jueves, 23 de febrero de 2012

De bisteces y actitud noventera



Gomas de migajón previa inserción debajo de la trusa para dejarlas con rajas de canela en los pupitres de las chicas chic del momento, idas de pinta para terminar en el billar fumando como chacuaco, eructos por los pasillos que se escuchaban hasta las montañas, cortes de cabello estilo hongo,  mochilas volando del tercer piso para caer en algún distraído llevándolos al desmayo, sudaderas y suéteres amarrados a la cintura, playeras de nirvana, guns, iron maiden, slayer, megadeth a todo lo que daba para denotar tu disidencia debajo de la chazarilla, espejos en los zapatos para observar el paraíso femenino que empezaba a punzar en los febriles pensamientos, bolitas descomunales para aleccionar a los rajados, fajes a escondidas en el camión destartalado. En el baño: quiero picha, mámate este becerro, puto el que lo lea, a Miguelito del 2 “A” no se le para, te amo Sofía aunque andes con Rodrigo y un sinfín de leyendas acompañaban la estancia mientras tirabas tu agua de piña. Todo estaba a pedir de boca, tan sólo bastaba tomarse el riesgo y saltar al grupo atípico de tu preferencia ante la cara estupefacta de los nerd. Cómplice de cientos de historias, la mirada vigilante del cofre de Perote albergaba el recinto cada mañana. La secundaria tenía ese toque especial, el abandono de la niñez había quedado en la banqueta. Un mundo de posibilidades se abría ante tus ojos.
Por aquellos años iba a paso lento con mis compinches de andanzas. Con los bolsillos del pants atiborrados de cuernitos de manjar, huevos kínder y demás confitería que ofertaba la cafetería, de la cual,  extraíamos en forma hábil y despreocupada como auténticos ladronzuelos nos dirigíamos a la covacha de Don Coleo (un viejecillo cercano a los setenta años encargado de la limpieza). Era a todo dar el ruco, entre jergas, cubetas y periódicos nos contaba historias jocosas sentado en la vieja silla de madera, a veces escuchábamos la radio polvorienta cuando no entrábamos a clases mientras nos refería historias de generaciones ya extintas para nosotros.

-          ¡Qué ondón chamacos!

-          Nada, aquí ya sabe mi buen Coleo pasando a visitar.

-          Mis natas, de seguro se la andan jalando pinches calientes.

-          No la muele Don, nosotros por la derecha.

-          Qué ¿a poco no se la jalan?  o me van a salir que son puñales.

-          Clarín, cheque las manos bien callosas inche ruco.

-          Qué va ser pinches chamacos huevones.

-          Y qué, ¿ya se han tronado una chicuela? O na’más naranjas.
La mirada cruzada de la palomilla dejó entrever que lo más cercano al contacto mujeril que habíamos experimentado era nuestra preciada colección de penthouse, playboy y private que buena compañía hacían por las tardes.

-          Pues les voy a dar un consejo mientras se deciden a ser hombres.

-          Pues dele chinga.

-          No pierdan detalle: cuando no esté nadie en su casa agarran un bistec del refri y lo ponen a freír, que les quede a medias entre crudo y frito.

-          Simón y luego.

-          Lo dejan un ratito ahí, le ponen un poquito de aceite pa’que resbale y se la jalan de lo lindo.

-          No chingue inche ruco loco, qué mamadas son esas.

-          Ohhh chinga me cae, van a saber lo que amar a dios en tierra ajena.

-          Eso sí, cuando se vengan lo hacen en el bistec, lo terminan de freír y se lo papean. Van a ver que se van a poner bien mamados.

-          No tiene madre inche viejo.

-          Ahí nos vemos, se lo lava puta ruco ardiente.

¡Ohhh me cae que es neta!, pero bueno ya lléguenle escuincles, luego les cuento la del afilador culeros pa’que se pongan perrones. El estruendo de su carcajada se alcanzó a escuchar cuando dábamos la vuelta por el pasillo que daba a la cancha.

3 comentarios:

Hansel Toscano Ruiseñor dijo...

Un momento en el tiempo de exquisita incorrección, queda grabado en tu memoria justamente en el cajón del humor negro. Pareciera algo trivial, pero en vista de los sinsabores de la vida cotidiana, vale puro oro ese recuerdo ¡Vientos!

Dr. Gonzo dijo...

Una estampa típica y atemporal de los días de secundaria. El relato se suelta solito y es entretenido. Bien.

Anónimo dijo...

Augh, en definitiva, no olvidaré lo del bistec, gracias, este texto me dejó huella, snif.
Este texto me hizo volver a esos tiempos, me hizo volver a ser la ñoña que se quedaba estupefacta.
Entretenido y ligerito, ¡vientos!

ROS.