miércoles, 14 de diciembre de 2011

Errando en la ruta


Algunos camioneros refieren que, de madrugada, por las carreteras del país, aparecen por la orilla del camino, algunas personas pidiendo aventón, se distinguen fácilmente, pues sus blancas vestiduras reflejan las luces de los automotores; si el conductor se detiene para brindarle la cortesía a la persona, esta se aproxima despacio por el lado del acompañante y solicita cortésmente el favor, dirigiéndose al chófer, por su nombre. Aunque, a decir verdad, nadie acaba de creer estas anécdotas, pues nada más les suceden a los conductores cuando viajan sin compañía o justo cuando el ayudante se encuentra dormido.
Genaro viajó muchas veces como copiloto, siempre atento cuando comenzaban los primeros minutos de un nuevo día, para no perderse el avistamiento de alguna de esas personas, errando a altas horas de la noche, arriesgándose a ser revolcados por las corrientes de aire, generadas por la velocidad y volumen del transporte de carga. Según su propia experiencia, lo que los demás contaban era pura invención, pues él jamás vio un caminante nocturno en sus muchos viajes; por el contrario, corroboraba la versión de varios trabajadores de apoyo, acerca de que los supuestos errantes desvelados, eran producto del cansancio y la imaginación de los operadores, después de continuas jornadas al frente del volante; entre ellos se contaban varios creyentes, que incluso tomaban esos hechos como una ayuda divina, pues cuando más fatigados se sentían y la vista se empezaba a nublar, divisaban al lado del camino a una persona, que caminando, solicitaba aventón. A pesar de hacer esfuerzos por permanecer despierto, a Genaro nunca le tocó vivir esta circunstancia, invariablemente se quedaba dormido, aunque fuera un par de horas y cuando despertaba, el conductor en turno le decía que la persona ya se había apeado del vehículo, reforzando en él la versión de que esas anécdotas eran puro cuento; a lo sumo aceptaba que esos andantes, de los cuales muchos compañeros suyos hacían mención, eran los remolinos formados por el veloz giro de los neumáticos al levantar la tierra de los costados de la carretera y al ser iluminados por los faros del camión.
Ante esa sesuda explicación, los choferes reían y le decían que ya le llegaría su oportunidad de empezar a viajar solo, entonces sí, podría comprobar por cuenta propia la singular situación.
Luego de un par de años, Genaro tuvo la suficiente experiencia para ser empleado como conductor, conocía cada ruta cubierta por la empresa para la que laboraba y contaba con la confianza suficiente para tomar la responsabilidad de conducir largas horas, por las caminos asfaltados de su tierra natal y por qué no, de los países vecinos también.
Cabe decir que a pesar de -prácticamente- haber nacido en la carretera, pues poco faltó para que fuera arrojado al mundo en la cabina del camión de su padre, Genaro era un incrédulo, pero no ponía en duda nada acerca de todas las historias referidas por los camioneros; seguía varios ritos, sólo por costumbre, simplemente no cuestionaba, prefería dedicarse sin distracciones a su trabajo, primero, durante su infancia y adolescencia, como un ayudante solícito y eficiente.
Los primeros viajes, ya de operador, los hizo en compañía de algún ayudante, con el ánimo de las etapas que se inician, Genaro era un conversador interesante, tenía en su haber narraciones fantásticas sobre los lugares a los que había viajado durante toda su vida, sobre todo ponía énfasis en los paisajes, atardeceres y amaneceres que había tenido la dicha de contemplar; sus relatos rara vez incluían vivencias con gente, excepto si la charla derivaba hacia las ocasiones en que se solazaba en el placentero e irrepetible abandono, en brazos de una mujer.
