sábado, 25 de febrero de 2012

A PALABRAS DE HOMBRE ILUSTRE




Basado en hechos reales sabidos y vividos.

-No nos vaiga a regañar el maistro, Pánfilo, mejor vámonos de vuelta al pueblo- decía Pedro mientras seguía a su hermano entre aquel infierno  de matorrales y piedras amenazantes.

-Pos a mí también me da pena con él, porque sea como sea el maistro es el hombre más letrado del pueblo y le debemos respeto, pero lo que hizo la mera verdá está mal.

Habían salido con los primeros albores de la mañana decididos a llegar antes del anochecer a San Martín, llevaban sólo sus bestias y un poco de comida para el camino. La travesía era larga y pesada, en especial en esos momentos cuando el sol traspasaba sus sombreros de paja y les calentaba la cabeza “como comal pa´ tortillas”, según decían.

No hacia ni seis meses que había llegado a “Los Huizaches” el maestro que la comunidad tanto había pedido a las autoridades. Sentado desde su escritorio el supervisor escolar les había dicho “Como son ya los quince alumnos que necesitamos para proceder legalmente con la asignación de un profesor por fin les vamos a cumplir, a partir del próximo mes llegará a su pueblo un maestro que nos trajimos desde Colima, viene porque lo corrieron, pero no creo que allá con ustedes cause problemas, es buen muchacho, ya lo verán”.

Con su habitual resignación ante los abusos de la presidencia municipal y demás autoridades, la junta ejidal de “Los huizaches” no presentó protesta, al fin y al cabo ya les habían dado lo que pedían.

El día que llegó el maestro fue una celebración en todo el pueblo, de esas que no se ven en el ni en las fiestas patronales. El nuevo docente, de unos veinticinco años de edad con aspecto risueño y juguetón, recibió ese gesto con agrado integrándose al festejo del que era protagonista.

 Ese día  bebió hasta olvidar a qué diablos había  ido hasta allá. Nunca antes se había sentido tan halagado y sobre todo tan lejos de cualquier autoridad que pudiera vigilarlo en sus hazañas.

Una semana después de su llegada iniciaron las clases para los quince alumnos del pueblo, sus edades oscilaban entre los siete y los dieciséis años, todos con una actitud temerosa y de sometimiento ante la figura de aquel hombre tan ilustre llegado de la ciudad.

Como ninguno sabía leer ni escribir, el profesor optó por dejarlos a la deriva un tiempo y dedicarse a “conocer la comunidad”. Diariamente iba de casa en casa buscando alguien que le diera de comer o le obsequiara ya una gallina, una bolsa de pitayas, una botella de mezcal etc.

Poco a poco, con su natural habilidad para ganarse la confianza de las personas y un poco de  labia para embaucar sutilmente, el maestro fue enterándose a  fondo de todos los asuntos del pueblo e incluso participando en ellos ante peticiones de los ejidatarios para asesorarlos sobre cómo conseguir  apoyos y acabar con los abusos del presidente municipal.

Ya habían pasado cinco meses desde su llegada. Los días lunes y miércoles había clases en la escuela de ocho a diez de la mañana; martes y jueves eran días de inmiscuirse en asuntos de la junta ejidal, pues los fines de semana eran la única oportunidad para que el maestro fuera llevado por varios hombres hasta San Martín donde “gestionaba apoyos con el presidente”.

-Es que la mera verdá eso me dio mala espina Pedro, yo casi no sé leer pero pos sí alcancé a ver mi nombre en ese papel que firmó el maistro cuando vino el presidente, yo por confiado y con miedo a que se enojaran conmigo puse mi huella donde me dijo. Después de eso, a los tres días, llegó el licenciado ese y nos dijo que las tierras ya no eran nuestra que porque no las sabíamos manejar, que ahora iba a ser el maistro el que nos iba a decir qué hacer.

-Sí Pánfilo pero ¿y si el maistro es de buena voluntá y nosotros nomás por tener malos pensamientos le damos problemas?

-Pos aunque se enoje, total si es así luego le pedimos disculpas, pero pos tengo que sacarme la espinita.

En la cárcel municipal de San Martín, desde hace varios años todavía se escucha que Pedro reclama a su hermano mayor: “Ves, te dije que el maistro era de buena voluntá, eso nos sacamos por andar hablando mal de él”.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Jajaja, bueno, me gusta cómo le impregnas ese toque de pueblo, disfruté el relato, el final, dicho sin decir, me gustó; es chido leerte de vez en cuando fuera de la prosa poética.

Saludos, cordialísimos.
=)

ROS

Dr. Gonzo dijo...

Bonita historia, con un humor sutil que agradezco mucho. Entre lo bucólico del relato, hay elegancia en la forma de llevar la historia e ilustra bastante bien esa realidad de las comunidades que sigue estando vigente y no envejece para nada.