jueves, 13 de octubre de 2011

De como San Juditas me salvó de las palizas de mi esposo y se convirtió en mi santo favorito haciéndome parte de sus milagros

¿Me pregunta como es que empecé a despedirme de los santos?

Comencé a despedirme de ellos desde que me arrancaron de mis raíces allá por el ´68. Mis padres me mandaron estudiar lejos y sin nada a que asirme me acerqué a los santos que eran lo único conocido que me unía a la familia.
Me despedía de la virgen del Perpetuo Socorro en las noches cuando los recuerdos hacían estragos en mi tierno corazón, subiéndome a la almohada para alcanzar sus cachetes, de puntitas le agarraba la mejilla acariciando de paso la cara de su niño. Cuando me cansaba de llorar, la virgen me cubría con su manto de estrellas y nada me daba miedo, ni la soledad de un cuarto que no era mio.

Le pedía que cuidara a mi familia, que pasaran rápido los días para que el  fin de semana regresaran para poder abrazar a mis hermanos aunque ellos ya no me quisieran porque regresaba muy altanera, así como nueva rica. Vestida con botas y vestido chemise era la envidia de mis hermanas.

La virgencita en ocasiones me hacía caso porque los días pasaban volando, pero otras, eran tan pesados como los zapatos ortopédicos que usaba para enderezar los pasos que siempre han caminado por donde no debí.

En las noches me persignaba frente a la virgen de Guadalupe que se encontraba en lo alto de la escalera, a ella no podía alcanzarle, le pedía perdón ser tan chiquita, imaginaba que se enojaba porque no la acariciaba o sentía que el ángel que la sostiene haría que rodara escalones abajo por no poder despedirme de ellos.
Otras veces, entraba a la recámara de la srita. Toña, ella tenía una virgen que no supe como se llamaba pero a ella no le pedía nada. Su cara era tan triste que más bien necesitaba ayuda y no andar ayudando a niñas maniáticas, nada más le decía adiós casi sin asomarme.

En la recámara de la Sra Estela, había una virgen negrita que tampoco supe su nombre, a ella un día le pedí, cuando veía un partido de fútbol que le ganara México a Brasil pero no me hizo caso, yo creo porque era morena como ellos. Esa virgen le ganó a la de Guadalupe porque México tuvo un estrepitoso fracaso, ha de haber estado haciendo cosas más importantes.

Los domingos me llevaban a la iglesia de San Cayetano a escuchar misa. En esa iglesia hay tantos santos que era imposible tener a un favorito. Lo que hacía era ver sus rostros, el que se viera más sereno era al que le pediría un milagro, nunca encontré uno, todos estaban apesadumbrados de oír tantas dolores humanos, tantas quejas y peticiones que mejor los dejaba en paz acariciándoles los pies. No les daba beso porque no me gusta besar a los santos, prefiero poner un beso en la puntita de mis dedos, dejárselos en su carita de ángel y sin que nadie me viera limpiaba mis dedos con el vestido de alguien.

La iglesia de San Cayetano con su cúpula rosada tiene escondidas entre sus paredes, peticiones de milagros infantiles, tan tiernos como inverosímiles. Recuerdo que un día le pedí a San Martín de Porres que me devolviera unos besos que mi madre me dio una noche que se despidió regresando poco después con un hermano nuevo,  pero no me ayudo, pinche San Martín.

¿Cuál fue mi momento crítico con San Judas?

La manía de tocar santos siguió normal, cada santo de mi casa era acariciado todas las noches, sin que me faltara uno para que no se enojaran, hasta que llegó el temblor del ´85. En ese año la ciudad se cayó atrapando entre sus ruinas la vida de mucha gente conocida.
Dos meses después del sismo nació mi hijo Joao Roberto, le puse así porque me dio la gana. Fue cuando regresó la manía de tocar a los santos con más fuerza. Acariciaba a la virgen que mi suegra nos regaló, le pedía que cuidara al hijo que acababa de nacer. Nunca olvidaba despedirme del angelito que la sostiene por si las moscas, no se fuera a enojar.

Después comencé a ser más maniática. Besaba a San Judas Tadeo que siempre me ayudaba, hasta encontrar las cosas que mi marido todo el tiempo perdía. No es por nada pero encontré con la ayuda de San Juditas,   los lentes, los pañuelos, los cheques, hasta los zapatos de futbol que nunca recordaba donde habían quedado, o los encontraba o los golpes lloverían en mi frágil cuerpo. Lo que nunca me ayudó a encontrar el santo fue mi anillo de bodas y es que meterse a buscar en el drenaje es muy difícil ahí si ni San Judas pudo entrar. Tampoco pude encontrar la cartera con el dinero que mi esposo guardaba bajo el colchón, él dice que se lo robaron pero yo digo que se lo gastó con la Blanca, la enfermera del colegio Patrulla que estudiaba donde él.

