Revisó
por última vez su maquillaje, después de tantos años el pulso se había tornado
traicionero y aquella fina línea sobre su párpado distaba de serlo. Se colocó
los lentes, tomo su bolsa cargada de magia y se dirigió a la puerta.
Caminar,
otra vez caminar.
La parada de autobuses iba envejeciendo, igual
que su lozana piel, las paredes de la calle se notaban arrugadas y algunos
anuncios estaban a punto de caer, así como sus senos. -¡Que bah!- se dijo a sí
misma y abordo el camión. Tantos años haciendo el mismo recorrido que ya lo
sabía de memoria. Lo mismo podía buscar un chicle en la bolsa, o revisar el
tema del día o tomar una siesta, no importaba, siempre tocaba el timbre en el momento
preciso.
Caminar,
otra vez caminar.
Llegaba
a la escuela y con paso lento subía cada piso, cada salón. Tomaba su puesto y
al pasar lista, notaba que sus años se habían quedado entre las bancas y el
pizarrón. Caras diferentes año tras año, pero ella era la misma. Fue necesario
ocultar las noches de insomnio, las preocupaciones y el dolor al empezar una
clase. Tenía que fingir sonrisas y amabilidades a todos aquellos que detestaba.
Pretender estar de acuerdo y otras más
sufrir por aquellos niños que lloraban contándole sus secretos. Llevo dulces y
regalos en ocasiones especiales, de su bolsa salían globos y juegos para
interesar esas cabecitas dispersas. Una clase, cinco o diez horas en un día, no
importaba cuantas fueran, total, nadie la esperaba. Podía entrar a las siete de
la mañana y esperar tres horas a que pasara el tiempo entre una y otra clase
–Así es esto- se resignaba y leía, soñaba, se escapaba de la vida en la
escuela. Unas veces estaba en la playa, tomando una piña colada; otras, se
sentaba al borde de un risco y gritaba todo lo que tenía guardado.
Caminar,
otra vez caminar.
Llegar
a casa, dejar la bolsa descansando en el sillón, aventar los zapatos y quitarse
el disfraz de educadora junto con el maquillaje, a veces se confundía ¿Quién se desprendía de quién?. La mitad de un cigarro, una taza de café o una copa de
vino si el día había estado intenso entre exámenes y calificaciones. Un poco de
televisión y a la cama. A veces, pensaba que algo estaba mal. Pero al final,
amaba su vida, se sentía segura, era feliz y no cambiaría por nada su largo y cansado caminar,
otra vez caminar.
4 comentarios:
Un retrato cotidiano muy triste y muy fiel al de muchas vidas en el mundo real. Quizás tan exacto, que termina como un escrito mas, bien construido pero nada mas. Como un día normal... y ya. Pienso yo que algo falto.
Me agrada el concepto que le diste al post.
Me gustó mucho el último párrafo, creo que en él se resume lo cotidiano y el amor por la rutina del personaje, que a veces hasta se me antojaba, no tuviera nombre.
Ros
De esas cositas que viven los educadores y que puedes conocer al profundizar. Personalmente me dejé llevar, pero el juicioso de mí halló unos estereotipos que nomás no me entraron. Aún así pude disfrutar la historia con su sensación de subida y bajada. Por ahí un acentito o dos se volaron.
Otra vez aparece la "seguridad" muy involucrado con lo cotidiano.
Sabes,yo creo que la docencia puede ser una de las cosas menos monótonas del mundo. A mi en lo personal, me ha encantado. Entonces, no hay forma de que lo sienta monótono, o puede que es porque llevo muy poco en eso.
Saludos.
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