Sobre la hoja de fabriano resbala una gota de
color violeta, ésta se integra con el gris de fondo y se entremezcla con una pincelada
azul. Se parece al cielo que observé ayer, sonrío al ver el resultado. Me
maravilla la facilidad que tiene esta técnica para integrar unas gotas con
otras y formar manchas espléndidas. En unos días, la acuarela dará un poco de
color a mi casa, mide 31.50 x 63.00
centímetros, lucirá perfecta en el centroide del blanco muro. Ojalá fuera yo
una gota y tuviese la desenvoltura para integrarme a otros colores, a nuevas
formas, pero me aterran los cambios.
En la cotidianidad encuentro la tranquilidad
de mis días, cuando todo marcha conforme a la rutina puedo sentirme cómoda e
incluso de mejor humor. Cumplir con una fecha, un plan y un horario mantiene mi
alma en orden matemático. En mi cabeza ya no caben los brincos ni las líneas
chuecas. Lo supe desde que conocí a mi monstruo: es color espárrago, obeso y
burlón; su nombre científico es Metatesiofobia, pero el día que apareció dijo
llamarse Mutatio. Generalmente lo evito, pero reaparece, siempre con otro
nombre: Tempus, Commutatus, Transitio, Novus.
A veces su piel verdosa parece teñirse de
amarillo, nunca usa los mismos zapatos y cambia constantemente su postura y timbre de voz. Cuando llega, corro sin mirar atrás, a veces me enfrenta pero cierro
los ojos y cuento hasta cien. Cuando le veo venir, hago todo lo posible por
evitarlo, esto implica tomar caminos más largos y tortuosos, rodear el problema
o esconderme bajo la cama.
Ignoro dónde encontrar la solución, quisiera
extirparlo, decirle que soy más fuerte que él: “Mira, tonto, me cambié de
trabajo, ya no me importas”. Pero suena alguna de mis treinta alarmas
interiores y sé que es momento de tomar café, de dormir o de tomar un baño.
No nací con miedo a Mutatio, lo sabe mi
conciencia, también sé que soy María y que me faltan trece minutos para terminar
de escribir, porque me di exactas dos horas. Quiero alargar y romper lo
programado pero no me atrevo. Transitio acaba de asomarse, luce más alto que de costumbre, hoy viste chaqueta
gris y su cabeza está rapada, acabo de escuchar su risita: es insoportable.
Es domingo y hoy no recibo visitas: tocan la
puerta, hieren mi rutina. La risa de Tempus se ha intensificado: siguen tocando. Mis manos sudan y no puedo respirar. Mi monstruo sabe que
no abriré, que terminaré este post, y que correré bajo la cama para contar
hasta cien, hasta que su risa haya pasado.
3 comentarios:
Me encantó!
Es verdad, mucho de "lo cotidiano" es miedo al cambio porque se vuelve una zona de confort.
Saludos.
Con la nada sorprendente novedad de que esta putada no publicó mi pinche y jodido comentario. En resumidas cuentas lo que putas te decía es que este pinche escrito estará probablemente entre mi top 5 de tus pinches escritos. Poca puta madre que no salió mi choro chingón, pero vale mierda. Sábelo, la cadencia de tus letras y el entrelazo de melancolía y aislamiento que matiza la historia viene a darme en la puta madre justo en estos jodidos momentos de mierda y coño que vivo.
PERO QUÉ POCA MADRE
Si le agregas unos granitos de sal de Cuyutlan a tus gotas de acuarela se tienen unos efectos muy lindos.
Saludos Roos.
Publicar un comentario