viernes, 16 de noviembre de 2012



Enclaustrado en un espacio de dos por dos, el suelo es como hielo, frío trepando los muros de mi cosmos diminuto; afuera la noche instalada, me observa en la vigilia, no hubo comunicación, nadie llegó. Todas las puertas están abiertas, soy el que permanece después del rapto, testigo sin testimonios. A mi cuerpo vencido por el cansancio, le es inevitable dormir, abandonarse en el lecho y entonces ser presa del descontrol. 
Siento como un peso indefinible me inmoviliza, causándome daño, retorciendo mi cuerpo inerme en incómoda posición, no tengo gobierno en la inconsciencia. Permanezco con los ojos abiertos, no puedo ni siquiera intentar cerrarlos, un soplo de aire gélido me ha descobijado, hay una luz fija, dirigida hacia mi cara, impreciso el origen, me tiene idiotizado. Repentinamente comienzan a recorrerme, desde la punta de los pies, cientos de diminutos pasos, ascendiendo lenta y ordenadamente; variedad de insectos, avanzan meticulosamente devorándome, absorbiendo mililítricamente el rojo fluido que me animaba, escarban en la piel, entran por mis venas, carcomen mis entrañas, estoy anestesiado por esta labor; súbitamente detienen su –para mí- atroz faena, retroceden, van sacando brillo a algunas partes de mi esqueleto al retirarse, dejando colgajos de carne putrefacta pendiendo de los huesos. Emito guturales sonidos, el sufrimiento y la desesperación me impulsan para levantarme, mas de pronto todo se ha tornado en abrumadora y glacial oscuridad, siento que piso una dura superficie, húmeda, agreste, inicio la carrera hacia la liberación, desconociendo la dirección; el corazón bombea frenéticamente dentro del pecho, no voy a ningún lado, ignoro si aventajo terreno o sigo parado, mi cuerpo aterido y desgarrado casi ha perdido las sensaciones, sin embargo advierto el cansancio. Terror y dolor acribillan mi mente, pero a la vez son un aliciente para tratar de llegar a alguna parte; mis pies muy lastimados no pueden sostenerme, caigo de rodillas, sigo moviéndome penosamente, la vista no consigue encontrar un lugar a donde dirigirme, no alcanzo a ver más allá de la extensión de mis brazos. Haciendo añicos las coyunturas de mis piernas en cada movimiento, sintiendo como pierdo la sangre, decido arrastrarme; el suelo debajo de mi hiere sin piedad carne y huesos, veo con espanto que engrosan la superficie restos de osamentas, seguramente otros claudicaron en su intento de escapar. Pase rápidamente de andar a reptar y no puedo cerciorarme del trecho que he logrado avanzar, entonces decido parar, giro con dificultad hasta quedar boca arriba, sólo negrura hacia donde quiera que miro, huí sin ser perseguido. Un sonido monótono comienza a crecer, son como gritos avisándose de haber avistado algo; me pongo en alerta, dispuesto a proseguir esta lastimosa fuga, pues siento pisadas ligeras y raudas dándome alcance, dirigen sin pausa su rabia hacia mí; en pocos segundos tengo detrás colérica jauría preparándose a rematarme, entre ladridos feroces soy lanzado de un lado a otro por fauces filosas, dando tumbos encima del tropel que no abandona su curso mientras me devora. Yacen mis restos en la noche perenne, esperando el final definitivo, no puedo implorar más cuando soy sorprendido por garras aladas que me cargan en vilo, disputan el despojo de mi cuerpo, tirando hacia todos lados me van desmembrado; satisfecha su gula sueltan los retazos y creo que caigo, pedazo a pedazo, en el oscuro vacío, siento venir total paz.
Un ruido seco hace que renazca en mullido tálamo, transido de horror, sudoroso y jadeando, enérgicamente recorren mis manos el suave piyama, para cerciorarme que nada sucedió; trastornado entre sombras del alba, digo adiós a la noche y al frío malhechor, que tanto daño infligieron a mis sentidos durante el sopor.
A pesar de sentir los rayos del sol, quisiera estar seguro de haber despertado, tengo una inquietante sensación de ausencia.

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