Pasaje caribeño
Ha
empezado el calor, lo noto porque las mantas me atosigan ya por las noches y
tendrán que encontrar otro uso como soporte de mi
cuerpo separándole del suelo. El sol nunca toca directamente,
los despertares entonces no son bruscos sino ligeros como soplos de
luz en los ojos. Lo malo del calor es que los olores se agudizan, la
orina y el calor siempre han sido una combinación peligrosa aunque las chelas y
un par de tabacos aminorizarán el efecto o me obligarán a olvidar que
mi casa es todo un orinal. Habrá más reuniones en el parque, más vino frío
y por lo menos, la soledad parecerá más cálida, colorida. Abrirán por fin, como cada verano el "Pasaje caribeño", extraño a las
mujeres que se pasean por ahí regordetas, delgaduchas, feas, hermosas con una
belleza que jode por estar tan usada, todas son mis amigas, más de una se ha
quedado tirada a mi lado, en mi cama. Los hombres como siempre llegan con su
gran valía, su espíritu altivo y sus ganas de pillar un cacho porque
trabajan horas para gente que los humilla o los desprecia. Alguno me invita un
trago de vez en cuando o habla conmigo porque sus amigos lo abandonaron o
porque se vino a un país donde la superación sólo se mide por ganar un poco más
de dinero. Los hombres me miran con pena, como si creyesen que soy un
desgraciado, un pobre hombre que duerme en la calle, si alguna vez me pagan
algo es porque creen que su misericordia me hará el día, es su obra de caridad
para salvarse de un futuro como el mío. Pero ellos no ven nada en mí, soy un
espejo de sus miserias y por ello creen en mi desgracia, porque se miran bajo
el efecto del alcohol como personas sin pena ni gloria. Pero todo eso no
interesa, ni el falso orgullo ni la falsa conciencia, no se dan cuenta que yo
ya no pierdo nada, que la nada es mi casa, el vacío de las calles por las
noches, no entienden que yo no tengo y por lo tanto no carezco, les cuesta
aceptar que soy una persona sin miedo.
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