Un
continuo golpeteo interrumpe mi sueño, me va sacando poco a poco del sopor.
Repentinamente un golpe más fuerte me hace ver todo como en cámara lenta,
además las cosas parecen estar entre neblina. No percibo exactamente donde
estoy ni mi condición, escucho un murmullo lejano y siento algo llevándome de
un lado a otro, la reacción de mis sentidos está muy retardada. Mi más cercano
recuerdo tiene que ver con una fría madrugada, muchas personas esperando la
llegada de un autobús y yo drogándome, con el fin de darme el valor suficiente
para abordarlo y llevar a cabo un asalto.
Pero mi
intención se ha frustrado, la droga me sumió en un profundo y pesado letargo,
me veo reducido a un alfeñique sin gobierno de su cuerpo; mi cabeza estuvo balanceándose
sin control varios minutos, rebotando contra el cristal de la ventanilla y en
una brusca frenada del autobús, impactó de lleno contra la nuca del pasajero
que viajaba delante de mí, dejándolo desmayado en su asiento, además mi cuerpo
desmadejado fue a dar sobre la mujer sentada al lado mío, causándole un gran
susto y mucha molestia, por lo que ha pedido la ayuda de los demás compañeros
de viaje, los cuales, solícitos acudieron a auxiliarla, a pesar de mi torvo
aspecto, pero aprovechando el deplorable estado en el que me encuentro.
De
pronto vienen a mi mente los gritos de algunas anteriores víctimas de mis
delitos:
-¡Algún
día las vas a pagar todas juntas, hijo de perra!
Rápidamente
siento algo subir desde mis pies, da vueltas en mi estómago, me atenaza del
cuello y trata de despertar mis instintos: es el miedo. Algunos hombres mayores
y jóvenes me tienen sujeto por los brazos, me sacuden con violencia, veo sus
bocas moverse y gestos amenazadores en sus rostros, un par de mujeres me están
golpeando, pero no logran dañarme. Dentro del alboroto, en medio de la turba
enardecida, yo parezco ausente, empiezo a darme cuenta del peligro, pero la
alta dosis ingerida me tiene prácticamente indefenso.
Al
parecer esta será mi última osadía, me dejo caer de rodillas para que la gente
por fin me domine, cuando alcanzo a escuchar una furiosa exclamación:
-¡Hay
que matarlo, le haríamos mucho bien a la sociedad eliminando a esta lacra!
Por
unos instantes, estos desconocidos discuten tomar la justicia en sus manos, no
estoy en posición ni condiciones de solicitar su bondad; anticipándome a
cualquiera que sea su decisión, hago acopio de fuerzas y comienzo a forcejear
para librarme de los captores, sin embargo la lentitud y debilidad de mis
movimientos únicamente los animan para empezar a agredirme, al principio nada
más siento como empujones, pero cada golpe va despertando mis sensaciones,
trato de ponerme en pie entre puñetazos y patadas, muchas lanzadas sin
precisión ni fuerza, pero la cantidad y mi pobre situación, les hace fácil la
labor. El chofer del autobús se acerca a mí, armado con un bate, eso sí es algo
peligroso, pienso y al grito de:
-¡Chinguen
a su puta madre!,
arremeto
contra las personas que se encuentran ante la puerta de salida.
Mientras
todo esto ocurría, alguien debió llamar a la policía, ya se escuchan las
sirenas, me queda poco tiempo; agarro fuertemente a un muchacho y proyecto su
cuerpo contra la puerta, esta se vence bajo su peso y yo me lanzo
desesperadamente, en la tentativa de alcanzar la calle. Jirones de mi ropa se
quedan en las manos de los coléricos pasajeros, sus ansias de venganza no
quedarán satisfechas, no a costa de mi vida; pero todavía no estoy a salvo, el escándalo
ha llamado la atención de otros transeúntes y se aprestan a detenerme, por si
fuera poco, la policía ha llegado. Por primera vez en mi larga carrera
delictiva, me veo acorralado.
Sin
embargo reconozco el sitio donde nos hemos detenido, es una terminal de
autobuses de transporte público, el sol ya ha salido, deben ser alrededor de
las siete treinta, la multitud puede jugar a favor o en contra de mi escape.
