“Todo es cuestión de perspectiva”
Era el último sábado de aquel Octubre, eran las 10 de la
noche y la luna llena devoraba con su brillante color, una gran parte del
firmamento. Ahí estaba sentado con Carolina, ojos grandes y muy negros, camisa
de franela, y con su tan típica sonrisa de sábado comiéndole la cara.
Carolina y yo éramos desde cuarto de primaria, cuando yo acababa
de llegar al colegio “Miguel Hidalgo”, este colegio que solo tenía 3 salones.
Recién había llegado, me presentaron al grupo que ya llevaba 4 años de
conocerse y por sus caras no aceptarían a una persona nueva en su muy exclusivo
círculo. La única niña que me sonrió y me cedió la mitad de su pupitre fue
Carolina, blusa de tirantes y una cola de caballo muy bien hecha para ser las
11 de la mañana. A las semanas enfermé y me tuvieron que operar y la única
persona que me fue a visitar a la casa fue ella y aunque nunca le dije donde vivía,
era muy fácil dar con las casas cuando vives en un puerto que pretende ser
ciudad, pero que no es mas que un pueblo.
Terminó la primaria y estando sentados en las escaleras de
aquella iglesia donde se había oficiado nuestra misa de graduación, estábamos mirando
el infinito y surgió la pregunta:
-Donde vas a estudiar la secundaria?
Si me lo preguntan, no supe que contesté, pero al cabo de un
par de semanas, ya estábamos inscritos en la misma secundaria, separados por
varias aulas. Ya no íbamos a un colegio, sino a una secundaria federal. Ella
era un poco mas astuta que yo en muchos aspectos, yo nunca me había subido a
los camiones o ir mas allá de 10 kilómetros alejado de mi casa. Ella siempre me
acompañaba, me decía: “te acompaño, por si olvidas el camino de regreso”.
Durante la secundaria seguimos siendo mas amigos, y aunque las hormonas afectaron
por un breve lapso nuestra gran amistad, nunca dejamos de serlo.
Terminando la secundaria, fuimos al bajío de fin de cursos,
y estando sentados en las escaleras de aquella prestigiosa universidad,
decidimos estudiar en la misma vocacional.
Mi pueblo, seguía siendo el mismo, Carolina, seguía siendo
la misma, éramos unos nostálgicos empedernidos, ya que, cada que había oportunidad
nos escapábamos a la capital, a la feria de todos santos o a Comala a
embrutecernos con alcohol.
Aunque éramos muy amigos, teníamos gustos diferentes, a ella
le gustaba La arquitectura y a mi… Bueno, no tenía ni idea de lo que me gustaba.
Llegó el momento de decidir que carrera estudiar, y como era sabido, teníamos que
salir de aquel pueblo con costa e ir a la capital, la gran ciudad, una urbe
completamente diferente. Acompañado de
Carolina, seguro no olvidaría el camino de regreso, pensaba mientras leía
las carreras disponibles.
Al poco tiempo y en carreras completamente diferentes, nos
dimos cuenta que esa capital no era mas que la misma ciudad que habíamos dejado,
solo que llena de más gente, pero en esencia era lo mismo.
Nunca pudimos ser novios, ni tener nada más que una muy
buena amistad y solo eso.
Carolina y yo, éramos unos nuevos desempleados, con un título
de piel de porcino, pero sin nada donde laborar. Así que empezamos a buscar por
todos lados, pero era de esperarse que en una ciudad tan pequeña las
oportunidades se reduzcan considerablemente, así que hicimos lo que mejor
pudimos y entramos a trabajar en lo primero que hubiera.
6 meses habían pasado ya desde que entramos a trabajar a
aquella nueva plaza comercial, estábamos en la azotea de la misma, eran las 10
de la noche y nos acompañaba 6 latas de cerveza muy frías.
-Mañana me voy, ya no quiero trabajar aquí, quiero algo
nuevo o buscar algo mejor o simplemente diferente- Le dije mientras la veía.
Juro que nunca la había visto llorar, al menos por mi culpa,
pero esa vez lloró y me abrazó, porque ella sabía que era una despedida.
Toda mi vida cupo en una maleta roja y una azul, una laptop
y una mochila que me había regalado Carolina.
