martes, 3 de julio de 2012

Masoquismo colectivo o las bondades in-cómodas del paternalismo





El domingo pasado en el país se celebró, la llamada, intitulada “fiesta de la democracia”, que si bien para muchos no auguró celebración alguna, al menos –sí- en esa afrenta burocrática muchos encontramos una resaca instantánea, un mal sabor de boca que hasta el día de hoy no se ha ido del todo, y veo difícil que se ausente. Y que quede bien claro, no es por la “esperanza” de que las cosas pudieron haber cambiado, de el hecho de pensar “Porqué no le dieron la oportunidad, allí estaba la otra intención…”, no es nada de eso. Mi breve –compartido- inconveniente, es dar cuenta de que tan afectado está nuestro país, necesariamente en la vulnerabilidad de su población y su visceral forma de pensar (pues ésta no deja de pensar, a pesar de que la lógica más pura nos llevaría a concebirlo así), el punto radica en que es un  pensamiento individualista, un pensamiento a conveniencia de la banalidad y del ego más grande. En otros tanto se señala y se justifica (digiere) en necesidad, la revestida en el placer del dolor; me indigna, y a su vez me causa un gran temor dar cuenta la forma tan fácil de embaucar a la gente, la manera inocente e infantil en que los llamados seres pensantes muerden un anzuelo de carnada falsa, de carne de mentiras, podrida. Fuera del proselitismo más indigno (¿existe uno que no lo sea?), de los intereses globales (la verdad se resume al  vecino del norte) y de la maquinaria –apabullante- de los medios de comunicación, pareciera que en este proceso electoral (sí, con todas las fallas que sólo una democracia en pañales puede tener: encuestas reventadas, financiamientos ilegítimos, compra de votos, acarreamiento, autonomía de un órgano inexistente, favoritismos mediáticos, etc.) fue en gran medida decido –y concedido- por el pueblo. México tiene un antecedente bien sustentado en el dramático existir; viviendo por años, cientos, en el filo de una navaja, un rojo destellante y chorreante de sangre en herida siempre abierta, que se cura, pero en segundos de nueva cuenta ya está abierta otra vez, necesidad de dolor que hace (por paradójico pareciera) dar sentido a nuestras vidas, sentirse en riesgo y preocupación para respirar “ánimo de vivir”. Y esta formulación, técnica rígida en el goce instantáneo deviene de nuestro primitivo e innato carácter paternalista, bien lucubrado en el hegemónico partido que de nueva cuenta retorna, ahora presentado como un padre benevolente que se disculpa por su pésima crianza, se dispensa de las severas golpizas (madrizas) que le dio a su hijo: el pueblo, y este hijo mal trecho, traumatizado,  de valores planeados, artificiales, inyectado hasta el tuétano en la alegoría pésima del llamado “éxito”; atento siempre a la legitimidad del documento, la firma y promesa de una sonrisa de telenovela. Por regla las telenovelas siempre tienen finales felices, aún discutibles y fantasiosos parezcan. Esa es la realidad inmediata, una crónica de un gobernante –ilegitimo- anunciado, muchos nos aferramos a que esta novela tendría un final si bien no “feliz”, al menos decente. El final se puede resumir en: reiteración recalcitrante, a título le llamaría “Nosotros los proles, ustedes los masoquistas”.
Ahora,  si este final telenovelesco no causo agrado y simpatía alguna en ti, ni en tu hogar, ni en tu país, invito entonces a  jugar el mismo juego, es más, bajo las mismas reglas. De ser así, marca entonces el: 01 800 CUESTIONAMIENTO, 01 800 NO PASIVIDAD, 01 800 PARTICIPACIÓN SOCIAL, 01 800 EDUCACIÓN y 01 800 CULTURA, y si puedes, marca  todos al mismo tiempo.
¡Llama ya! ¡Actúa ya!

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