domingo, 8 de junio de 2014

Glorias




Atraviesas de nueva cuenta el puente un viernes a las cuatro de la mañana. Por la ventanilla del autobús, el río sigue su transcurrir sin mirar atrás. Tránsito permanente que nos expulsa al mundo para vivenciarlo, reírlo, padecerlo, embriagarlo, mezclarlo todo a su alrededor y si acaso, darle un sentido al peregrinaje de nuestros pasos. Y recuerdas –entonces-  aquella madrugada en la que contabas con escasos seis años y  tomó tu mano para ir por la masa para los bocoles matutinos, mientras el resto de la familia era recibida en el terruño. Siempre tan servicial y lista en la cocina para las demandas del ejército familiar. El laboratorio personal para deleite del paladar.
Conforme sigue su marcha el autobús, observas las callecitas desoladas y las ventanas de las viejas casas que te miran con extrañeza, y piensas en el alcohol que te colocó en la barbilla cuando caíste de la bici aquella tarde en la calle de Mina o aquella ocasión en la que te abrazó tan fuerte después de la corretiza que te pegó el perro del vecino por toda la manzana (el he-man, le decían). Cucharadas de miel y cobijo menguaron tus terrores.

 
Al salir de la terminal decides caminar entre recuerdos y te vas más atrás, como cuando intercambiaba monedas por un par de escuís -en la tienda del “chico”- para la palomilla de primos que jugaban en patines a lo lejos bajo el intenso calor. Días de esparcimiento y camarería infantil. A lo lejos, observas atravesar la sombra de un señor a la acera iluminada por el farol, y te preguntas ¿por qué la gente evita  la oscuridad? En la penumbra, los destellos de nuestra existencia iluminan el espacio si pones atención. Cada escenario recorrido y vivenciado tiene una función, la de recordarnos en la oscuridad que fueron ciertos. Es lo único que tenemos. El futuro es utopía por alcanzar. 
 
Llegas al parque, enciendes un cigarro y no puedes evitar con cierta sonrisa nerviosa aquella vez en la que la abuela fue con la vecina para decirle que su par de gemelos te habían espantado simulando un cuerpo con dos cabezas asomados por la barda. En fin, estás a una cuadra del lugar al que no deseas llegar, la tristeza colectiva es algo que siempre te ha incomodado. Te detienes en la tienda, observas por allí y por allá y descubres entre un arcoíris de sabores justamente ese dulcecito que probaste por vez primera hace más de veinticinco años mientras te decía guárdalo en tu bolsillo y cómelo hasta después de la merienda. Mientras mitigas el nerviosismo con el cremoso y riquísimo sabor de la gloria recién comprada, se te viene a la mente que vamos y volvemos a ninguna parte  y sabes de antemano que a partir de hoy este sabor tan singular estará en todos y en ningún lugar.

 

7 comentarios:

Unknown dijo...

Quedaría mejor si usarás voz de narrador, en lugar de hacer como si le estuvieras recordando al personaje de tu relato lo que hizo.

Marita dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Marita dijo...

Me gustó tu historia, esta llena de sentimiento, haz de querer mucho a tus abuelos. Logro imaginarme claramente al niño que se cae en bici y al muchacho que regresa a despedirse. Saludos!

Hansel Toscano Ruiseñor dijo...

Un instante eterno de fugaz nostalgia (de la que nunca se olvida). Fue como los dulces que mencionaste, se va por el aparato digestivo... pero el sabor se queda mucho tiempo ¡Buenas instantáneas! Así debe de ser la vida.

Aline Suárez del Real dijo...

Muy conmovedor, la gente que se va y no se va, o mejor dicho, o se va, regresa "volvemos a ninguna parte" escribiste, y creo que tienes razón.
Concuerdo con Pherro.

Dr. Gonzo dijo...

Muy padre historia, creo que está armada de manera que te involucres con sus personajes y situaciones con esa voz que te recuerda todos sus momentos. Es una invitación y prueba ser un estilo que a mí me gusta abordar a veces ya que lo encuentro atractivo en la forma que ayuda a soltar las descripciones como un segundo observador.

ESCRIBICIONISTAS dijo...

A mí me llamó la atención y se me hizo rico eso que comenta Gonzo, como un segundo observador, será que es algo que no veo a menudo y por eso lo disfruté.
Con cucharadas de miel y cobijo este relato me llevó de la mano.

Ros