Pero, como a todos, le tocó empezar a viajar en solitario, por supuesto no es lo mismo, entonces se distraía escuchando los reportes de sus compañeros a la central u oyendo por largas horas el radio, aunque realmente no se sentía incomodo, pues prefería la soledad. Al no tener nadie esperando su regreso, se concentraba totalmente en su trabajo, procurando cumplir puntualmente las salidas y llegadas, era un hombre disciplinado que no se permitía ningún exceso capaz de entorpecer su desempeño.
Una noche que circulaba por el libramiento de la México-Tuxpan, a la altura de Huajomulco, poblado de Tulancingo, acusando los estragos de otra pesada jornada, casi sin sentirlo comenzó a perder el dominio de su cuerpo, parpadeaba constantemente, tratando de contrarrestar los efectos de la fatiga, sin embargo el cansancio empezó a jugarle la broma de hacerle creer que las señalizaciones eran personas caminando despreocupadamente a la vera del camino; apretaba fuertemente los ojos y movía la cabeza enérgicamente, tratando de sacudirse la modorra, pero el ronronear del motor lo arrullaba plácidamente, sumiéndolo lentamente en ingobernable semiinconsciencia. Como previsión, llevaba siempre a la mano un chile habanero, para darle una buena mordida y sin miramientos sufrir los infernales efectos del potente picante, lo cual mitigaba rotundamente las ganas de dormir, pero el sueño le ganaba terreno esta vez y no atino a recordar el eficaz remedio.
De pronto algo despertó su instinto, con rapidez giro la manija para bajar la ventanilla de su puerta lateral, la bofetada de aire gélido lo despertó casi de inmediato, justo a tiempo para retomar el control del volante y evitar la invasión del carril contrario, a muy poco de impactar de frente contra otro carguero que ya venía hacia él, haciendo el cambio de luces. Al pasar cerca uno de otro, solamente hicieron sonar las cornetas de sus tractocamiones.
Ya recuperado del sobresalto y decidido a soportar el intenso frío, bien sentado sobre los isquiones e irguiendo su columna vertebral, completamente atento al camino y sus visiones, Genaro descartó que aquella figura blanca, a la cual se acercaba, fuese una persona caminando sin precaución muy cerca de la línea del carril. De pronto recordó esa historia respecto a los caminantes nocturnos, pero no disminuyó la velocidad, al pasar cerca de ella, intento corroborar lo que por muchos años había argumentado acerca del asunto, pero el bulto le pareció más el cuerpo de una persona en movimiento que un remolino formado por las llantas del camión. Sin embargo no se detuvo hasta llegar a las bodegas de la central de abastos de Papantla.
El viejo Atenógenes, quien estaba a pocos días de jubilarse, fue el primero en cruzarse con Genaro en los patios de carga de la central; sin reparo alguno le soltó la pregunta:
-¿Por fin lo viste, Genaro?
Fingiendo estar distraído, pero sin lograr aparentar desconcierto por la interrogación, Genaro le respondió:
-¿Ver qué, Oge?
-No te hagas pendejo conmigo, muchacho. Tu cara me dice todo y me corto un huevo y la mitad del otro, si fuiste capaz de detenerte para brindarle la ayuda a esa persona; no te hubiera pasado nada, esos que andan errando por las carreteras, solamente buscan unos momentos de tranquilidad. Entiendo que no quisieras hablar de este asunto, pero sabes que tienes la obligación de auxiliar a quien te lo solicite en el camino, a menos que estés seguro de haber pasado junto a un remolino.
Le dijo Don Oge, con notable sorna.
Genaro nada respondió.
-¡Ah, pinche muchacho descreído! No vuelvas a dejar a una persona desamparada en la carretera y menos de noche, eso no está bien, lo sabes.

