lunes, 2 de junio de 2014

Juan de Dios



I
El despegue

Lo conocí mientras leía: “Miré la avenida Álvaro Obregón y me dije: voy a guardar intacto el recuerdo de este instante porque todo lo que existe ahora mismo nunca volverá a ser igual. Un día lo veré como la más remota prehistoria”.

Lo conocí en la página 31, leía a José Emilio. Saludó y me pidió permiso para tomar el asiento 6B; entre tanto, mis ojos se detenían en la palabra prehistoria. Es curioso, ahora el rostro de ese pasajero se reduce a una difusa imagen: lentes, barba, cabello a rapa. Posiblemente en algunos meses sea la más remota prehistoria de aquel vuelo 402 que me trajo a casa.

Apenas si me acuerdo de sus rasgos, soy pésima para recordar rostros nuevos, pero -no sucede lo mismo con las palabras- sus datos los tengo presentes: obrero de lunes a viernes, taquero los fines de semana, de nombre Juan de Dios.

Ignoré su rostro, el color de su piel y leí su historia, guardé a Pacheco en el bolso que después acomodé en el compartimento superior junto a mi equipaje de mano. El vuelo que apenas despegaba, me regresaba de Tijuana.
La ciudad con sus diferencias geográficas nos despedía.

La aeromoza anunció que abrocháramos nuestro cinturón, que apagáramos el celular y cualquier aparato electrónico; mientras ponía mi celular en modo avión, prestaba atención al resto de las instrucciones, pero en realidad lo que quería era escuchar a Juan de Dios. Sonreí al saber que viajaba con un trozo de Tijuana.

Nos colocamos al principio de la pista, los motores aumentaron de intensidad y el avión fue avanzando cada vez más rápido. Sentí cómo mi cuerpo se pegaba en el asiento por la fuerza de la nave. Atrás iba quedando la ciudad: La Revu y su fiesta eterna, los lugares que recorrí a su lado, los amaneceres bañados de suspiros.

Me alejaba de la frontera de México, el norte quedaba a mi espalda e imaginé al montón de personas cruzando a San Diego; casi frente a mí debió aparecer Rosarito, suspiré y pensé en volver. A mis costados, Tecate y el Océano Pacífico también me decían adiós.

La chica de cabello recogido y labios rosas indicó cuáles eran las salidas de emergencia, dónde estaban y cómo colocarse el chaleco y la máscara de oxígeno. Los pasajeros, aletargados, intentaban no perderse en ese mar de palabras, la señora que ocupó el asiento 6A fue la primera en dormirse; ya roncaba cuando Isabel, la azafata que tenía a unos pasos de mi asiento, demostraba cómo ponerse el chaleco salvavidas en caso de emergencia.

Cuando el avión se estabilizó, en la fila de adelante, una joven se desabrochó el cinturón y continuó usando su celular, pasaron varios minutos antes que otra azafata le indicara que no podía usarlo aún. La joven, enfadada, sacó un libro de una portada muy colorida y fantasiosa, leyó unos minutos, luego se durmió.

Los contrastes entre los paisajes urbanos e irregulares y sus espacios vacíos, etéreos y espontáneos se dibujaban a través de la ventanilla. A medida que el avión avanzaba me di cuenta que Tijuana no es un producto fijo ni terminado. Por eso siempre quiero regresar. En dos meses, en un año. Siempre. Para registrarla a mi regreso, para reconocerme yo a su lado. Su paisaje me atrapa con el anzuelo del encuadre entre mis ojos y el horizonte, como a mi corazón lo atrapan las ganas de volver.

A un lado de Juan de Dios, y desde lo que podía ver por la ventanilla, la vida se me explicaba desde una panorámica de cielos y curvas: un instante casual del que me sentí parte, entre el dinamismo de lo urbano y cerros que parecían estar hechos a pellizcos de plastilina, se me reveló que nunca fui de otro lugar: mi sitio es Tijuana.


II
Turbulencias

A un lado de mí, en el asiento 6F, una gringa comía un chocolate, el olor dulzón e intenso me recordó los chocolates amargos que venían en mi maleta. En ese momento Juan de Dios me ofreció un chicle que acepté. El sabor mentolado inundó mi garganta mientras un cielo nítido se dibujaba sobre una mancha urbana que cada vez se tornaba más grisácea, qué bueno que en ese momento me preguntó si yo era de Tijuana, porque estaba a punto de quebrarme, estuve a punto de convencerme que volar era una locura, qué bueno que me distrajo de esos pensamientos, que me regresó a la cordura.

