sábado, 10 de marzo de 2012

El Vengador Radioactivo








Capítulo 1. Superhéroe.

Xalapa, Veracruz. De noche. Hoy.

Entre las azoteas de las casas, una figura ágil brinca esquivando los cableados de luz y las antenas de tv satelital. Un agitado cuerpo se detiene detrás de una barda, asegurándose que en esta azotea no haya perros que lo delaten con sus ladridos. Toca su brazo izquierdo. Sangre copiosa emana de él. Sólo alcanza a hacer presión con su mano derecha y recarga su cabeza.

- ¿Cómo me metí en esto? Creo que es la pregunta que siempre me hago y yo no lo había notado hasta que el doctor me lo dijo: ¿Cómo te metiste en esto? Si tengo que dar una explicación a todo, me quedo corto, pero sé de dónde viene todo y es bien curioso que haya sido de una manera similar. ¿Cómo me metí en esto?

Hospital de Xalapa, hace un año y medio
- Doctor, tiene que ver este diagnóstico, es de uno de sus pacientes –
El Dr. Fulano toma las hojas de diagnóstico y las mira por encima mientras toma un gran sorbo de agua de su vaso. – Hagan las pruebas otra vez –
- ¿Doctor? ¿Las pruebas? –
- Sí, hubo un error en la aplicación, necesitamos una biometría hemática, por favor, estamos atendiendo un posible cáncer de hígado, todas esas decoloraciones están obviándolo, ya saben: porque el cáncer hace eso. ¿Ahora tengo que definir la anemia? Quiero esos resultados mañana a esta hora. Además, debo irme, no voy a fallar a mi familia esta vez… no esta vez.
El Dr. Fulano sale apresurado del hospital mientras checa la hora. Va perfectamente a tiempo, calculando el tiempo desde que suba a su auto, lo arranque, tome la ruta que circunda el hospital por la avenida más despejada por la hora de la noche, la ruta a casa tomando el circuito y bajando por las laterales que lo conducirán a casa en exactamente veintidós minutos y tendrá tiempo incluso, de estirarse cómodamente al salir del auto. – Unos treinta segundos para estirarme estarán bien – Al dar la vuelta para abrir su auto, nota un pequeño bulto, se acerca, al principio piensa que pueda ser un perro recargado, pero se da cuenta que sus movimientos no son los de un animal, conserva distancia y espeta: ¿quién eres? El bulto se frunce encogido y ruega: No me l-lastime por favor… yo venía… al hospital… creo que me enterraron un cu-cuchillo… me querían … golpear… pero… por favor…

El bulto se desvanece y el Dr. Fulano se acerca, observa, en efecto algo clavado en el vientre, pero no parece un cuchillo sino una bola de acero fundido, también nota sangre pero está seca, no hay sangrado y la herida parece estar cerrada, solo con el amasijo de acero enterrado. Como sea, Fulano lo levanta, es ligero y delgado, es prácticamente un niño de doce o trece años. – Mi esposa no me va a creer… ya no llegué – Es su último pensamiento al entrar al hospital de nuevo.
Al día siguiente, entre sueños de fantasía, el chico despierta tranquilo, sin dolor, sin malestares, sólo de repente, una angustia al desconocer el lugar donde se encontraba. Sorprendido mira a su alrededor antes de llamar a su mamá. Una enfermera entra sonriente – ya despertó el más joven de mis pacientes, eso me da gusto –

- ¿Dónde estoy? ¿dónde está mi mamá? – pregunta alarmado el chico levantándose de la cama

- ¡Oye! – advierte la enfermera -No puedes levantarte aún, acaban de operarte, te sacaron ese fierro que tenías enterrado en el estómago, es muy extraño que estuviera así ¿durante cuántos días lo tuviste ahí? Los doctores pensaron que pudo gangrenar el área, pero era un espacio reducido y cauterizado. De veras que tuviste suerte de que el Dr. Fulano te encontrara…
- Espere, ¿fierro? Me enterraron… sí, un cuchillo… me querían asaltar… pero fue unas horas antes de que llegara al hospital… no recuerdo bien, me sentía mareado y débil
- Y es normal, hubo una infección, pero parece que los antibióticos fueron efectivos. Eso me da gusto, ahora espera, en un rato más pasará el doctor a la revisión matutina. No encontramos ninguna identificación en tu ropa, de hecho nada en absoluto, parece que esos malvados te quitaron todo. Así que si me dices el nombre de tu mamá y algún teléfono para contactarla, le llamaremos para que venga por ti –

