lunes, 16 de abril de 2012

Recuerdos del Tepeyac




La mañana empezaba con el habitual canto de los animales. Los vecinos se quejaban del ruido que hacían los gallos que esa familia -venida de sabe que rancho- se aferraban a criar.
Algunas gallinas habían invadido parte de la recámara. Aquella mujer se afanaba en espantarlas con su babero, las risitas de los niños –más ruidosos que las gallinas- se adivinaban en el ropero o debajo de la cama. Después de haber despachado a los animales al patio, la tía se encargaba ahora de los sobrinos.
-¡Deja ahí! Ya te he dicho que no agarres mis cosas, ¿cuándo lo vas a entender?, órale, todos a chingar a su madre- y le arrebató la cajita de las manos a su sobrina más pequeña. Los niños salieron corriendo pues sabían que si hacían enojar más a su tía no se escaparían de unos buenos jalones de pelo. En cuanto ella se quedo sola se sentó a la orilla de la cama, le paso los dedos a ese objeto que tanto cuidaba. El abrir a veces sus recuerdos la aliviaba, otras le dolía, que mejor olvidaba la caja en lo más profundo del ropero. Ese día, no sintió ni lo uno, ni lo otro. Simplemente se disponía a repetir la misma rutina, así que de rayo se levantó, acomodó unos papeles amarillentos que le servían de resguardo y antes de olvidarlo nuevamente decidió darle una ojeada a su contenido, -Haber, ¿Quién se quiere quedar en la vitrina? ¿Qué sacaremos de aquí para irse a la basura?- Lo primero que vio, pues todo estaba revuelto, fue una fotografía -¡Mira nada más!- y se dejó caer en el sillón.
-¡Ay Roberto! Si ya te decía que tenías cara de burro- y soltó una carcajada -¡Ay Roberto, me acuerdo tanto de ese día. Primero fuimos a misa, tú como que no querías, como que solo querías besarme- cerró los ojos marchitos. -¡Que chula se mira con esos moños!- me dijiste sin pena, caminamos por la Alameda, yo me reía mucho de tus cosas, ps’ mira este muchacho, tan loco que eras. Bien que lo recuerdo, había una feria en la colonia. Nos mezclamos entre la gente, con el pretexto de cuidarme, bien que te me repegabas, yo podía sentir un bultito raro, pero se sentía bien a la vez, así que no te dije que te arrimaras.
-¡Ay Rosario, que bonito vestido!- y me lo chuleaste todo el tiempo, yo estaba retemocionada porque la patrona me lo había regalado, se veía tan bonito, tan blanco que hasta miedo me daba ponérmelo. Una vez me imagine usándolo para salir con la Juana y la Lupe para ir a dar una vuelta al Paseo Bravo. Aunque también me daba miedo, no fuera a meter la pata como Lola, que queriendo parecerse a su patrona, en vez de decir “crespúsculo” dijo “se me crespo el culo” y todo por querer ser muy de sociedá. Pero cuando Doña Violeta me regaló ese vestido no hallaba el momento de estrenármelo y ya me estaba resignando a que el día de mi muerte me enterraran con el. Pero llegaste tú, muy tempranito, estabas tan guapo, con tus pantalones de terlenca bien planchaditos y ese bigotito muy peinado que me hacía cosquillas en el oído cuando me arrimabas a lo oscurito por un beso. -¡Ay Roberto! Esos besos y abrazos que me dabas me dejaban temblando como becerro recién nacido-.
-Ah que mi Chayito, entonces que, ¿cuándo se va animar a darme la prueba de su amor?
-No Roberto, primero boda, si no, pues allá usted sabrá, y se quedará con las ganas.
-Ándale Rosarito, mira que yo me caso contigo, pero dame una pruebita, esto de nomas puros besitos me dejan mal, ándele, no sea remilgosa, o que, ¿apoco tu no quieres?
-¡Ya te dije que no!, ¡Ay mira, un altar de la virgen pa’ los enamorados y familias decentes.
-Vengase mi chula, pa’ que vea que no son malas mis intenciones, vamos a retratarnos, así será ahorita, pero le prometo que pronto será en el altar de a deveras.
Rosario abrió los ojos. –De haber sabido que te irías de brasero y que nunca más te volvería a ver, ps’ te hubiera dado la prueba de mi amor- decía mientras suspiraba y se guardaba uno que otro grito, porque a causa de su decencia, se había convertido en la tía solterona que cuidaba a los más de seis sobrinos y espantaba las gallinas. Repasó por enésima vez su imagen, los huaraches negros que combinaban con sus trenzas, pero contrastaban con los moños multicolores. Su postura cercana a Roberto -¡Ay Roberto! Hubiéramos sido retefelices, segurito ahorita tienes una güera que te dio desde antes la prueba de su amor y ya te olvidaste de mi piel de obsidiana-.
Cerrando la caja retomó fuerzas -¡Órale chamacos cabrones. Hijos de su chingada madre. Ahorita van a ver!- decía mas por costumbre que por convicción y salía esperando atrapar al primer chamaco que se descuidara.

1 comentario:

Dr. Gonzo dijo...

La historia podrá no ser algo novedoso, pero está construída de una forma amable, inocente y nostálgica, que encierra una narrativa fluida y reforzada en personajes bien delimitado. Hay varios momentos ortográficos que corregir, pero al final la historia es bella y es muestra de que estás al tiro para este tipo de narrativa, de la que evoca y sabe tocar.