- Tendría como 6 años la primera vez que mi padre me llevo a una
confitería. El olor jamás ha podido borrarse de mi memoria. A casi más de
cincuenta años de aquella tarde, aún sigo rememorando el carnaval de fragancias
que percibí ahí. Lo mejor fue ver reunido todo lo que escogí adentro de una
hermosa piñata. Cuando la rompí, fui el más feliz de todos los niños ¡Que
tradición tan hermosa! Y que gracioso ver a todos mis amigos de la escuela
aventarse de panza por los dulces, gritando y empujándose... El olor de los
caramelos, sí señor, ese siempre será mi olor favorito.
Luego de algunos silenciosos
segundos que corrieron como siglos:
- Ya es hora hijo.
- Lo sé padre, solo quería compartirle esto.
- ¿Hay algo más que me quieras confesar? ¿Algo de lo que te arrepientas?
El hombre empieza a sollozar:
- No padre, no hay nada más.
- De acuerdo, vamos...
Al caminar casi literalmente por
el patíbulo, el breve pasillo tomo la forma de un interminable túnel. Pero como
todo túnel, siempre hay una luz al final de el... en este caso, una resplandeciente cámara con
una silla eléctrica.
- Lo que hayas hecho hijo, Dios te perdona.
- Aún lo recuerdo padre...
El condenado esnifo una última
vez con una tímida sonrisa, con el rostro de un niño grande. Después de la
fatal descarga... todo quedo oliendo a carbón.
3 comentarios:
El inicio de tu texto me recordó la remembranza que Aureliano Buendia hace de la tarde en que su padre lo llevó a conocer el hielo. Imaginé por esta razón un desarrollo diferente, así que el giro que le das me agrado un aroma a carbón que se quedó seguramente en la memoria de los presentes.
Saludos
Percibir el olor del propio cuerpo al estar muriendo.
Perder todos los sentidos en medio de un dolor atroz.
Saludos.
Me atrapó la fluidez y el giro que le diste a esta historia... Me gustó la voltereta que me he dado entre estos ricos recuerdos y el puñetazo final.
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