- Yo… no recuerdo… ehh… el número… ay, mi mamá se llama …
- ¡Buenos días! – saluda asomándose el Dr. Fulano - Vengo llegando y quise asegurarme de que estuvieras bien. Chavo, anoche me diste un susto al encontrarte. Mi esposa casi me pide que me tome una foto contigo para creerme que estabas allí con una bola de fierro clavada en el estómago ¡y por poco y no ceno! ¡Jaja! Pero es bueno ver que estás bien. ¡Me despido, espero que te recuperes rápido!
- G-gracias, doctor – contesta el chico -, pero ¿por qué dicen que es una bola de fierro? Me enterraron un cuchillo…
- No te preocupes por eso, quizás esos tipos tomaron alguna varilla o lo primero que encontraron a la mano para atacarte –
- ¿Y la pistola que estalló? – pregunta el muchacho con gesto de franca confusión –
- No te entiendo hijo, quizás estés en shock, así que descansa, relájate y espera a que llegue el médico de turno, ya no tarda en venir, lo vi haciendo la ronda cuando llegué. Cuídate –
El joven lo despide saludando al aire y voltea hacia la ventana. Mira el cielo, la enfermera se ha ido, sus pensamientos lo envuelven hasta que queda dormido nuevamente.
El Dr. Fulano revisa expedientes, radiólogo de profesión, interesado concretamente en las posibilidades de la radiación en el ataque a las células cancerosas en el cuerpo, está involucrado en la investigación más avanzada en México al respecto. Por un extraño motivo, se queda reflexionando en las palabras del chico: “¿por qué dicen que es una bola de fierro? Me enterraron un cuchillo”, “¿Y la pistola que estalló?” En ese momento hace una búsqueda en internet. Sabe que pocas cosas harían que un cuchillo se fundiera al ser clavado en algo y que una pistola estallara… pocas cosas como un calor extremo, como si los arrojaras a un horno… prácticamente deberían haber arrojado esos instrumentos a un horno gigante: a un volcán activo. Fulano se levanta de su sillón y va con el médico que operó al muchacho: ¿En dónde está el fierro que le extrajeron? Es su primera pregunta antes de siquiera saludar. Al tener la información se dirige por el objeto, en su cabeza se amontonan pensamientos, deducciones, información, conjeturas, preguntas, motivos y posibles soluciones. Se detiene en su febril pensamiento al ver una bola de metal con una pequeña punta roja, evidentemente, sangre seca. La bola está sobre una placa, abandonada y tan sola. El Dr. Fulano se acerca y la toca: fría… claro, no podrías pensar que está caliente, seguro… lo siguiente es revelador: algunos puntos brillantes están en la punta roja. Fulano la toma y la lleva a su consultorio rápidamente. Llama por teléfono “parece que es un caso” murmulla y sale corriendo del hospital con la bola de fierro.
Hoy
- No… puedo… esto es tan inusual ¿cómo un arma puede herirme? No… se supone que debiera ser así… - El chico se desabotona su máscara pero no se la quita, se recarga y piensa lo mucho que le duele la herida en el brazo - ¿no se suponía que tengo poderes?

Hace año y medio
- ¡Ese chavo tiene poderes!
- A ver Alfredo, cálmate, - deja en claro el Dr. Fulano a su amigo anestesiólogo del hospital - evidentemente desarrolló habilidades a partir de la radiación, lo que me preocupa es que debe tener índices altísimos…
- No, no, yo estuve en la operación ¿recuerdas? Habría vuelto locos algunos de los aparatos, o sea…
- No, espera, mi gran problema es que seguramente esto es producto del incidente de Laguna Verde. Y aparte de eso, me llama la atención que contenga esos índices de radiación, digo, fundición de acero y la verdad… tú y yo sabemos
- Tranquilo Fulano – calma Alfredo – deberíamos localizarlo
- ¿Crees que no lo sé?, digo ¿¡qué quieres!? Que tome un contador geiger?
Ambos se miran estupefactos y salen corriendo a buscar el contador y al misterioso joven radioactivo.

CONTINUARÁ

2 comentarios:

Ros dijo...

¡Me gustó! Siento la historia muy asentadita, redonda.
La verdad que de tus tres post fue el que más disfruté, me laten tus personajes y el final que uno puede inventarse. Saludos.

Paco Payán dijo...

Esperemos el desenlace del relato. Por lo pronto va bien cotorra la historia con ese toque misterioso que le supiste imprimir. Chido.