viernes, 20 de junio de 2014

Cecilia






Revisó por última vez su maquillaje, después de tantos años el pulso se había tornado traicionero y aquella fina línea sobre su párpado distaba de serlo. Se colocó los lentes, tomo su bolsa cargada de magia y se dirigió a la puerta.

Caminar, otra vez caminar.

La parada de autobuses iba envejeciendo, igual que su lozana piel, las paredes de la calle se notaban arrugadas y algunos anuncios estaban a punto de caer, así como sus senos. -¡Que bah!- se dijo a sí misma y abordo el camión. Tantos años haciendo el mismo recorrido que ya lo sabía de memoria. Lo mismo podía buscar un chicle en la bolsa, o revisar el tema del día o tomar una siesta, no importaba, siempre tocaba el timbre en el momento preciso.

Caminar, otra vez caminar.

Llegaba a la escuela y con paso lento subía cada piso, cada salón. Tomaba su puesto y al pasar lista, notaba que sus años se habían quedado entre las bancas y el pizarrón. Caras diferentes año tras año, pero ella era la misma. Fue necesario ocultar las noches de insomnio, las preocupaciones y el dolor al empezar una clase. Tenía que fingir sonrisas y amabilidades a todos aquellos que detestaba.  Pretender estar de acuerdo y otras más sufrir por aquellos niños que lloraban contándole sus secretos. Llevo dulces y regalos en ocasiones especiales, de su bolsa salían globos y juegos para interesar esas cabecitas dispersas. Una clase, cinco o diez horas en un día, no importaba cuantas fueran, total, nadie la esperaba. Podía entrar a las siete de la mañana y esperar tres horas a que pasara el tiempo entre una y otra clase –Así es esto- se resignaba y leía, soñaba, se escapaba de la vida en la escuela. Unas veces estaba en la playa, tomando una piña colada; otras, se sentaba al borde de un risco y gritaba todo lo que tenía guardado.

Caminar, otra vez caminar.


Llegar a casa, dejar la bolsa descansando en el sillón, aventar los zapatos y quitarse el disfraz de educadora junto con el maquillaje, a veces se confundía ¿Quién se desprendía de quién?. La mitad de un cigarro, una taza de café o una copa de vino si el día había estado intenso entre exámenes y calificaciones. Un poco de televisión y a la cama. A veces, pensaba que algo estaba mal. Pero al final, amaba su vida, se sentía segura, era feliz y no cambiaría por nada su largo y cansado caminar, otra vez caminar.

4 comentarios:

Hansel Toscano Ruiseñor dijo...

Un retrato cotidiano muy triste y muy fiel al de muchas vidas en el mundo real. Quizás tan exacto, que termina como un escrito mas, bien construido pero nada mas. Como un día normal... y ya. Pienso yo que algo falto.

ESCRIBICIONISTAS dijo...

Me agrada el concepto que le diste al post.
Me gustó mucho el último párrafo, creo que en él se resume lo cotidiano y el amor por la rutina del personaje, que a veces hasta se me antojaba, no tuviera nombre.

Ros

Dr. Gonzo dijo...

De esas cositas que viven los educadores y que puedes conocer al profundizar. Personalmente me dejé llevar, pero el juicioso de mí halló unos estereotipos que nomás no me entraron. Aún así pude disfrutar la historia con su sensación de subida y bajada. Por ahí un acentito o dos se volaron.

Marita dijo...

Otra vez aparece la "seguridad" muy involucrado con lo cotidiano.

Sabes,yo creo que la docencia puede ser una de las cosas menos monótonas del mundo. A mi en lo personal, me ha encantado. Entonces, no hay forma de que lo sienta monótono, o puede que es porque llevo muy poco en eso.

Saludos.