Y en verdad puedo decir que
hay vida en Marte, se lo he dicho a la enfermera más de 100 veces; siempre
desestimando mis argumentos, siempre llenándome de pastillas la boca, cada
palabra distorsionada por la prescripción de ese hombre en bata blanca. Caray,
su idea sobre la mente es tan primitiva, tan rudimentaria, qué podría esperar
de un tipo que mientras me observa, me analiza, rebota una pelota de esponja en
el muro blanco de su institución. En Marte los avances al respecto del
comportamiento y la psique humana y ahora marciana, psique marciana -que tan
vago y extraño suena eso- son extralimitadas. No quiero decir que no haya
dementes en el planeta rojo, vamos, es tan egoísta considerarlo, como el
considerar que no hay vida inteligente en otros planetas, precisamente en ello
hayamos la respuesta: si hay vida inteligente en otros planetas, otros
sistemas, por ende el ser inteligente devendrá en las interrogantes, en las
inferencias, causa posible de inseguridad; soy pensante, en consecuencia me
cuestiono y doy forma a millones de lucubraciones al respecto del otro, de los
otros y de las cosas, los mundos incluidos.
Inclusivo uno de esos mundos
en nuestras propias costas. Esa fue la primera vez que viaje, si es posible
definirlo así, yo le defino así dado que literalmente viajé entre las aguas
grises de una noche de noviembre 3. Valiente de mí, alcoholizado de mí y sobre
todo harto de mí me adentré a la mar. Las aguas no cándidas rodeaban mi cuerpo,
le succionaban. La experiencia comenzó a consolidarse al ver objetos flotando a
mí alrededor: estaba ahí el hexágono de plástico de mi juguete de formas
infantil, aquel que perdí dando – el primer- paso a mi inacabado ser. Flotaba
el disecado cordón umbilical que mi mamá guardaba en un frasquito, contenido en
el mismo recipiente, como carta embotellada de algún náufrago que para el
instante era yo. Vi mis estampas mojadas sin embargo intactas del álbum que no
llené; los dientes de leche, la muelita que perdí en aquel columpio que pensé
me lanzaría a otra galaxia a otro instante. Revelación entonces pensé. Se acercó a mí en flote el vestido de mis delicias, aquél
que no quité, ahora sin cuerpo flotando en las aguas propias, cuerpo de
constitución líquida que por fin chocaba a la par del mío. En
oscuridad palpitante mi reflejo se hizo un espejo, la imagen de mi sonrisa se
formó, quise entonces adherírmele, clavé mi rostro, sumergí mi cabeza y en un santiamén
llegué a la profundidad. Anulación de un único sentido, la vista, no me
preocupó, alarma alguna no se hizo presente. Recordé a Wells y su Bogotá que
recibía con beneplácito que retirasen esas cosas extrañas llamadas ojos, las
que conllevan a suaves depresiones en parpadeos y estimulaciones inacabables; el fin de mis distracciones, el fin de mi estadía en este mundo. Después las
arenas que sostenían mis pies me tragaron.