Simulo
sacar algo de la parte trasera de mi pantalón y la gente retrocede, un policía me
conmina a entregarme, pero eso es lo último que pasa por mi mente. Mido el
terreno, conozco a la perfección cada tramo de este lugar, sus pasillos y cada
una de las bardas, puedo atravesar el laberinto sin alas.
El
primer obstáculo es una malla metálica, la escalo sin dificultad, los azorados policías
y usuarios del transporte me ven iniciar la huida, en el momento justo la droga
me da el efecto deseado: pura adrenalina; algunos peatones se animan a
seguirme, gritan amenazas tratando de asustarme, pero nada me distrae de mi
objetivo, nunca vuelvo la vista atrás,
esta vez no logré el botín, mas mi libertad es primero.
Escucho
varias detonaciones de pistola, sin embargo los policías no cometerían la
imprudencia de disparar directamente contra mí en un lugar tan concurrido, no
me detengo, el miedo sólo me impulsa hacia adelante, además ya me encuentro
bastante lejos de ellos, internándome en una zona de la terminal donde la
muchedumbre se apretuja y con suerte por acá, nadie se habrá percatado del
incidente.
Sigo
corriendo, ahora sí, de reojo volteo, mis perseguidores se rezagaron entre
tanta gente, autobuses, camionetas y puestos de comida, pero no puedo darme el
lujo de sentirme a salvo, mi apariencia denota que estuve en problemas, me doy
cuenta de tener la cara muy golpeada y mi ropa está destrozada, las personas se
alejan de mi, pero murmuran, cualquiera podría avisar a la vigilancia,
estropeando el plan.
Tras
correr más de veinte minutos en línea recta, saltando bardas y chocando con la
gente, llego al otro extremo del paradero, casi lo he logrado; veo a un hombre
y a una mujer abriendo su local de ropa, cuelgan las prendas en ganchos, yo
necesito vestirme para pasar desapercibido, ellos comienzan confiadamente su
jornada laboral, tienen lo que necesito:
una
camisa y una gorra, es todo.
El
Diablo vuelve a lanzar los dados, tuerce la suerte y yo paso sin llamar la
atención de los vendedores, cojo las prendas, sigo caminando, rápidamente me
escondo entre dos puestos cerrados, no lo pienso mucho y me cambio de ropa, me
calo bien la gorra.
Ando de
nuevo por el pasillo, un autobús está saliendo de la terminal, algunas personas
corren para subirse, aminora su velocidad, lo abordan, un pensamiento me asalta, corro
también y subo al camión en marcha, no puedo irme con las manos vacías.
Ya
adentro, inicio mi rutina:
-¡Esto
es un atraco!
8 comentarios:
Y también retrasado, se supone que tu día de posteo es los domingos.
Saludos.
Así es RoS, me disculpo por el retraso, pero no quería dejar de participar.
Trataré de evitar esto en los siguientes temas.
Saludos.
Me confundí con tu post, primero nomás veía el título... qué bien que ya puedo verlo completo. Leo y regreso.
:)
Y chido, chido que postees.
Regresé.
Tu escrito me hizo viajar a un lado del hampón, disfruté de las descripciones como no lo había hecho en mucho tiempo al leer un post.
La parte de la personificación del miedo se me hizo fregonsísima.
Me gustó y te aplaudo.
La verdad el escrito está muy bueno, aunque sólo no me quedó muy bien entendido el porqué lo detienen al principio la gente, según el escrito, el protagonista iba asaltar, antes de dio un toque con mota, coca, crack o lo que sea, y quedó tan pendejo que no lo dejaba ni moverse, a tal grado que en una brusca frenada del carro golpeó al de enfrente y de ahí lo empiezan a madrear y agarrar, ¿por qué? si no había hecho nada, iba a hacer sí, pero hasta ese instante el tipo era un pasajero más y punto.
Fuerte, duro, crudo, feo, a veces como la ciudad.
Me late la historia, sólo me da cierta comezóm (me rasqué y no se me quitó) el hecho de que el tipo es bastante lúcido en varias partes de su relato como para alguien que está drogado.
Este tipo de palurdos son los que debían morir, tipos que hacen daño sin importarles más nada que seguir siendo parásitos.
Publicar un comentario