Cada 28 de mes le prendía una veladora a San Judas Tadeo, abogado de las causas perdidas, o cuando necesitaba un milagrito, eso si pedía cosas que no fueran tan difíciles, tampoco era que metiera en aprietos a mi santo favorito y se hartara de mi.

¿Cómo fue que se hizo mi favorito?

Pues mire, fue un día que mi marido me pateó el vientre porque le contesté, no lo que él quería. Murmuré mis razones, él no las escuchó y su mano dura se estrelló en mi cara. Mi labio empezó a sangrar, asustada me tapé la cara al ver que venía un segundo golpe y un tercero. Muchos más.
Cerré los ojos y se me reveló San Juditas, le pedí que me ayudara, que hiciera que el hombre dejara de golpearme. Lo hizo pero porque él se cansó de darme golpes y patadas en el vientre.
Mi esposo me vio tirada en el agua que caía de la llave abierta, se asustó ayudando a levantarme pero no lo dejé, me daba miedo el contacto sobre mi piel llena de verdugones que se iban poniendo verdes y después morados.

Pedía a San Juditas Tadeo que se lo llevara lejos mientras me levantaba del piso. Él se fue, los golpes me dolían mucho en el alma pero no lo maldije. Le pedí al santo que le devolviera esa dulzura que tenía antaño y que ya no me golpeara.
Cuando pude tenerme en pie, fui al altar prendiéndole una veladora. Mis lágrimas eran tantas que formé un charco en mis pies haciendo que me empezaran a salir raíces. Quedé convertida en estatua por obra y gracia de las lágrimas mezcladas con el barro de mi dolor.
Al regresar mi esposo lo único que podía mover eran las canicas de mis ojos cafés, no pude decirle que San Judas me había quitado de sufrir, me había convertido en santa, en la santa del milagro de San Judas que es como me conocen en el edificio donde mi esposo cobra por dejarme ver como meneo los ojos asustada de no poder moverme.

Me llaman la Virgen del cuarto piso.

Algunas veces saco lágrimas pero es porque me canso de estar en la misma posición, es lo malo de ser santo uno no puede moverse si se cansa. Cuando lloro, los ríos de gente son tantos que prefiero tragarme las lágrimas  para que me dejen descansar un poquito.

La manía de tocar santos se me quitó desde entonces, ya no los toco, me convertí en uno de ellos. Me cansa escuchar tantas quejas y lamentos. Me molesta que me toquen con sus manos sucias pero qué puedo hacer, pasé a formar parte de las filas de santos milagrosos, los que de vez en cuando nos ponemos cera en los oídos para descansar un ratito de tanto clamor.
Los fieles me prenden decenas de veladoras que me dan calor pero es el precio que hay que pagar por ser adorada, ahora lo entiendo.

Y ya es todo lo que le voy a contestar, el que sigue porque usté ya me aburrió con su perorata.


*Esta entrevista se realizó un día en que la santa del edificio no tenía tanto trabajo allá por el ´88 antes de que  fuera pintado de gris y la santa emigrara a una colonia de más caché.














7 comentarios:

Unknown dijo...

Seguro que en los momentos difíciles de la gente, los santos tienen más peticiones, hasta de aquellos que juran y perjuran no creer en milagritos.

Pero tu historia se me antojo muy dispersa, pones personajes que están de más y demasiado larga, desperdiciando la buena idea de la muchacha maniática que después de las madrizas se convirtió en santa.
Al final me pasó lo mismo que a la virgen que entrevistabas.

la MaLquEridA dijo...

Si PHERRO caray, mezclé la historia de la niña maníatica- que existe- con la de la virgen del edificio -que existe- con la golpiza -que existió- con los milagros de San Judas -no sé si fueron tales pero si sé que existieron- con la entrevista que un día tuve ocasión de hacer a un ser especial.

Puede ser que no supe unir los elementos pero bueno ya será para la otra.

Saludos.

Carlobito dijo...

Los santos siempre me parecieron unos muñecos muy feos, no me gustaban sus expresiones.

Saludos Flor.

Ros dijo...

Ándale, pienso que más concreta hubiese quedado mejor.
Me gustó el final. También lo de virgen del 4to piso, jaja, está cotorro.

Por ahí algunos acentos, (De cómo San Juditas me...)

Saludos, =)

Dr. Gonzo dijo...

Muy original la historia de la transformación en virgen/santita, quizás sí hay elementos que yo no diría que sobran pero que no se enfocaron en el objetivo, sino que parecían repartirse la trascendencia del texto como los maltratos y los relatos del ambiente santero.

Capitan TINTASANGRE dijo...

Como semos rezanderos y creemos en santos.

hasta para echarles la culpa de nuestros errores.

yo no le rezo a los santos. Aunque a veces me gustaria creer en ellos.
y sentarme a esperar que me hagan el "milagro".

malque...me gusto tu idea, es muy original y divertda en algunas partes, dramatica en otras pero eso si...
muy real ...muy humana-

Pinchesendic dijo...

La parte final fue la que más me gustó la idea de una estatua milagrosa, la santa del cuarto piso, estuvo muy creativo toda esa parte.