Se me disimuló la nostalgia cuando comenzó a hablarme de la ciudad. En ese momento no me alejaba, sino que volaba con un fragmento de ella. Recorrí todos los escenarios donde estuve y volví a verlos a través de los recuerdos. Volaba de prisa, tanto como lo hacía la aeronave, aunque ella volaba hacia Guanajuato, y yo recorría en reversa buscando no perderme.

La historia de Juan me deshizo un nudo en la garganta, no quise abrir la voz en aquellas condiciones, así que sólo respondí entre sonrisas, miradas y monosílabos.
Algunas de las penurias que vivió en Guanajuato, su tierra natal, las revive en Tijuana, “también hay pobres y hay ricos aquí, pero acá se come mejor”, dice.
Él fue de los que no pudieron cruzar, tenía el dinero pero no consiguió pollero, dijo que en ese tiempo las cosas estaban duras, entonces decidió quedarse en el límite; con apenas la primaria terminada, encontró en la industria maquiladora una fuente de empleo. La producción de televisiones en la ciudad se lleva a cabo en varias de las industrias maquiladoras que se encuentran en ella. Me contó que trabaja de lunes a viernes, ocho horas diarias, dice que comparado con el trabajo físico que hacía en el campo, eso no es nada, además con la libertad de trabajar los fines de semana, “¿para qué quiero descansar?, soy joven y tengo tres hijos qué mantener”. Así que sábados y domingos, al desmoronarse el día, se va a trabajar al puesto de tacos de su cuñado.

A los cinco años de trabajar en la maquila calificó para el Infonavit. Se la están descontando de nómina pero ya tiene casa en Tijuana, piensa llevarse a su familia, pero se cruzó la muerte de su padre; por eso volaba esa mañana junto a mí. 
Comprar un boleto de un día para otro es un lujo que sólo ha pagado para despedirse de su padre. Su familia insistía en que no fuera al funeral, pero Juan lo había soñado y por eso su insistencia en viajar.

De repente se quedó sin aliento y le dio un sorbo a una botella de agua, mis ojos seguían atentos a sus palabras y expresiones: lo leía.
“Soñé que me decía -Juan, sírvete más café”. Luego de eso sonríe y me dice, con la voz quebrada, que su viejo quiere que se eche el último café con él. Ahora más que nunca quiere estar con los suyos. Sonreí porque imaginé el epitafio de su muerto: échate otro café conmigo. Y porque yo también pensaba en la palabra volver. Miré por la ventanilla: se dibujaban algunas manchas geométricas, parecían ser ciudades, ciudades que desde las nubes, lucían hermosas. Me entregué a esa sensación de volar, de atravesar las nubes como si fuera por un sueño.

Las turbulencias aparecieron en ese momento, la tripulación nos pidió que ajustáramos el cinturón y que permaneciéramos en nuestros asientos. Los movimientos rítmicos de arriba a abajo despertaron a la señora que viajaba en el asiento 6A. Se asomó por la ventanilla y preguntó si ya habíamos llegado, pero solamente eran baches en las nubes, después de unos minutos la nave se estabilizó, y la señora del asiento 6A volvió a cerrar sus ojos rojos, adormilados. De su mirada brotó una ventisca de fuego que pronto se apagó.


III
Aterrizaje

La idea de cruzar ya se le fue de las pestañas, ya no piensa en aquel trabajo que le ofrecieron en Los Ángeles, pues estando en Tijuana todavía se siente en México, donde tiene hogar y amigos. Además volver a estar junto a su familia es un sueño más fácil de alcanzar estando en esa esquina del país.

Juan se ha apropiado simbólicamente de la frontera al cocinar los guisos de su región, al caminar como lo hace, al hablar o al reír, él inunda con los olores y colores de su pueblo, esa parte de Tijuana que transita, que habita, que hace suya. Al mismo tiempo la urbe lo inunda a él. Eso sucede cuando la tierra te atrapa, entonces no se puede dar sin recibir: la ciudad te corresponde, te mezcla, algo te llevas, algo de ti se queda.

“Hemos llegado al estado de Guanajuato”, anunció el capitán, “el descenso comenzará en unos minutos”, siguieron las instrucciones.
El avión lenta y suavemente fue descendiendo y reduciendo altura, por el altoparlante avisaron que íbamos llegando. Era domingo 18 de mayo y mi celular marcó la 1:37, un brincoteo nos alertó, ruidos y movimientos sacudieron la nave: se desplegó el tren de aterrizaje. Luego las ruedas tocaron la pista: habíamos llegado.
El avión avanzó rápidamente hasta ir frenando, el ruido de los reversores fue cediendo hasta que el avión se movió por la pista muy lentamente, augurando un domingo eterno, como la larga tarde de un día antes de salir de vacaciones.
Juan y yo nos despedimos. Él regresó a su sueño, y yo volví del mío, del que aún estoy aterrizando, como puedo.

