Ese acto consecuente de respirar y exhalar, la tierra en
ondas, el polvo y la arena.
En cuanto los pies terminaron de resquebrajarse y el traje
está deshilachándose, con grandes agujeros y un cincel barrenando el hueso.
El tiempo – como mera percepción psicológica - atacándome a
traición y que me llevó concentrarme para ver los segundos avanzar, para
sostener un minuto de felicidad, para derribarlo con la casualidad.
Y en la parte más oscura del túnel, se abre la promesa de
avanzar rascando hasta superar ese gran bache de kilómetros, en aras de una
pequeña, frágil, diminuta sonrisa, que borra los errores, que los hace tenues y
los sepulta un poco más lejos.
Acompasadamente eyectando líquidos y gritos, con las uñas
negras, estoy hecho de cristales rotos, el de la ventana me mira y sonríe: te
he dejado…
De entre los propios despojos, la sonrisa con actitud
terminal y el porte de la mentira fluyen hacia abajo, jodiendo y resoplando, eyaculando
sangre, colisionando culpas entre mordidas y rasguños, el de la ventana me mira
y sonríe: te he dejado destazado
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