viernes, 20 de junio de 2014

Un día y otro

1 Sólo camina hacia el fin del día, en la dirección en que el sol se comienza a esconder. En el aire estarán los ecos de las risas que acompañaron las horas, en el frágil momento en que olvidas lo que hiciste en la mañana, el dejo de un “te amo” se diluye en la brisa. Detente en la parte más alta, quizás un montículo, quizás un pedazo de banqueta mal puesto y saborea con tu lengua tus labios, del sello inconfundible de esos besos que te tomaron por sorpresa a media tarde, como un juramento que no has de olvidar. En cuanto ladeas la cabeza, el temblor de los últimos rayos se convierte en un suspiro y estás dejando que el cielo azul claro se torne azul marino, que vocea a los fantasmas de la noche, justo a tiempo para recordar que ésta es tu rutina: el tap tap de las gotas de lluvia, que tararean tu canción favorita y engarzan versos para la noche. No lamentes su final, mejor celébralo, hay respiraciones conjuntas, todas a punto de madrugar, de despertar, sueños que están culminando y jadeos que ven llegar el sol del nuevo día. Todos ellos y tú, van a comenzar el día otra vez: lágrimas y sonrisas abrazadas con el retozo de las aves y su luz emergiendo. 2 Ha sido caminar y caminar, que es como vagar sin rumbo, con la entraña oprimida por ese final que se acerca. El sol ha dejado de quemar ya sólo un rato y ahora es momento en que recuerde esas tardes que menguaban tu voluntad en la duda y el enojo, nublando todo asomo de tranquilidad. Amargo es el sabor en tu boca, lleno de microbios que tienen más fortuna que tú al morir cuando se encuentran con el aire. Es la brisa de la noche la que te retuerce el pecho preguntando en dónde y con quién… el arte de ignorarte, el premio tanto tiempo prolongado que otorga la embriaguez que nubla tu sentir al grado de exacerbarlo. Nunca sirvió de nada, pero qué bonito te ausentaba de tí. En cuanto ladeas la cabeza para ocultarte en esa banqueta de matas puercas, recuerdas el aguacero que no cesaba en buscar mezclarse con tus lágrimas. Esa desidia de llegar a un techo, vomita el hedor que detectabas en las cercanías. Un perro atropellado con las vísceras expuestas, con cara sonriente y sangre seca, ferrosa, como una sinfonía dedicada al miedo a todo. Miedo, eso es, agria ilusión de pensar que esto iba a terminar. Pero aún en las casas los focos están prendidos y las siluetas de sus techos de obra negra y lonas y cartones apilados con tabiques sueltos te hacen mención de que estás muy lejos de donde perteneces. No tiene nada de malo cuando recapacitas y con una clavícula rota y el sabor de un charco con verduras podridas, te pones de pie. Tanto tiempo tardó que ya puedes ver un poco del sol asomarse, a joderte la vida otra vez. Y comienzas el nuevo día justo como lo hiciste ayer: buscando un hogar.

2 comentarios:

Siracusa dijo...

Texto triste y crudo ambientado por la lluvia que cae fuerte mientras te leía. Me agradó la imagen que creaste de ese estado de soledad y frío, mucho frío.

Saludos

ESCRIBICIONISTAS dijo...

1: Suspiro
2: Crash

Disculpa mi breve comentario, pero cuando encuentro figuras, ritmo e intenciones, no puedo más que disfrutar y disfrutar.

Ros