lunes, 21 de mayo de 2012

La balada de Pipo Labola (en cucú bemol)


Y se atrevió a recomendarme entrar a terapia, consumir ansiolíticos, me dio un justificante por los días que falté al trabajo y unos más para reposar, para digerir el hecho de que he sido diagnosticado con el trastorno de personalidad antisocial. Claro, un término arcaico para un profesionista arcaico. A raíz de mi exabrupto del martes, el último de una pequeña cadena de tropiezos anímicos que lograron consternar a mis cercanos, fui casi obligado a venir a este señor que me diagnosticó de tal forma. Si bien tiene razón en algunas cosas, como mi aislamiento y reticencia a formar parte integral en ciertas actividades, sucede que es por un motivo concreto. De hecho es porque en realidad tengo un gran problema con todos aquellos a los que me quieren “integrar”. En serio ¿quieren que me una a ellos? ¿A esa gente? A esas personas que en cuanto llego a la oficina ya están viendo las notas de los llamados artistas de la televisión, ahí reunidos criticando a la actriz o al actor, hablando de su vida sexual. Ahí en la esquina tienes al chistosito del lugar, haciendo comentarios sarcásticos de la nota roja del periódico y junto a él, el discreto y mudo morboso que disfruta secretamente conocer las desgracias mortales ajenas. Subo la mirada y ahí está mi jefe discutiendo por teléfono con su esposa, gritándole cuánto gasta, cuán poco le importa que su chequera adelgace mientras ella está acumulando más y más zapatos. En el momento en que pude estar en la calle, no pude evitar mirar a la masa de gente yendo de arriba abajo, unos con pancartas, otros sólo gritando, con la cara pintada. ¿Estaban apoyando al candidato presidencial de su elección o festejaban a su equipo favorito de fútbol? ¿Cómo saberlo? El movimiento que lleva a las masas es el mismo y las consignas sólo revelan nombres, el discurso es hueco y ves a esa gente que busca pertenecer a algo. Y no falta el intelectual de banqueta que está dispuesto a unirse, a hacer sonar su propio tambor de batalla: Todo seguirá igual, esto de nada sirve. Punto. Eso es, punto. Me hace cuestionarme si el América perdió este partido.
Camino de regreso y es posible mirar al resto hacer lo que todos los días hacen, como un ritual sin fin, como contemplar la misma película tantas veces, que ya encuentras significados ocultos. Y hablando de eso, está la galería y el artista pagadísimo de su obra, tan contento y orgulloso, creando esa separación entre él y los demás, están todos esos hombres y mujeres, muriendo por sus blackberry, una conversación cortada entre unos y otras observando su pantalla, obedeciendo a cada sonido del teléfono. La comunicación se ha cerrado en la vía más importante, cara a cara ya no tenemos nada que decirnos y aún sin estar cara a cara, ya no hay forma de decirnos algo y para muestra están las redes sociales: compórtese como un idiota en 140 caracteres, tiene permiso de quejarse de la mierda que lo acosa en facebook, hay memes para todos. Y ahí están, esos niños mentales, enrolándose sencillamente en la mejor etapa de su vida: haciendo nada y fingiendo que no hay ningún problema: todo está bien, no necesito  trabajar ni estudiar, con que represente el mínimo de gastos para mis padres no habrá problema… a veces ni siquiera eso.
No, gracias señor terapeuta, no quiero integrarme a esos desintegrados, no quiero que me diga que estoy sano sólo porque me comporto como ellos, puede ponerme mi etiqueta y aislarme que es justo lo que hago en mi caso. Puede decir que tengo una enfermedad y darme unos días de incapacidad, está bien, lo acepto, pero no me puede pedir que me una a esa bola de sociópatas sólo para que diga que cumplió su trabajo y soy un hombre cuerdo.

1 comentario:

Ros dijo...

Ay, dr. me parece que este, es una de tus mejores reflexiones, este tema te sentó justo, este es un texto que desnuda al autor, que comparte... fregon!