miércoles, 21 de marzo de 2012

Ronald


Crudo invierno con el que tuvimos que lidiar ese año, las aceras lucían cubiertas de nieve ya congelada, lo cual representan siempre un peligro para los transeúntes que se aventuran a pasar por ellas, los árboles se veían desnudos, sin hojas, de los nidos que habían adornado las copas de los arboles durante las estaciones primavera-verano  solo se veían algunos remanentes, en fin, ¿A quién le importa eso cuando caminas tomando la mano tibia de la persona que más adoras en ese instante?

Al menos en ese momento, no le prestabamos atención al cielo obscuro y los nubarrones teñidos de gris que amenazaban con dejar caer otra enfurecida tormenta de nieve sobre la hermosa ciudad, terminando así de cubrir el pasto de un tono blanco resplandeciente.

Mi costumbre al abrazar a Alejandra, era siempre mesarle el pelo, tomarlo entre mis dedos y juguetear con el mismo, dándole vueltas haciendo pequeñas espirales, las cuales siempre se desvanecían al caer sobre su gabardina gris.

Habíamos salido del restaurante Italiano y hacía un frío que calaba hasta la médula, entre risas, susurros y arrumacos, pasábamos por debajo de un puente hacia el estacionamiento donde habíamos dejado el auto. Fue Alejandra quien reparó en la débil tos que provenía de uno de tantos recovecos que la gente sin hogar hace entre los bloques de concreto, los cuales sirven de guarida y los medio protege de las inclemencias del mal tiempo, mas por curiosidad que por altruismo volteamos y vimos a un indigente recostado sobre un pedazo de cartón, apenas cubierto con un frazada vieja de muy poco grosor.

Traté de no darle importancia y aceleré un poco la marcha de mis pasos, Alejandra sin embargo quedó estática, con mirada compasiva y sin ninguna palabra me indicó regresar, le dirigí una leve sonrisa forzada y retornando a donde se encontraba nos dirigimos hacia el hombre y le preguntamos ¿Cómo te encuentras? Él contestó: Muy mal.

Al abrir sus ojos, observamos que el indigente tenía unos ojos por demás expresivos y de un color azul clarito, una mirada limpia, como las que solo poseen algunos niños, tosiendo nos dijo que tenía pulmonía y que no había probado bocado en dos días, me aparté un poco y llamé al restaurante del cual apenas habíamos salido, ordené una sopa de papa con pollo y después de colgar me dirigí hacia el mismo, regresé con el alimento y como pudimos lo hicimos ingerir un poco, se me erizaba la piel escuchar su tráquea tronar cuando la sopa hacia su travesía por la misma, con mucho trabajo pero logró pasar la comida.

No tuvimos el corazón de dejarlo en el momento que terminamos de darle de comer y nos  pusimos a charlar un poco, nos contó algunos detalles sobre su vida, como es que había termino viviendo debajo del puente después de haber sido dueño de grandes empresas.

Ronald como había dicho que era su nombre, era un hombre con mucha educación y sapiencia, nos contó que sus negocios se habían venido abajo hacia algunos años y que por eso su esposa lo había abandonado. Después de perder negocio y esposa, también perdió su casa, por eso había estado durmiendo en una camioneta, la cual se llevaron al corralón por tantas multas recibidas por encontrarse estacionada en una calle principal, esa fue la causa para terminar durmiendo ahí, debajo del puente sucio, lleno de indigentes y maleantes. Después de charlar un rato con él, nos marchamos prometiéndole volver en dos días, Alejandra le dio algo de dinero para que tuviera con que comer al día siguiente, Ronald  preguntó ¿Por qué hacíamos eso? Si no lo conocíamos, yo no te conozco le dije, pero sé lo que es la misericordia  y por eso hacemos esto, no se cansaba de llamarnos Ángeles, a lo que  le contestamos que no, que tan solo éramos personas comunes, después de un rato nos marchamos, mas no dejé de pensar ni un instante en él al día siguiente, el día que le dije que regresaría así lo hice, mi sorpresa fue grande cuando al llegar al lugar encontré un ramillete de flores en un pequeño florero de plástico , se me encogió el corazón y mis emociones amenazaban con manifestarse, con entrecortada voz le pregunté a otros indigentes ¿Que había pasado? Me contestaron que había muerto el día que habíamos platicado con él, que esa misma noche habían levantado el cuerpo, no dije ni pregunté mas,  comencé a caminar sobre el hielo de la acera, esta vez apresurando el paso para que ninguno de los indigentes me preguntara el porqué de mis lágrimas, en ese momento me sentí mas ruin que el personaje de Caín de la biblia misma, no por haber matado a mi hermano, pero sí por dejarlo morir.

3 comentarios:

Julieta dijo...

La historia de Caín y Abel puede estar presente en todas partes con diferentes matices. Me agrada como abordaste el tema y aunque intuía el final me gustó el desarrollo que seguiste. Por ahí vi uno que otro detallito ortográfico, pero eso no impidió que pasara un buen rato leyéndote...saludos cordiales =)

la MaLquEridA dijo...

Me ha sorprendido el final Patricio, no me lo esperaba.

Siempre somos un poco Caín y un poco Abel en la vida real.


Saludos.

Ros dijo...

El relato está como bonito, aw, pero hay frases y algunos errores que entorpecieron mi lectura, de repente describes mucho, pero de repente sueltas las imágenes de tropezón, y abusas de las muletillas.
En general me gustó este post, dale una buena revisada/digerida y verás que bien que queda.
¡Saludos!