domingo, 4 de marzo de 2012

La noche de San Adán



Sonaba la última campanada de la media noche de la noche de San Adán cuando los gritos de “El Zarco” retumbaron a todo lo largo y ancho del “Quimera”:

 -Son ellos, capitán, los españoles de la “Mandragora”. Están a unas diez leguas de aquí.  –repetía sin cesar mientras sonaba la campana de alarma.

Era una noche fría y sin luna, oscura como boca de lobo, sólo las miles de estrellas tintineaban en el cielo, a lo lejos, las luces de los barcos hispanos se recortaban contra el horizonte. Nosotros nos reunimos en la cubierta, afilando cuchillos y cargando la fétida pólvora de los mosquetes.

-¡Apaguen las luces de inmediato! –gritó con áspera e imperativa voz el Capitán Tinta sangre, al tiempo que salía de la cámara de mando, con paso calmo pero firme, subió  a la palestra y se dirigió a nosotros.

-Ha llegado la hora, ¿están listos? –una multitud de gritos in crescendo arropaba las palabras del marino de barba negra–  Icen las velas, a toda velocidad atacaremos a los buques escolta, con nuestros cañones los hundiremos; que no quede ningún español con vida.

Cada pirata fue a su puesto, algunos izaron velas, soltaron amarras, cargaron cañones, todo con precisión militar aún en la oscuridad.

Yo, fui con el Capitán a la cubierta principal desde donde se dominaba todo el barco, -Mira, alférez, estamos a menos de una legua y aun no nos han visto. 
Da la orden de que disparen los cañones, dile a los muchachos que les pagaré dos doblones de oro por cada lengua enemiga, y cinco doblones por sus partes –sonó burlonamente la risa del capitán–, se los quiero mandar a mi amigo el rey, como recuerdo de esta noche.

Cuando transmití la orden, un grito de júbilo antecedió el rugido de la primera cañonera. Después de la segunda y tercera línea, el caos y el fuego se alzaban en los navíos enemigos.

Al comenzar el abordaje todo fue una carnicería, miembros cercenados y sangre corriendo por galones en el piso, el olor de la muerte hacía hervir mi cuerpo, mi carácter afable se había transformado en un lobo guiando a otros lobos en busca de sangre y oro. Mujeres y niños también fueron masacrados sin piedad por la jauría.  

Cuando el sol por fin se asomó ya no halló más que los restos de la flota, un mar tinto y cuerpos flotando entre tiburones.

Nosotros parecíamos bestias bañadas en sangre, royendo y robando los escasos bienes que aun quedaban en los cuerpos, cargando las lanchas de todo lo valioso que traía el “Mandrágora” hasta que no quedara nada en el.

Tres días duramos en dejarlo vacío: oro, telas, sedas, vino, especias. Tres días en que los cuerpos apestaron insoportablemente. Tres días infernales pero lucrativos.

Cuando no quedó nada, me acerqué al Capitán Tinta sangre,  que estaba cerca de las ladroneras, para informarle que estábamos listos para partir: 
-Alférez –ordenó–, quiero que mandes a todos los hombres a hacer una ultima inspección a las bodegas del barco, cuando estén ahí, sabes lo que tienes que hacer –dijo, mientras me daba una lámpara de aceite encendida.

-Sí señor, – respondí esbozando una sonrisa.  Buscar una nueva tripulación.

2 comentarios:

Piper dijo...

Inche capitán ojeis, me cae. Me gustó mucho tu entrada, sabes atrapar al lector con tu estilo narrativo. El relato no se tropieza y cierra sanguinariamente bien. Vientos.

Ros dijo...

Jajaja, bueno el final. Ya se extrañaban las historias del capitán. A diferencia del post pasado, este se lee más trabajado.
Coincido con Piper, a usté se le da la narrativa, disfruté que el texto está atinado, y usas palabras, como palestra, doblones, que le dan fuerza.
Saludos.