lunes, 12 de diciembre de 2011

Cola de perro



«I asked a painter why the roads are color black,
he said, Steve, it's because people leave and no highway can bring them back».
"Le pregunté a un pintor porque los caminos son negros,
El dijo, Steve, es porque la gente se marcha y no hay carretera que pueda traerles de vuelta".
Random Rules, en el álbum American Water,1998, de la banda Silver Jews.

El místico desierto de Zacatecas proyectándose a toda velocidad por las ventanillas laterales del automóvil. Es el ocaso. Ya el Sol se desangra detrás de imponentes cerros que alguna vez hubieran estado cubiertos de agua salada. Y como no iba a serlo, un gran misterio, si antes de ser desierto fue mar y sólo en la relatividad del tiempo se le podría cuasi significar de manera acertada. Mientras lo atravieso a toda velocidad montado en la arrogancia característica de nuestros días tecnológicos, me pregunto si no será que ya he pasado por este lugar tan familiar, alguna vez. El valle frente a mí está partido en dos por una elongada cicatriz negra que luego serpentea, allá, a lo lejos, en las faldas de aquellos cerros que imagino oscilantes debajo del cielo purpura. Es el anochecer el que me persigue, ya lo había dicho Alexander Supertramp, que el camino siempre apunta al oeste. Bajo la ventanilla para escuchar el grandioso silencio y apago el estéreo. Jose Gonzalez así, sin acentos, tendrá que esperar tu arpegio a que pase este silencio. No tengo intención alguna de llegar a ningún sitio, en realidad no quisiera que la carretera terminase jamás, me estoy comiendo el horizonte. Aquí es el hogar, o fue, allá atrás, ahora lo será el de más adelante. Cae tras de mí la noche estrellada, y hay ganado muerto a la orilla de la carretera, alimento para coyotes, que salen despavoridos ante el ruido del vehículo. Hermoso animal escurridizo, el coyote. Venerado por las culturas indígenas del norte del país, símbolo de misticismo, deidad y brujería.

Procuramos la carretera cuando buscamos respuestas a preguntas llanas que a veces pueden resumirse en un simple ¿qué madres estoy haciendo aquí? La más retórica de las preguntas debe ser esta. Así pues, treparse al Chevrolet destartalado en busca de una respuesta inexistente. Como el perro que persigue su propia cola, la carretera sigue una ruta predefinida. La carretera solamente nos lleva al final de la carretera, como la cola del perro lleva al perro, la analogía de la vida, de ahí nuestro enamoramiento con los caminos, sobre todo los menos transitados, los que retienen el enigma. Los caminos parecieran ir a algún lugar.

