Al crear a este ser puse en ello todo mi optimismo, todas
mis ganas, mi voluntad. Horas tras horas buscando la posibilidad de vida, de
respiro; quedándome dormido infinidad de veces, entre pestañeos en ocasiones
creía ver como movía un dedo de la mano, otro día me pareció no verlo reposando
en su estática postura en aquella cama que hoy yace vacía. Ese día imaginé el fin de mi arduo
trabajo. Confieso que tuve pánico ¿En qué vaciaría, brindaría mis ganas, mi tan
sonada voluntad? Si de aquel ser mis razones de concederle vida llevaban
–llenaban- mi razón misma. Lo bueno es que todo fue parte de mi imaginación. Vendrían
más días, noches y desvelos, opté por la auto-exclusión del mundo y sus
seductoras cosas. Su silueta postrada en tranquilizador escenario, conveniente
y cómodo, allí está, allí sigue me repetía a mis adentros. A su vez esa figura
rígida me gritaba, me exigía terminarla, traerla. En diversos momentos le
ignoré, le dejé (no a una deriva); siendo específicos ese cuerpo montando en la
cama fue por largo tiempo un recordatorio de lo interminable, de la
justificación más pura para dejar de ser en lo demás, o mejor dicho, ser en su
creación inacabable.
Los plazos no podrían ser interminables, incurro aquí en un
sinsentido, la antítesis de la voluntad suele explicarlo así, tantas veces me
lo explicó de esa forma. El mismo ser
inserto adentro de mí y no el postrado en la cama me empujaba a
recolectar corazones, pulmones y cerebros; en esas fechas había caído en un
acto involuntario –ciclado, ahora lo comprendo- de recolectar sólo ojos: de
mujeres, niños, hombres, verdes, marrones, cafés… quería que mi ser viese en la
óptica de otros. Necio de mí, a mi creación le empujaba en sus cuencas (en sus
huecos) la artificial y única posibilidad de ver el mundo. Fui tan inocente, tan estúpido.
En el hartazgo de los cortes y las cirugías, del desmejorar
lo quizá mejorado, me cansé. Creo que en esos meses fue direccionado gran parte
de mi ímpetu en el recoger los restos y desechos de lo que no terminaba de ser
nada. Cubos llenos de torsos, brazos, piernas e intestinos, regocijándome en
sus múltiples desusos. Esto me dio la señal para recurrir al registro, a la
bitácora del saberme hacedor de algo. Mientras tanto el cuerpo allí inerte, sin
vida y rodeado de tanta información que para ese momento ya me restaba la
posibilidad de cómo empezar, de cómo organizar, y de tanto perdí la guía de cómo reiniciar. Unos instantes más
y –juro- hubiese desistido.
Si bien deseché la idea del mundo, depositaba en él gran
parte de mi energía. No pude mantener oculto por mucho tiempo mi secreto, vociferé, de mis actos y de mi creación, hablé hasta el cansancio.
Cansé. No tan sólo dejaron de creerme (si es que en algún momento lo hicieron),
dejé de creer yo en el ser. Abandonado estuvo. Pero sus gritos y su peste tenían
ya condenada mi habitación, mi espacio.
Desperté, el olor intolerable esparcido, algo claudicaba, se
cerraría, y no por eso no habría más oportunidades de experimentar,
sencillamente, experimentar como tantas
otras veces, como tantas otras cosas que han quedado otorgadas al olvido, al
desencanto. Experimentar, palabra que me acompañó a la mesita junto al cuerpo,
al ente, le contemplaba y recurría a la idea, a la palabra: experimentar,
experiencia… y vino algo, ese algo que le faltaba a mi criatura, ese algo que
busqué en las criptas, en las morgues, lo no hallado, lo que permitiera darle
movilidad y vida a este pedazo de carne lleno de cicatrices. Yo quería que mi monstruo
no fuese precisamente eso, y así llegó.
El sentimiento de culpa que me creaba el no poderle dar
vida, de fracasar, había terminado por ser lo glorioso de mi experimento, su
gloria se reducía a mi miedo, a negar su monstruosidad. La clave siempre estuvo
enterrada en mí; la culpa entonces era un requisito necesario, permitiéndome entonces
alcanzar mi propósito, la virtud de esta bestia, de este ser. Deseché entonces
la experiencia de mi propia impotencia, y de esto obtuve un liquido que inyecté
en sus venas, en los canales vacíos de mi criatura, lo que ahí corría fue mi
culpa, el total de mis potencias propias.
El ser despertó, abrió los ojos, vivió, y yo, continúo
viviendo a la par de los nuevos significados de mis culpas. Alquimia le bauticé.
1 comentario:
Una alquimia onírica, laberíntica, cual más podría encontrar un montón de significados. La misma alquimia los encierra.
Ah se te agradecería que pongas las etiquetas, sin ellas haces inhallables tus escritos.
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