Ni amigos, ni familia me llevaron al aeropuerto, solo
Carolina con ojos rojos y una cajita verde en sus manos. Aunque me quise ir
desde hace mucho, a conocer realmente una Ciudad, una metrópoli, algo tan
contaminado que te lloren los ojos de tan solo ver el smog; En el fondo no quería
dejar mi pequeña ciudad, pintoresca y llena de casitas de adobe y techos
bajitos, de casonas con patios en medio de la casa, de calles repletas de
naranjos o cualquier árbol frutal.
-Y si no te gusta el olor de la ciudad? Y si no logas
soportarlo?
-Lograré superarlo
Carolina y yo, siempre sostuvimos la idea de que todo tenía
su olor particular, Sabíamos que hasta los mocos tenían su olor único, pero que
con el paso del tiempo, nos acostumbrábamos a ese olor. Suspiré mientras aquel
avión rugía y el aeropuerto anunciaba mi vuelo.
Me entregó la cajita y me dijo:
-Aquí viene todo lo que te puede ayudar a encontrar el
camino de regreso.
Años más tarde me di cuenta que al abordar aquel avión perdí
todo rastro de propiedad por alguna ciudad, ya que, en algunas soy un
provinciano, aun y cuando no existen las provincias, o para otros no tan ortodoxos
me dicen chilango, aun y cuando ellos
son los chilangos, o por el rastro de historia hasta soy jalisquillo o peor aún si leen mi acta de nacimiento me dicen cachanilla.
Cada que llego a una ciudad más grande que la anterior me
agrada por un tiempo, pero es solo cuestión de tiempo y perspectiva que es exactamente
igual a la anterior, solo que con un poco más de gente y menos personas.
De Carolina nunca supe nada, la cajita nunca la abrí por miedo de volver al camino de regreso.
9 comentarios:
Te aconsejo que los números los pongas con letra, es la manera correcta de plasmarlos en un texto literario.
"eran las diez de la noche..."
En algunas ocasiones me perdí, como en:
Carolina y yo éramos desde cuarto de primaria...
¿Éramos qué?
Creo que en general te faltó una última revisada-pulida para evitar la repetición de palabras, la redundancia de ideas, acentitos que por ahí se te fueron...
Me gustaron los trazos pintorescos que logran verse en el post.
¡Saludos!
no deseo redundar pero es verdad falta y sobra. una pulida...
sin embargo es una buena historia de quien so se deja atrapar por un lugar y necesita otro.
y al final es absorvido y de nuevo quiere mas.
y sin embargo como decia aquel. somos el mismo cavernicola de hace un millon de años.
Ningún camino es de regreso, hasta que vuelves a andarlo.
Me imagino que estás en busca de un estilo, lo cual es entendible y respetable, pero a veces tus frases no logran crear una imagen suficientemente atractiva como para cautivar al lector.
En ciertas partes este texto se lee inconexo.
El texto está chido pero si falta esa pulidita que ya te han recomendado. Saludos
Pienso que aunque la historia está entretenida, lo mejor de ella es el final, no tiene madres. Felicidades
Sigo con la misma sensación de tus anteriores entregas y no ha habido cambio alguno desde entonces.
Coincido en que no aclaraste de principio que eran Carolina y el protagonista.
Por lo demás me gustó la historia sobre todo el final, yo quería saber qué contenía la cajita verde.
Saludos
Esta historia me parece que le he escuchado ya muchas veces, y claro, se vale, la cuestión es la forma en la que está contada, la tuya me “huele” más a aquellas historias… El final se hace una guillotina, justificas el tópico de la semana, sí, y decides rescatar a Carolina, que como bien dijiste, estaba más que pérdida.
FERCHO! MI BUEN FER...CHO! SI CAROLINA EXTRAÑASE TANTO A SU AMIGO COMO YO AL MIO, NO CABRÍAN TANTAS LETRAS EN LOS BLOG´S DEL MUNDO ENTERO PARA DESCRIBIR ENORME NOSTALGIA!... UN ABRAZOTE DESDE GDL PARA EL ESCRITOR Q A PESAR DE LA DISTANCIA, SIEMPRE LOGRA SORPRENDERME!!! :)
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