El joven ingenuo se hace al camino con sus pocas pertenencias en la mochila o la cajuela, que para el caso de lo que aquí quiero explicar es lo mismo, y pienso en el verso de Serrat, que leí por vez primera tallado en una madera corroída por la humedad, estacada a la orilla del sendero que llega hasta la cima del Chirripo, en Costa Rica, mientras recuperaba el aliento, «Caminante no hay camino, se hace camino al andar». Había escuchado esa frase cientos de veces pero siempre fuera de contexto, en reuniones familiares que terminaban en desmadrugadas eternas de boleros y esas cosas. Frase tan soberbia como humilde, que me entra por fin en la cabeza de sopetón y me hace casi mojarme los pantalones de la emoción, o era el cansancio, o el frío de la montaña más alta de Centroamérica, en aquel día de Febrero del 2007. Aquel fue un viaje que duro alrededor de dos años en los que buscaba respuestas en el camino, precisamente, aquellas respuestas a las cuestiones de la existencia y del significado de la vida que no podemos aprender de algún maestro, ni leer en el wikipedia. Solamente hace falta dar el primer paso sobre el negro asfalto, o el verde sendero, avanzar el primer kilometro y significa adentrarse en los confines del universo, en el insondable camino sin retorno de la vida. Por mi parte he pasado mucho tiempo en las carreteras, ya sea a pie, en coche, en bicicleta, en autobús, y en bateas de redilas, de día o de noche, bajo el primaveral sol de Abril o la niebla de la Sierra Madre Oriental, a través del tibio aire del Caribe o el gélido invierno canadiense. “Y el que tiene facha de trotamundos, ese, ¿cómo se llama?” solía preguntar el maestro del curso de español de la universidad, cuando no llegaba a tiempo, de manera premonitoria y completamente a mis espaldas. La realidad es que ni siquiera llegué a ser uno de a de veras, de los de hueso colorado que se aferran a las orillas de las carreteras para llamarles hogar, y que tienden sus harapos al costado de sus Royal Enfields, y utilizan el calor del motor 500c.c. a manera de calefacción para la habitación con cielo raso estrellado. Locos, empedernidos todos ellos, libres como el viento. De las personas verdaderamente libres que he conocido, son trotamundos que se han hecho a la carretera sin amarraduras, sin dejar nada atrás que pueda frenarlos. Luego han de llegar a viejos contando historias que no se las creen ni sus nietos, y todo el mundo los tildará de locos y ellos reirán a carcajadas para sus adentros, porque sabrán que la vida es un camino sin retorno, que aunque no lleva a ninguna parte, además del final, es una perpetua transformación, y que lo único que cuenta son los momentos que logramos disfrutar, los paisajes que logramos absorber, las hermandades que llegamos a forjar, los ríos que logramos cruzar, los puentes que tuvimos que construir para cruzarlos, y hasta los que prendimos en llamas por el puro placer de verlos arder, a sabiendas de que nunca, jamás, habría vuelta atrás. Ahora la cosa es distinta, aún exploro los caminos, sólo que no tengo prisa, tal vez comprendí que no soy otra cosa que la cola del perro, y el perro, y por otra parte, es verdad, ningún camino logró hacerme regresar.

9 comentarios:

Vale dijo...

Gracias acabo de recordar algo que habia olvidado. Cada paso es nueva experiencia aun que el camino paresca igual y repetitivo al final tiene un efecto dentro de ti que no puede retroceder ya nunca eres el mismo.

Augustine X dijo...

Que bueno tener escribicionistas invitados como tú. El texto me ha gustado, me han atrapado las metáforas y la construcción del texto a través de ellas: la pérdida en las carreteras, su prolongación infinita pero, sobre todo, la idea de que no hay camino ya dado sino aquél que se recorre y sobre el cual se viaja.
Gracias por el texto.
Saludos

Ros dijo...

Pfff, este texto me ha enchinado la piel.
Como ya lo mencionó Augustine, se agradecen este tipo de lecturas.
Me gusta tu manera de contar una, o varias historias a partir de un camino que se proyecta por las ventanillas. La hilación que va tomando el texto y lo confinado que ha quedado.
Disfruté del paralelismo con el perro. Desde el título me atrapó.
Todo tu texto está plagado de intención, tus recursos son ricos. (Se te escapó un acento: un viaje que DURÓ).
Qué gusto, un placer.

Dr. Gonzo dijo...

La suertuda experiencia del viajero, deberían inventar un síndrome para eso, el síndrome del trotamundos.
Bien redactado, dos acentitos que ni se notan y la parte de la interiorización bien reflejada. Las imágenes me parecen suficientes, pude imaginarme un montón de cosas que no conozco, como paisajes, eso debe ser bueno.

Paco Payán dijo...

Un cúmulo de imágenes que no sobran y enriquecen el texto al punto al que quieres llegar. Me ha gustado las metáforas como comentan arribita. Buen escrito.

"... comprendí que no soy otra cosa que la cola del perro, y el perro, y por otra parte, es verdad, ningún camino logró hacerme regresar".

Esperemos tenerlo por acá con más escritos señor Aldous.

Anónimo dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Anónimo dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Unknown dijo...

Me hubiera gustado que este viaje fuese más largo.
Aunque lo que ofrece para imaginar, da para bastante rato.
Es de esas lecturas que, en lo personal, quisiera se extendieran páginas y páginas.
Plagada de buenas frases y anécdotas interesantes que capturan inmediatamente la atención.
Por mi parte nada que criticar, me gustó la manera de narrar.

Anónimo dijo...

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