Desperté cerca de un mar
azul, mi cuerpo descansaba en costas de piedras rojas. Seguía sin ver, el resto
de mis sentidos me proporcionaba el gusto, el olor, la tangibilidad y la razón de reconocer ese
espacio, de verle, tan sorprendente e
imposible pareciese (estamos tan condicionados al ver, que no logramos captar el mundo de otra forma sino es por
los ojos), es como si uno de mis sentidos dormido por años despertará ahora en
esta nueva atmosfera. Las leyes del hombre se derrumbaban, nada obedecía a las
mismas, quizá lo más próximo era mi condición corpórea, me sabía parte, esencia
de una cuerpo, pero no le sentía más como representación de mi yo; comprendía
entonces que la función de mi cuerpo era la de un traje espacial, mi piel, mis
músculos, mis tejidos, mis nervios y mis huesos eran recipiente, disfraz, mi cabeza el casco. Lo que valía descansaba y
fluía en su interior. Comencé mi andar por aquellas tierras desconocidas, no
parecía haber nada más que yo, el mar atrás se alejaba, es como si fuera sólo
un transporte el cual finiquitaba su función. No sentía incertidumbre, ni
tampoco certidumbre, el efecto que experimentaba era contrario: mis emociones
iban pues convirtiéndose en sensaciones, en hechos. Pensé en alguien y se materializó a distancia, se comunicó, le
pude escuchar dentro de mí, pedía pues que me acercase. Lo pensado había sido
un amigo olvidado, y en efecto era él, le sentía y le reconocía. Cuando parecía
que éste iba a enunciar una palabra tan sólo se limitó abrir la boca. Entendí
entonces que tenía que entrar, el cuerpo sólo es recipiente. Comenzaba a
comprender las leyes de este mundo, y eso es lo que hice, entré.
Un mundo maravilloso, de
planicies obedientes a la arquitectura de mis sueños: reconocía la montaña de la
que caí en aquel sueño húmedo; la casa en el bosque y el sol rojo que la cubre,
allí dormí en un sueño inconcluso, de igual manera parecía no tener fin. Gente
en andanza saltando de un instante a otro, de naturaleza humana pero a la intemperie
de un nuevo mundo. Tiempos –oníricos-
combinados, locomotoras en vías comunicadas por un haz de luz, caballos
salvajes corriendo cerca de aquel parque de atracciones en el cual sí el inconsciente me permitía recordar me
les escapé. Los hombres gordos que me aplastaban en mis fiebres infantes comían
con mis símbolos particulares en la misma mesa, les atendía el hombre funesto
que asaltó mi casa con un ladrillo en mi pesadilla recurrente, aquella de mi adolescencia
temprana. Los países que nunca conocí, en una sola tierra, en una Pangea. El
frio de Siberia en un litoral caribeño, teatro Kabuki en el Partenón, audiencia
de Malasia y magnates oriundos de Somalia bajando de Falcons rojos mate. Mis
mascotas muertas en un gran jardín, siguiéndose, divirtiéndose, al saber de mi
presencia se me abalanzan, todas me quieren trepar (en su mayoría son gatos),
comienzan a incomodarme, me lastiman, siento la falta de aire, siento nauseas.
Mi amigo me termina por vomitar.
Despierto ante figuras con rasgos
muy afines a los viejos Pulps de ciencia ficción: seres delgados, de piel
verdosa, de ojos y cabezas enormes. Otra vez puedo ver. Los entes hablan en un
lenguaje indescifrable, hay también Reptilianos. Me encuentro sobre una plancha,
estoy atado, uno de los reptilianos le acerca a uno de los entes verdes una
bandeja, no logró ver su contenido, tan sólo se escucha el chocar de metales.
Otro sujeto verde, el líder parece, asienta con la cabeza, el reptiliano
balbucea algo y le entrega un artefacto que saca de la bandeja. Parece ser una
diadema, su brillo me lastima los ojos. Dos tipos verdes sostienen mi cabeza,
colocan el artefacto. Las descargas recorren todo mi cuerpo, deseó hundirme
otra vez en la arena, irme a mi mundo. Un olor a cigarro se encierra en el
lugar en donde me torturan, los seres comienzan a transformarse, las descargas
han parado. Ahora los seres lucen como humanos ¿Médicos? ¿Enfermeras? No sé
cómo lo han logrado pero me trajeron de vuelta. Un “enfermero” me quita los
seguros que me ataban, me coloca en una
silla de ruedas mientras hilos de mi propia saliva me escurren por la boca, me lleva con otros tipos que parece también
trajeron de regreso, que les arrancaron de sus universos. Es una prisión. Inexpertos
no podrán arrancarme de Marte, Marte vive en mis pensamientos, yo soy el rojo
Marte.
Enfermera, enfermera, me
permite contarle algo…
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