martes, 13 de marzo de 2012

Ansiedad






El reloj se escuchaba lejos, pero molesto como un preso torturado por una gota de agua infinita. La noche se le había vuelto interminable.

-¡Anoche soñé contigo!- Fue la voz, lo que rompió el silencio que reinaba en aquella habitación. Sonidos que se antojaban viejos de haberlos dejado sin uso y al parecer en el olvido. La muda respuesta provenía probablemente de algún rincón, pues solo se escuchó el rechinido de la silla. Ella se miraba en el espejo sin mirar.

-Estabas parado frente a mí y había alrededor un jardín. ¿Has sentido alguna vez un vacío tan grande que parece no tener fin?- Dijo esto, mientras deslizaba el cepillo por su cabello. Lo hacía tan automáticamente que sus manos en realidad parecían de otra dimensión. Lo coloco suavemente sobre el tocador. -Hace ya mucho tiempo de aquella tarde ¿la recuerdas?- Cruzó la pierna y la bata se abrió un poco. -Hacía calor y el viento acariciaba tu cabello. Pasaste sin voltear. ¿Era acaso una sombra de los árboles?-
Se levantó de aquel banco y abrió la ventana para aspirar el frio de la noche. Un suspiro escapo -Quisiera ser una estrella, o la luna, pero nunca el sol ¿por qué?-, giró buscando en la penumbra, -la luna y las estrellas son mágicas y solo los soñadores o locos se acuerdan de que existen-.
 Una bocanada de humo. El cigarro alumbraba tenuemente su rostro. –Aunque el sol también da vida a los sensatos-. Caminaba en círculos, nada impedía su paso. La madera del piso crujía a cada movimiento. -Parece que el tiempo no transcurre, parece que todos los días son iguales, y me siento como una fotografía que nunca se borra ni deja de reír, pero sabes, estoy tan cansada, quisiera dormir, pero aquel lunes, se llevaron mi cama, junto con mis sueños y desde ese día estoy en vela-.

 La ceniza caía por doquier pero al tocar el piso se difuminaba con sus ilusiones. La silla se movía y ella despertaba del ensimismamiento. -Lo sé, siempre lo dijiste, soñar no es tan bueno-. El crujir de la silla se hacía más rápido como en señal de ansiedad.

 -Estoy aquí, no te preocupes ni tengas miedo-.
Nuevamente se sentó. Cogió el cepillo y su cabello se levantaba de tanta estática provocada por la acción. -Debo cortarlo. Mañana iré para que lo desaparezcan. ¿Crees que es demasiado atrevido? Si, lo sé, pero tú sabes que los cambios nunca me han dado miedo, creo que esa valentía es lo único que me ha mantenido aquí-.
Las luciérnagas se colaron por la ventana. Ella las observaba en silencio. Su estado natural desde el día en que nació -¡mira!, ¿No son hermosas?, tan fugaces y relucientes-. Tomó una entre sus manos y la contemplo hasta que extinguió su luz. 

Se miró otra vez al espejo, un rostro cansado y viejo le devolvió una sonrisa torcida. Por un momento sintió otra mirada sobre sus hombros y sobresaltada volteo. Desvió la mirada y una lagrima escurrió por su mejilla, -es cierto, me olvidaba que tú solo eres parte de mi imaginación. Una ilusión que he creado para no estar sola-. Se sentó bajo la ventana y observaba el techo para no dejar escapar el llanto que la anegaba y que al mismo tiempo le daba terror porque no quería morir en su diluvio. Su respiración la adormeció poco a poco. Se sumergió en un sueño profundo que le impidió ver a los doctores cuando entraron y encendieron la luz. -Es hora de irnos-.

1 comentario:

Dr. Gonzo dijo...

Bonita forma de ilustrar la partida. Me gustó la forma en que lo llevaste: hubo el drama necesario y fue cómo de leerse, con cero pretensiones y una serie de imágenes entre melancólicas y vistosas. Muy agradable lectura.