Basado en hechos reales sabidos y vividos.
-No nos vaiga a regañar el maistro,
Pánfilo, mejor vámonos de vuelta al pueblo- decía Pedro mientras seguía a su
hermano entre aquel infierno de
matorrales y piedras amenazantes.
-Pos
a mí también me da pena con él, porque sea como sea el maistro es el hombre más letrado del pueblo y le debemos respeto,
pero lo que hizo la mera verdá está
mal.
Habían salido con los primeros
albores de la mañana decididos a llegar antes del anochecer a San Martín,
llevaban sólo sus bestias y un poco de comida para el camino. La travesía era
larga y pesada, en especial en esos momentos cuando el sol traspasaba sus
sombreros de paja y les calentaba la cabeza “como comal pa´ tortillas”, según decían.
No hacia ni seis meses que había
llegado a “Los Huizaches” el maestro que la comunidad tanto había pedido a las
autoridades. Sentado desde su escritorio el supervisor escolar les había dicho
“Como son ya los quince alumnos que necesitamos para proceder legalmente con la
asignación de un profesor por fin les vamos a cumplir, a partir del próximo mes
llegará a su pueblo un maestro que nos trajimos desde Colima, viene porque lo
corrieron, pero no creo que allá con ustedes cause problemas, es buen muchacho,
ya lo verán”.
Con su habitual resignación ante los
abusos de la presidencia municipal y demás autoridades, la junta ejidal de “Los huizaches” no
presentó protesta, al fin y al cabo ya les habían dado lo que pedían.
El día que llegó el maestro fue una celebración
en todo el pueblo, de esas que no se ven en el ni en las fiestas patronales. El
nuevo docente, de unos veinticinco años de edad con aspecto risueño y juguetón, recibió
ese gesto con agrado integrándose al festejo del que era protagonista.
Ese día
bebió hasta olvidar a qué diablos había ido hasta allá. Nunca
antes se había sentido tan halagado y sobre todo tan lejos de cualquier
autoridad que pudiera vigilarlo en sus hazañas.
Una semana después de su llegada
iniciaron las clases para los quince alumnos del pueblo, sus edades oscilaban
entre los siete y los dieciséis años, todos con una actitud temerosa y de
sometimiento ante la figura de aquel hombre tan ilustre llegado de la ciudad.
Como ninguno sabía leer ni escribir,
el profesor optó por dejarlos a la deriva un tiempo y dedicarse a “conocer
la comunidad”. Diariamente iba de casa en casa buscando alguien que le diera de
comer o le obsequiara ya una gallina, una bolsa de pitayas, una botella de
mezcal etc.
Poco a poco, con su natural habilidad
para ganarse la confianza de las personas y un poco de labia para embaucar sutilmente, el maestro fue
enterándose a fondo de todos los asuntos
del pueblo e incluso participando en ellos ante peticiones de los ejidatarios
para asesorarlos sobre cómo conseguir apoyos y acabar con los abusos del
presidente municipal.
Ya habían pasado cinco meses desde su
llegada. Los días lunes y miércoles había clases en la escuela de ocho a diez
de la mañana; martes y jueves eran días de inmiscuirse en asuntos de la junta
ejidal, pues los fines de semana eran la única oportunidad para que el maestro
fuera llevado por varios hombres hasta San Martín donde “gestionaba apoyos con
el presidente”.
-Es que la mera verdá eso me dio mala espina Pedro, yo casi no sé leer pero pos sí alcancé a ver mi nombre en ese
papel que firmó el maistro cuando
vino el presidente, yo por confiado y con miedo a que se enojaran conmigo puse
mi huella donde me dijo. Después de eso, a los tres días, llegó el licenciado
ese y nos dijo que las tierras ya no eran nuestra que porque no las sabíamos
manejar, que ahora iba a ser el maistro
el que nos iba a decir qué hacer.
-Sí Pánfilo pero ¿y si el maistro es de buena voluntá y nosotros nomás por tener malos pensamientos le damos
problemas?
-Pos aunque se enoje, total si es así
luego le pedimos disculpas, pero pos tengo
que sacarme la espinita.
En la cárcel municipal de San Martín,
desde hace varios años todavía se escucha que Pedro reclama a su hermano mayor: “Ves, te dije que el maistro era de
buena voluntá, eso nos sacamos por
andar hablando mal de él”.
2 comentarios:
Jajaja, bueno, me gusta cómo le impregnas ese toque de pueblo, disfruté el relato, el final, dicho sin decir, me gustó; es chido leerte de vez en cuando fuera de la prosa poética.
Saludos, cordialísimos.
=)
ROS
Bonita historia, con un humor sutil que agradezco mucho. Entre lo bucólico del relato, hay elegancia en la forma de llevar la historia e ilustra bastante bien esa realidad de las comunidades que sigue estando vigente y no envejece para nada.
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