Por primera vez, desde que era un chamaco, Genaro le dio la espalda al viejo Atenógenes y se alejó de él, no por faltarle al respeto, si no porque la inquietud experimentada esa madrugada, lo empezó a acosar, un remordimiento que lo haría cambiar su manera de proceder en lo venidero, pues se sentía de alguna manera incompleto, al haber incumplido con una de las tradiciones de todo buen camionero, pues aunque él conservara sus dudas, así son las costumbres.

Aunque algunos dicen que las oportunidades no se presentan dos veces y menos en el mismo lugar, Genaro tuvo la ocasión, meses después, de volver a transitar por el libramiento de la México-Tuxpan, también de madrugada, no obstante ningún recuerdo de esa situación se colaba en su mente, sólo la firme intención, como siempre,  de no quedarse dormido, tomando como buena opción el recurso del chile habanero.
Con los ojos bien abiertos y los sentidos despiertos, observaba la prolongada recta que lo antecedía, el reflejo de las luces sobre las señales, formaban las fantasiosas imágenes de figuras humanas desplazándose a lo largo de las orillas del camino, pero de pronto, entre estas, Genaro distinguió la figura blanca; quitó el pie del acelerador y suavemente piso el pedal del freno; el muchacho era terco y defendía sus ideas, no guardaba en sí, ninguna intención de ceder a las presiones de sus veteranos compañeros e insistía con los novatos, en que esa historia de los caminantes nocturnos era pura farsa. Ya cerca de la figura, quiso cerciorarse que se trataba de la tierra arremolinándose al paso de su camión, sin embargo pudo ver claramente a una persona haciendo la seña para pedir aventón; una persona vestida con una prenda parecida a un gabán, extendiendo la mano, viendo en dirección a él, una expresión de indiferencia en el rostro, pero con una mirada penetrante. A pesar de disminuir la velocidad, no consideró detenerse, de todos modos se le había pasado el momento.
Bastante asustado, Genaro se acomodó bien en su asiento, a tiempo para darse cuenta de que iba, sin remedio, a estrellarse contra una gigantesca grúa, aparcada fuera del camino, debido a los trabajos de la ampliación para la carretera México-Túxpam. La distracción le costó caro, a sus 32 años, por fin comprendió, sin aspavientos, se aferró al volante, viró rápidamente para evitar el impacto frontal, pero sin poder evadir su fatal epílogo.

El viejo Atenógenes hacía su último viaje como conductor, lo acompañaba un nuevo ayudante.
-Esa es la historia de mi querido Genaro. Así que, chamaco, no desdeñes las experiencias de los viejos, en este trabajo te serán de mucha utilidad; además de tus ojos y tus sentidos, procura tener la mente bien abierta.
La madrugada les da alcance en el tramo del libramiento de la México-Tuxpan, a la altura de Huajomulco, poblado de Tulancingo; los ojos de Don Oge se nublan de nostalgia, el ayudante cabecea, pero algo le hace reaccionar y fija su vista en la orilla del camino.
-¡Mire Don Atenógenes, parece que alguien va caminando a un lado de la carretera! No estoy seguro, pero creo que nos está pidiendo aventón.
-Así es chamaco.

Pocos metros delante de la blanca figura, Don Oge hace alto total, esta se acerca a la puerta del acompañante caminando sin prisa, el ayudante abre y de un rostro con expresión indiferente, pero de profunda mirada, se escucha decir:
-¿Me lleva, Don Atenógenes?
-¡Claro que sí Genaro, vámonos!

6 comentarios:

María Beatriz dijo...

Excelente relato!
Felicitaciones!!!

Besos

Ros dijo...

Te entregaste a este relato, Gerardo, se nota tu trabajo, los datos y paisajes empatan muy bien con la historia, nos situas en lugares y describes con exactitud, lo que dota de riqueza este texto.
De inicio a fin este ejercicio me atrapó, muy bien contado.
Tallereando, en el párrafo número siete, a partir de la quinta línea, abusas del término mente: despreocupadamente, fuertemente, enérgicamente, plácidamente, lentamente... Me sonó cacofónico.
Y bueno, por ahí se te fueron algunos acentos. Saludos.

Dr. Gonzo dijo...

Me gustó mucho por fluido y un desarrollo interesante. Quizá el final es lo que uno se esperaba pero no por eso deja de estar bien contado. Igual, unos acentillos se te volaron por ahí, pero no al grado de mermar la lectura totalmente.

Julieta dijo...

Me gustó mucho tu relato, lograste plasmar un buen ambiente haciéndolo interesante, la redacción me pareció fluida y amena para el lector. El tema creo que es excelente.
Es una muestra más de los que la carretera y sus andanzas pueden dar al escritor...saludos cordiales¡¡¡

Augustine X dijo...

Me sumo a las felicitaciones, una típica historia de carreteras y de traileros, de choferes y sus tantas historias. Buen ejemplo de una historia en donde sabemos que va pasar pero que, sin embargo, resulta bien hilada, contada y de la que te llevas un buen trago. Cómo siempre en la pulida ortográfica todos cojeamos pero es normal, este tema a supuesto temas largos y no hay mucho tiempo para corregir. Por cierto, me encantó lo del chile habanero y bueno lo de los remolinos de vientos es algo que me contaba mi abuela sobre cuando viajaba en la carretera que lleva a la Ventosa en Oaxaca. En fin, nada más felicidades. Un abrazo

Paco Payán dijo...

Chingón, la verdad la historia me atrapó, se desarrolla de manera fluida sin tanto adorno y con buenos momentos en esas carreteras que me dejan pensado en la posibilidad de no pasar inadvertidos esos consejos de traileros.

Me he quedado con un buen sabor de boca, felicidades por este ameno texto.