–Lo sabía, lo sabía– No es que sea desidiosa –la cita
era ayer y no hoy–, que tenga falta de cuidado o interés, yo soy –me declaro– eficiente y placenteramente procrastinadora. Ahora mismo he
terminado una ilustración en Photoshop, hacerlo me llevó veinte días –parpadea
ventana Facebook–, y es que habiendo situaciones tan agradables, me es difícil atender
las prioridades.
Me han dicho que sufro de estrés, ansiedad, miedo al
fracaso y frustración, no lo creo, qué puede ser más urgente que twittear,
actualizar mi muro o navegar en internet: ese mundo me necesita. Y ahí estoy
para él.
La procrastinación es uno de mis pecados favoritos; cuando
llega a mi cabeza y se prende el “al rato
lo haces”. Es una tentadora piedra que se cruza en mi paisaje, el camino es
ancho, pero elijo tropezar. Dos, cinco, diez veces con la misma piedra. No me
gusta pugnar en lo bueno o malo que esto sea, no me gustan los debates. Perder el tiempo es diabólicamente adictivo, tan hermoso y sencillo, como decir frijoles, pan.
Ayer me hice de un libro, lo dejé a tres cuartos,
porque un olor quemado invadió la casa –otra vez arroz chamuscado–. Más tarde sonó
el teléfono, dudé en contestar, camino a él, tropecé con un avejentado limón que
cayó del fregadero hace semanas; el teléfono dejó de sonar, no volvieron a
llamar. Fui a por un ungüento para la rodilla, no lo encontré, aún faltan ganas
para planear qué día arreglo mi habitación. De regreso a la cocina, parpadeó
una ventana en el monitor, un mensaje sin importancia, ya estando ahí, la
curiosidad me sedujo a navegar entre una página y otra. Olvidé el arroz
chamuscado y llegó la noche. Fui a dormir más por costumbre que por ganas, a mi
mente arribaron pilas de trabajo por hacer, no pude pegar el ojo y salí a beber
cerveza a la terraza. Quise contar estrellas, no había ni una. Busqué por
armarios, por cajones y rincones, algo, alguien que me sacara esos
catastróficos pensamientos de estar conmigo.
Photoshop fue mi salvación, y no porque pretendiera
terminar el dibujo, sino porque fue lo único que me distrajo de mí. Tracé en cinco
horas lo que no acabé en semanas: esbocé, y perfilé con furia, como
ahuyentándome, borrándome. Luego los primeros parpadeos del sol, la gente llegó
a la pantalla: actualizaciones, notas divertidas. ¡Vaya!, no he de procrastinar
por hoy, he terminado el trabajo; pero mañana habrá un infinito de cosas que podría estar haciendo y no haré. Pensar
en cómo acabaré antes de comenzar hace que me hunda… afortunadamente
puedo alejarme de este mundo físico que me ha tocado vivir, donde
si te quieres esconder, lo haces y ya. Sonrío, es domingo de suerte, no hay nadie en casa.
2 comentarios:
Desidia, desidia, esa maldita desidia..¿o bendita? es molesta, pero solo sabes que es detestable cuando terminas el trabajo en un momeneto de inspiración (dos por tres); mas no te esperaron, prescindieron de ti. Maldita desidia, tan mia.
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