viernes, 9 de marzo de 2012

Fisgón



A ritmo de Russian Red, tabacos y una cerveza las tardes saben más apacibles. Tranquilidad lejos del marmoteo que es la sociedad es necesaria para reivindicarse al menos con uno mismo los fines de semana. Mientras intento escribir un cuento para mi colección personal que publicarán en unos años – según yo-, algo entra por debajo de la puerta y se instala de lleno en la sala, llevándome lejos del orden al que estoy acostumbrado cuando intento escribir. Enciendo un cigarro, abro la ventana, subo el volumen a the memory is cruel y regreso a mi cometido acompañado de la sutil sencillez en la voz de Lourdes Hernández. Pero no, el departamento está siendo violado por ese intruso invisible que pesa como fardo y termina por difuminar la poca concentración que conservaba tras el desenfado de un eructo cervecero.

Me levanto, fumo y camino hasta la recámara. Camino y fumo buscando aquello que me inquieta. Nada. Retomo el valor, hago acopio de los sentidos para ubicar a mi adversario, declararle la guerra. Regreso al refrigerador, extraigo la segunda cerveza. Destapo, bebo y me escucho decir ¡qué situación tan desesperante esto de no hallar responsables! ¿Existirá un maleficio detrás de todo esto? ¿Será que las musas se solidifican de maneras impensables? Me recuesto en el sofá, me dejo atrapar por la nebulosa para rastrear lo que ya denomino una aflicción temporal. Pasando por otro sorbo, la memoria rebobina a eso de las cinco de la tarde cuando subía por las escaleras hacia este mi cubil e hice un descubrimiento no intencionado. Una vez ubicada la razón de mi desquicio, una punzada desempolva los cuerpos cavernosos, pérate cabrón –me digo sonriendo-. Ahí estaban ese par de artículos altamente comestibles y bellos en toda su estructura, jugueteando al unísono por encima del respaldo en un mueble rojo que se dejaba ver tras la puerta entreabierta del departamento 308, atrayendo por completo mi atención.

Recuperada la cordura y mi ceguera aparente, llego a la conclusión siguiente: mi fascinación hacia los pies femeninos la llevo en la mochila desde hace años. La curiosidad por aquello que se encuentra vedado a nuestros ojos, escondido del mundo, como un tesoro que pocos logran apreciar; ha sido un trayecto por las más tórridas alegrías y las más infames desdichas por caminos sinuosos – como suele suceder en la vida- entre borracheras y periplos delirantes. ¿A dónde se fueron esos pasos que en pretérito me han buscado? ¿Quién será la dueña de ese parcito sublime ubicado en el tercer piso?

Me reconforta saber que no soy el único aficionado a estos manjarcitos mujeriles, pues ahora recuerdo que Tarantino es un empedernido de estos asuntos, me consuela. Digo esto, porque ahora que corrí a la mesa escribo con nuevos bríos sobre mis aparentes desviaciones. Tal vez mi próximo ensayo sea a partir del gusto hacia los secretos que van de aquí para allá envueltos en el calzado femenil.

Regreso a mi cerveza y al cuento que trataba de perfeccionar minutos antes para mi premiado futuro libro. Ni madres, ya soy presa del embeleso que provocaron pisos abajo y regresan las preguntas ¿el rostro de la vecina empatará con ese par de terroncitos que observé por andar de fisgón? ¿le olerán las patas? Las respuestas vienen solas: coincido con mi yo interno en que un par de pies lindos hablan por sí solos acerca de una mujer. Una chica caminando descalza es un deleite sumamente apetitoso para espectadores minuciosos como un servidor, la belleza exterior debe ser completa en toda su composición. Si la parte inferior no es de mi agrado por inducción desacredita algún interés extra de mi parte, así me he ahorrado la cansada tarea de acercarme a experimentar contactos innecesarios y desparramar la cartera sin mesura. Pero de ser al revés ha provocado enamorarme de las mujeres incorrectas. Es un paralelismo interesantísimo o ¿será que el hombre es bruto por antonomasia? – lo digo, por aquellos relinchidos que me han sorprendido de madrugadas siguiendo rastros indefinibles-.

Ahora que la noche aparece, le doy el turno a The organ para proseguir con lo que no tenía planeado para esta tarde y que gracias a la misteriosa vecina, me tiene por acá pensando en ese asistente óptico que suelen ser las sandalias; aventurándome a adivinar partiendo de la observación si una mujer puede ser reservada, risueña, inteligente, bruta, complaciente, autoritaria, interesada o en el peor de los casos una reverenda putona con solo mirar la base con que recorre el mundo. Los supuestos como los pies suelen ser engañosos. Algunos por más atractivos que parezcan adolecen de un defectito: apestan como muchas ideas.

Me empino la última cerveza. Pienso en la próxima estrategia: esperar a que llegue la quincena, armarme de valor y tocar la puerta del 308 e invitar a salir a la vecinita o de perdis en una de esas coincidamos mientras subo-bajo la escalera y ella abre la puerta para desenmascarar el enigma que ha surgido a partir de mis fisgoneos. A las buenas cosas se llega por accidente o por equivocación.

2 comentarios:

Ros dijo...

Apenitas leí Russian Red y me prendí, fíjate que lo siento escrito de golpe, y no es que sea malo eso, pero una pulidilla de muletillas y redondeos no le caería mal.
Me late la idea, más si lo leo como dinámica tipo vomitando ideas. Saludos.

Dr. Gonzo dijo...

El contenido ahora no me emocionó tanto, lo sentí más bien superficial y abusando de recursos (la música, el trago)creo que para buscar elementos circulares hay que ser más minimales en sus descripciones. Llegó un momento en que a pesar de lo bien armado y contado, no sentía ganas de seguir leyendo.