viernes, 14 de octubre de 2011






Llegué tarde a la llamada de los ochentas. También a mi propio nacimiento como el ahora que llega tarde a la cita del después. No fui ni blanca ni morena era morada, sí, morada, aunque les cueste trabajo creerlo y traje bajo el brazo de mi madre un terremoto tres meses y seis días después. “Se cayeron los aguacates del arbolote” contaba mi abuela recordando ese día mientras mi madre se agregaba  al relato expresando el “miedo abismal” de que mi incubadora se sacudiese y no prestase el servicio que mis pulmones no hacían. Aparecí a la mitad de los ochentas y los habité mucho más de lo que advertí: una época sobrepasa los años que le tiene asignado el tiempo y no hay memoria colectiva de ella, sólo huellas que conforman nuestra vida personal. Me apellido igual que mi madre y con ello, igual que los hermanos y hermanas de ella. Sin esos hermanos postizos que mi madre me dio a través de la carencia del padre, los ochentas no hubieran llegado a mí. Con su parecido a Olga Breeskin y Gina Montes, mi madre nos soportaba y criaba a todos aparentando en esa belleza de vedette el cansancio por sacar adelante a una familia que no parió. Sólo con el tiempo entendí que no merecía mis reclamos por los vestidos apastelados ni por las hombreras con las que me vestía. Mi casa fue un popurrí de los ochentas. Adi estaba enamorada de Emmanuel e intentaba imitar con maestría, cuando me peinaba, el fleco que se hacían las Flans; le gustaban los chocoroles fríos y mecerse en la hamaca del patio de atrás mientras cantaba Corre, corre por el boulevard… Con la “Güera” mi relación fue estrecha, compartimos sudores todos los domingos por la mañana cuando veíamos las luchas en la sala, intentábamos imitar la quebradora y al final alguien salía lastimada, yo era una enana y su fuerza bruta por su pasión a Máscara Sagrada y al Perro Aguayo le hacía olvidar que era solo una niña. Rafa y Fer eran los dos hombres de la casa, melómanos, sobretodo Rafa que coleccionaba acetatos y grababa en la videocasetera BETA, después en la VHS, los videos de la MTV. Cuando les tocaba la limpieza de la casa se iban a la tiendita de la esquina por gansitos, duvalines y churrumaís, ponían música a todo volumen y aprovechábamos para bailar e imitar algunos de nuestros videos favoritos: Domino Dancing, un poquito de Faith y para terminar mi actuación estelar, la Isla Bonita. Me decían “la cache” y les gustaba cargarme, darme vueltas, alucinaban con que me gustase su música, con mis disfraces. Ellos ya no se acordaran de aquellos días. Fernando era capaz de meterse un gansito entero a la boca, yo siempre reía cuando lo veía, mientras mi madre le decía “tú no comes, tragas”. Rafa aún no sabe que gracias a él me convertí en fan de todo el imaginario musical ochentero, su música fue mi música de la adolescencia, la de mi despertar a la calentura, la que me alejó de todos porque nadie conocía a los grupos que me gustaban. Recuerdo en la secundaria mi pasión por Duran Duran y la desilusión porque que ya no vivías en la casa, no había quién me prestase los discos, mucho menos amigos con quiénes compartir la afición. No quiero decir que él fue mi amigo, seguramente fue más mi hermano pero también un amor platónico de los ochentas con sus pantalones agujerados a lo George Michael. Todos fuimos partiendo, menos mi madre que también me enseño sus propios ochentas cuando los fines de semana cocinaba papas fritas con pescado y me hacía cantarle los éxitos de María Conchita Alonso. Cómo le agradezco sus amaneceres a las 7 de la mañana del domingo para acompañarme a ver Chabelo, ella dormía con su cabeza en mis piernas mientras yo cantaba el Garabato Colorado. Yo también le acompañaba todas las noches, cuando terminaba sus labores, a ver su novela de las 9, La casa al final de la calle, recuerdo que intentaba taparme los ojos en las escenas más feas, como decía, pero al final terminé gestando un miedo a las muñecas clásicas que me acompañó casi durante toda mi vida.
Son los ochentas y tengo nostalgia de una familia que sólo existió en mi memoria.

6 comentarios:

Ros dijo...

Llegaste medio pronto, medio tarde.
;)

Este relato me divirtió, también hizo que se me antojaran los desaparecidos ¿flipis?

Este relato me supo al hijo sandwichito entre el hermano 80 y la hermana 90.

En lo personal, para que la torta bajo el brazo tuviera más fuerza, yo habría exagerado-inventado el dato:
traje bajo el brazo de mi madre un terremoto tres horas después.

Lo disfruté, sobre porque me identifico con lo que mencionas.

Saludo.

NTQVCA dijo...

Lo de nacer morada me obligo a quedarme hasta el final, que bola de recuerdos me trajó tu relato, gracias.

Dr. Gonzo dijo...

Suave el relato, coincido con Ros en el aspecto del terremoto, como que pierde fuerza si fue algunos meses después no? Con todo, la parte de lo que se vuelve inherente a uno (lo que no olvidas) es lo que más me cuadra de tu escrito. Chido jugar a las luchas, ya hubiera yo querido un punching bag como tú tuviste.

Unknown dijo...

Un buen paseo, desde tu perspectiva, por los últimos años de una década y los primeros de tu propia historia.
Una década que vio el nacimiento de lo que hoy son las tecnologías digitales y el fin de la guerra fría, en un mundo que disparó su acelerado cambio climático y la creciente paranoia global por el supuesto y muchas veces pospuesto fin del mundo.

Chidos los recuerdos Augustine X.

Pinchesendic dijo...

Los flippys rules, y también los keykitos. alguien llegó a comer un coco choco que era una galleta crujiente con relleno y cubierta de chocolatee, o tomarse un jugo capi de de Uva, o cuando había barritas de higo. Pinches ochentas fueron mi niñez, cuando las caricaturas eran bonitas, bobas y jotas, pero con harto cariño. Lo único que hoy odio (pero en su momento amé) de mi niñez era la ropa que me ponía, una playera realmente fea de colores estrafalarios, pero otras de E.T. o una del guasón que mi mamá siempre me escondía.
Veía los cuentos del espejo, con Andres Bustamante, como el presentador de nombre Timo. Imevisión tenía una buena programación que incluía series como La gente del mañana, Los gemelos Edisson, Historias del Lado Oscuro y Manimal.

Coño, me gustaría tener un diario para haber escrito todo eso en su tiempo y hoy poder leerlo para revivirlo.

Por cierto buen escrito

Fantasía psiquiátrica dijo...

Encantadora la narrativa de ese matriarcado en donde esos cuates te hicieron justicia en tendencias y música; las comidas de las jefas en los ochentas por lo general (y acertado esto que dices) se acompañaban de papas, en diversas presentaciones, ¿Sabes? la papas son una “tubérculo” muy ochentero.
Deja de llegar tarde a las citas del después. Y esa singular familia que perpetúe en tu memoria.
Saludotes mi Nani.