Deambulo entre los pasillos de aquel hospital, sólo algunos gemidos de dolor de vez en vez rompen el silencio. Doblo a la derecha, luego a la izquierda, puertas y puertas salen a mi encuentro, aprieto el paso hasta quedar frente a la puerta del 113.
Miro a todos lados, buscando respuestas pero no las hay. Toco repetidamente pero nadie contesta, una eternidad se sucede frente a mis ojos en forma de imágenes en blanco y negro.
El color se ha ido.
Sé que atrás de la puerta estas tú y yo me siento tan pequeño que no puedo ni empujar la hoja de madera que nos separa.
Finalmente logro armarme de valor e invoco tu nombre, al descubrirte recostada frente a mí, fría como el viento de invierno de mi infancia.
Me transformo en el indefenso niño que muerto de miedo entraba a tu cuarto en la madrugada y se acurrucaba a tu lado. Sólo que esta vez no hubo un abrazo de tu parte.
Mis lágrimas calcificadas por el desuso, volvieron a correr por mis mejillas mientras aceptaba sin otra opción la despedida.
“Hasta siempre Madre, confió en que todo lo que me enseñaste es verdad y estas cuidándome desde el cielo.”
4 comentarios:
No me la tomes a mal Cap, pero si por usar la palabra "confió" en tu texto justifica el tema, no lo lograste. Igual y pudiste haber hecho el escrito (que me parece evidentemente vivencial)libremente y sin compromiso con el tema, que a estas alturas y viendo la escasa participación de los compañeros, pues resulta en ganancia.
Texto ligerito y aunque inferí el final me gustó, buena la frase "mis lágrimas calificadas por el desuso" ;)...saludos¡¡¡
No dejes de confiar Capi, menos en las enseñanzas de una madre.
Saludos.
Me hizo recordar ciertas cosas.....
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