11 comentarios:

Fototropismo dijo...

Tu calidad narrativa siempre ha sido excelente y en este texto/relato no es la excepción. Me gustó el inicio y el final y particularmente siento que hay párrafos que si bien son removidos no afectan en nada al relato sobre todo en la primera parte de las tres que conforman el escrito, sin embargo, entiendo bien que eso de explayarse de una manera reiterativa es también una particularidad del autor al querer justificarse o dar fuerza al relato, que si bien logra su cometido en ratos se me antoja innecesario.

... Tú con tantas letras y yo aún sin nada que decir.

Saludos y un reconocimiento por ser la valiente en postear primero.

Foto

Hansel Toscano Ruiseñor dijo...

Fluido y muy ameno. Sin turbulencias en su desarrollo y con un suave aterrizaje. Casi como un suspiro ¡Vientos!

. dijo...

Hola!!... orale q regresaron!!!.. mucho éxito.y q resurjan como el fenix...

Yo he de tomar unos 20 aviones al mes cuando esta tranqui el.asunto... nunca había pensado en un vuelo de.manera tan... ahmmm... pues así como lo describiste... y mas en ese vuelo de Tijuana que parece durar toda la vida en ocasiones...

Un gusto saber de aste patrona Ros jejejeje...

Un abrazote!!!!

. dijo...

P.D. Ensenada y San Felipe tambien son imperdibles si andas por esos rumbos!!

Dr. Gonzo dijo...

Pues lo terminé ya y es de subrayarse que tienes ese don de la narrativa fluida e interesante, aún en un texto que para mi gusto fue perdiendo fuerza y la retomó en el último capítulo. Hay imágenes valiosas y por eso me sobraron algunos adjetivos que se antojan reiterativos. De todas formas, me agradó y creo que se vienen escritos tuyos en un ánimo algo distinto y eso me agrada.

Marita dijo...

Mi párrafo favorito es en el que dice "Soñé que me decía-Juan, sírvete más café". Me dio mucho sentimiento y lo leí con la voz de mi abuelito.

Siracusa dijo...

Me gustó mucho ese sentimiento de Juan de Dios, y el sueño que lo impulsa a regresar. Se me hizo un poquito largo pero fluido. :D

ESCRIBICIONISTAS dijo...

Fototropismo, Dr. Gonzo: Hice el ejercicio de cortar párrafos, al final reduje casi una cuartilla y me parece que el texto se lee mejor. Muchas gracias.

Hansel: He quitado algunas cuantas turbulencias, me parece que en el archivo ahora sí se logro la fluidez. Gracias.

Destroyer: Tuve la dicha de conocer Ensenada. ¡Es tan hermoso! Saludos, qué gusto leerte.

Marita: Qué bien que una parte del texto haya evocado ese sentimiento, gracias.

Siracusa: A veces uno conoce gente que te inspira a escribir. Lo extenso del relato, lo seguiré trabajando. Gracias.

Ros

Aline Suárez del Real dijo...

Yo me estaba preguntando si acaso tu no habías escrito, hasta que se me ocurrió ir hacia abajo y vi que fuiste la primera. Lo siento por no comentar antes!
Ros, tus letras, siempre, siempre, me llenan de nostalgia, pero de una nostalgia rica, después de leerte me dan ganas de fijarme y absorberme en los detalles y redescubrir su magia, creo que eso es de las cosas mas bonitas de tu escritura.
Pff, el asunto de los migrantes, de los que dejan "su tierra" por que no hay de otra, es algo que me toca fibras sensibles, las historias son tantas y al final son las mismas no?
En fin, buen relato como siempre :D

Unknown dijo...

Puede ser más extenso o más corto, eso no tiene importancia; lo que vale es que logras crear imágenes emocionantes, por momentos, pero en conjunto se entiende que es un relato que quiere a fuerza ser nostálgico, porque mencionas ese sentimiento de pérdida constantemente, mas no porque en realidad el texto esté impregnado de esa emoción.

Paco Payán dijo...


Me ha gustado el texto, existen pequeños detalles en tus descripciones que me confirman que en cualquier evento por cotidiano que parezca afloran sensaciones y pensamientos que dan forma a una rica narrativa. saludos