miércoles, 21 de marzo de 2012

"El Infierno"


Son sus únicos hijos. Caín es tonto, pero no tanto como Abel, que raya en la idiotez; ambos emergieron de un vientre de cuarenta años. Su madre murió al parirlos.

Abel apenas si terminó la primaria, y aunque Caín quemó varios refrigeradores, pudo titularse como técnico electricista, oficio que desechó por ayudar en el negocio de Adán Piña, su padre: las barras de hielo.

En el barrio los tildan de idiotas, son el hazme reír de chicos y grandes. Los ‘piñones’, como les apodan, son blanco de burlas. Caín, el gemelo mayor, aprendió a defenderse a punta de botellazos, sacó el carácter de la finada madre, que dicen, era una cabrona. Por eso nadie se mete con Caín, prefieren reírse a sus espaldas.

Abel, en cambio, huye despavorido cuando, jóvenes de la mitad de su edad, le rocían polvos picapica, lo llevan con engaños hacia un panal, o cuando le dicen, que el mundo se va acabar.

-Eres un maricón –refunfuña Caín, cada que lo ve entrar con el rostro desencajado– te he dicho que les pongas unos putazos.

Pero Abel agacha la mirada y le da por llorar. En días así, Caín se sale a dar la vuelta, a veces en la camioneta, a veces a pie.

En uno de esos días, regresó a casa con un extraño paquete, -¿Qué es? –preguntó Adán, -Nada –apenas musita Caín. -¿Qué es? –preguntó en la recámara Abel, -un juguete –responde, y Caín se echa a dormir. –Ábrelo –insistió Abel, -apaga la luz –indica Caín.

Abel se duerme con la duda en la garganta. En la sala, Adán bebe la última cerveza, apaga la televisión y reza un padre nuestro, pide por el eterno descanso de Eva, la cabrona.

Suena la alarma, Abel es despertado por la curiosidad y husmea en el paquete: ¡una muñeca! –piensa en voz alta. -Deja mis cosas –lo asalta Caín.

¡Eres un marica, eres un marica! –canturrea Abel, quien se dirige al regazo de su padre a buscar refugio. Un zapato vuela sobre su oreja.

-Dejen de estar chingando y vayan a cargar la camioneta –protesta Adán.

Ambos obedecen. Caín conduce la vieja camioneta, todos los días, a la cinco de la mañana, Abel se encarga de subir y bajar el producto, y aunque las artríticas manos del padre, apenas si pueden sostener un puñado de monedas, él se encarga de las cuentas; no confía en el escaso talento de sus hijos.

Después de la jornada, regresan a casa, a refugiarse en el abandono de los rincones, donde pueden guarecer su cansancio.

Luego de hacer cuentas, Adán deposita en un añoso frasco de café, ubicado en una repisa, una manada de monedas. Junto al frasco, se encuentra la fotografía de la finada esposa, junto a ella, un ramo de flores y la imagen de Jesús Misericordioso.

Suspira. -Ya casi reúno lo de su cripta –le dice a Abel, mientras este lo mira desde el umbral de la estancia–, anda, cámbiale el agua a estas flores.

-¿Dónde está tu hermano?, dile que vaya a comprar las tortillas.

Caín se encuentra en su dormitorio, una respiración agitada se escucha desde la puerta. Abel entra, la imagen lo sorprende: una mujer, o lo que parece una mujer, de hule, sobre el cuerpo desnudo de su hermano.

-¡Hijo de la chingada! Te he dicho que no entres así a mi cuarto –estalla Caín– y nomás que le digas a mi papá y te rajo la cara.

-No, no –Asegura Abel–, no le diré que te gustan las muñecas…

La puerta se estampa sobre él.

-Yo voy a las tortillas –balbucea, se va.

Pasan los días, Abel no puede arrancarse aquel cuadro de su mente. No concibe mirar los ojos de su hermano. Este, después de un tiempo, le explica que la muñeca se llama Samanta, que es como una novia, que lo hace feliz.

Abel quiere ser feliz, como cuando Caín se encierra en su recámara o como cuando su padre bebe cervezas frente al televisor. Él quiere una muñeca, su muñeca.

Una vez la casa dormida, y a partir de que Abel descubrió que quería ser feliz, toma dinero del costalillo que cuelga del abundante estómago de su padre.

Como ignora el precio y el valor de las monedas, una tarde visita la juguetería, extiende un puñado de monedas, que no son más de treinta pesos -quiero una muñeca –dice. No te ajusta, muchacho –responde el vendedor.

Abel regresa, después de varios días, con el triple de monedas. A ver… –piensa el vendedor– tenemos en oferta la Barbie Malibú.

-Es muy pequeña –masculla Abel– busco una grande, suavecita, güerita, como la Mari, la hija del tendero.

-No, muchacho –ríe el vendedor– aquí no hay de esas.

No hay, no hay, frase que retumba varias veces sobre la débil mente de Abel. No hay. Se marcha desconsolado. Con las bolsas atiborradas de monedas y el ánimo desecho, se sienta a llorar en una esquina.

Llega tarde a casa. Lo recibe el aliento alcohólico de su padre y una sarta de maldiciones. Caín no está en casa, la muñeca sí. Juega con ella, se desnuda. Acaricia su gomosa piel. Sonríe. Un temblor recorre su entrepierna.

Caín entra a la habitación. Silencio, caos, luego más silencio.

Por la mañana, Adán busca las pinzas del hielo, no están en la camioneta. –Ya es hora, cabrones, vámonos a trabajar –abre la habitación de sus hijos de golpe. Las pinzas están en el cuello de Abel.

A varios minutos de ahí, en el bar de mala muerte “El infierno”, se encuentra Caín. Llora tanto como su padre.

-Nunca debí salir de aquí, la estaba pasando tan bien –el mesero le lleva otro tequila. En la rocola, alguien pone ‘Mi condena’. Caín piensa que nunca volverá a ver a Samanta.

5 comentarios:

Alejandro Aguilar dijo...

Buena la historia, aunque a veces se hace un poco confusa, ya que algunos tiempos no encajan o al menos eso me parecio.

Y si las mujeres (de carne o hule) son la perdicion de todos los hombres.



Dark Angel

Ros dijo...

Hola Dark, ash, sí, ahora que lo releo sí, U_U, prisas mil, dedazos y cochinada y media, duh, confusosa.

Julieta dijo...

Ciertamente hay algunas partes que me confundieron, pero la historia es bastante buena, un poquito más de revisión y queda excelente. Me gusta como creas el ambiente crudo de Caín y Abel en la actualidad...saludos cordiales jaja =)

Dr. Gonzo dijo...

Seré muy güey pero no me di cuenta de lo que leo dicen, sobre los tiempos. Lo que sí vi fue un par de comitas de más, pero el relato está chingón, bien construído, no te fuiste por lo fácil, te amañaste en el final pero igual me encantó. Chingón.

ferrrioni dijo...

¡Ay Caín! con esa lana te hubieras ido al table dance, pero el Don de la juguetería no te lo sugirió.
En el CERESO la tendrás.