado lo que somos y lo que es, en verdad lo siento.
El hombre veía al lado de sus hijas a una mujer descansando en una cama, sin un gesto, sin estado alguno, allí postrada, como en la nada.

2 comentarios:

Augustine X dijo...

Buen texto, nadie puede soportar tantos recuerdos sin convertirse en algún momento en cabeza borradora. Una pulidita para algunos errores de dedo y ya quedó. Abrazos juanetes.

Dr. Gonzo dijo...

Carajo, pero qué buen texto, creo que ya es el cuarto consecutivo de indiscutible cuidado en la narración, personajes y planteamientos. Me gusta cómo trabajas el asunto referente a las reflexiones de tus personajes, por momentos comienzo a captar un estilo muy tuyo entre todo el aglomerado de influencias que tienes. También me gustaría que cuidaras más tu puntuación, por lo demás, chingón y chingón.