miércoles, 8 de febrero de 2012

Entre azul y verdes noches

Una vez, hace cincuenta años, vivió Genaro en Coquimatlán, cerca de las vías del tren. Enfermero de profesión y soltero de toda la vida, dedicó sus años a cuidar de su madre.

En el pueblo se rumoraba que era maricón, pues sus ademanes delicados contrastaban con la mayoría de las gentes. Lo cierto es que nunca se le conoció pareja sentimental. Era común verle en compañía de sus colegas de trabajo –todas ellas enfermeras del centro de salud–, yendo a comprar una paleta de tamarindo, o sentados en una banca del jardín, mientras rolaban turno.

Su madre un día murió, y él quedó sólo, y viejo, y triste viendo cómo el tren se extinguía. Se le ocurrió, después de jubilarse, mudarse a la capital, para olvidarse de las caras hipócritas que a escondidas lo llamaban maricón.

En su nuevo departamento, y con la libertad que otorga una ciudad habitada por extraños, un día se le ocurrió maquillarse los ojos como Margarita, su mejor amiga, y salir así a la calle. Pintó de violeta sus párpados y engrosó con rímel sus pestañas. Se subió a una combi roja, y los extraños, le miraron con repulsión. No eran los habitantes del pueblo, pero aún sentía ese dejo de aversión que en Coquimatlán recibía.

Al día siguiente, además de sus ojos, pintó sus labios y entró a una plaza comercial con una sonrisa hecha de pintura. Unos niños, al verle, corrieron espantados.

Días después, combinó labios y ojos, con una peluca rosada. Una gorda le extendió una moneda y le dijo que le faltaba un traje.

Genaro guardó la moneda en su bolsillo izquierdo y fue en busca de un uniforme, compró uno de segunda; la encargada del local también le recomendó un par de enormes zapatos rojos.

La mañana siguiente, el colorido uniforme colgaba del lazo, los rayos del sol lo penetraban, era un overol de muchos verdes y azules, Genaro estaba sentado a un lado de él, era un esqueleto en calzoncillos con los ojos clavados en aquel traje, era Genaro sin su sonrisa de fantasía y sin el volumen que el traje le daba, su cuerpo gastado veía en el aire que la libertad tenía colores, los colores del traje. Sonrió.

Así fue como poco a poco se convirtió en Payaso, desde entonces le roba el tiempo a la gente, que le paga para reírse; aunque para él, lo importante es maquillarse los ojos, y ahora sí, ver con ojos de mujer, a los muchachos que pasean en la alameda.

7 comentarios:

Anónimo dijo...

Triste y conmovedor, pero al mismo tiempo sutil. Vaya forma de encontrar una salida para ese sentimiento que estaba encadenado en un pequeño pueblo y la forma de ocultar ese deseo. Chido Ros. Me encanta tu forma de escribir.


Siracusa

elpresley dijo...

Me gustó mucho tu relato. Jugaste al despiste. Pensaba que Genaro terminaría en alguna carroza de esas que se montan en las "Gay Parade" vestido de "loca".

Tierno y cruel tu relato de la soledad humana.

Un abrazo.

Augustine X dijo...

Sí, interesante la mezcla y las salidas del texto. Saludos

Paco Payán dijo...

Bien, conforme avanzaba el texto me remitió a la ñora esa de "Réquiem por un sueño" cuando enloquece con su televisor y deámbula por la calle. Luego recordé que era Genaro y al final pues resulta que lleva una nena por dentro, bien jugado con esto.

Saludos

Pinchesendic dijo...

Que historia tan rica y llena de particularidades que satisfacen una gama de generalidades, un relato que conmueve y que mueve, que te provoca nostalgia e inclusive empatía por las minorías que viven encerrados en el cuerpo de las mayorías. Muchas felicidades Ros. gracias.

Julieta dijo...

Sin más me encantó el texto y cómo desarrollas la historia. Me remitiste por algunos segundos al payaso que en el centro grita "A diez" jaja, pero pronto abandoné esa idea...buenos matices y profundidad en la temática.

Saludos cordiales desde un Colima extrañamente frío =)

Dr. Gonzo dijo...

Delirante y con recursos sólidos que se sellan conforme va avanzando el relato para fortalecerlo en el final. Estructuralmente, uno de tus ejemplos más sólidos de un relato corto con personajazo incluído, jeje