sábado, 7 de abril de 2012

Haciendo historia




Mi abuelo nació por allá de 1921, lo sé porque decía que fue el año que Wittgenstein publicó el Tractatus Logico – Philosophicus, Jung los Tipos Psicológicos y Russell el Análisis del Pensamiento. Aún así, cuando yo era adolescente, mi papá y mi tío encontraron un acta de nacimiento bastante rudimentaria que fechaba su nacimiento en el año de 1917. O sea que mi abuelo aparte de ser más viejo, nació en un año en el que no pasó nada que satisficiera sus pretensiones intelectuales. Digo, nació en el año en que se proclamó la Constitución Mexicana, pero pensándolo bien, sí sería un orgullo dudoso. Al fin y al cabo, aunque fue xalapeño de nacimiento, no dudó en establecerse rápidamente en el DF luego que su papá fuera asesinado por cuatreros y su mamá lo dejara con una amiga de la familia que lo agarraba de mandadero.

Y es que cómo se las gastaba el abuelo. Eso que Wittgenstein y Jung y Russell era puro choro. El pobre apenas sabía leer con dificultades a los treinta años (treintaitrés en la vida real) pero se hizo cuate de algunos intelectualillos por mero azar del destino y escuchaba cómo hablaban de filosofía y revolución y socialismo y dialéctica. Yo no sé si les entendía, pero lo mejor que hizo en esa época no fue tener siete hijos y tres mujeres, sino haberse ido a la boutique de moda, donde dicen, el ex presidente Lázaro Cárdenas iba a escoger sus trajes animado por sus amigos españoles refugiados que llegaban a México. Siendo mi abuelo cuate de algunos intelectuales también amigos del General, se conocieron cuando mi abuelo, canijo como él solo, pretendió tomar uno de los trajes que Cárdenas había seleccionado. Mi abuelo le dijo que se había atrevido a seleccionar dicho traje, porque el General había pasado por alto que había cortes exclusivos para gente como él que convivía con campesinos como con intelectuales y gente de buena familia. El General le cuestionó esto y mi abuelo, con mucha elocuencia, soltó un discurso en el que incluía la distinción de clases y de cómo ésta se podía ver definida por la tela que los obreros trabajaban y la que la gente distinguida vestía. En términos dialécticos – decía mi abuelo – existía una representación exclusivista que impedía una fraternalización entre clases ya que no se comprendía que podía existir una relación justa basada en la demanda y paga del trabajo. Este milagro – terminaba entre ovaciones mi abuelo – era la institución del capitalismo como medida justa entre la realización efectiva del intercambio entre clases, con un futuro prometedor que implicaba un circulante continuo que permitiera a las clases trabajadoras y empresariales liberarse del yugo temeroso que los últimos acontecimientos habían hecho repercutir en la economía mexicana y ser prósperos. Pues dice mi abuelo que no terminaba de decir la palabra “prósperos” cuando se soltó la algarabía entre intelectuales, refugiados, ricachones y el General que le comentó aparte que si podía fundamentar y explicar la lógica social bajo la que platicaba sus ideas, podría recomendarle como asesor con los encargados del PRI, ya que el régimen alemanista estaba muy interesado en acabar con las constantes huelgas y enfrentamientos entre obreros y empresarios, buscando trazar una confederación que organizara a los extractos populares. A mi abuelo le pareció muy buena noticia y le ayudó a obtener dinero para tener alimentados a sus cinco hijos y a mi abuela. Aparentemente le fue bien porque de las ideas de mi abuelo, que pudieran ser disparatadas o no y la asesoría de intelectuales, funcionarios y agregados, surgió la CNOP. Claro que no salió tan bien, la política obrera era bastante mala e injusta y la CNOP nomás sirvió para que a todos los obreros les tocara el mismo mal sueldo y para que se instituyeran los líderes charros.

Podías darte cuenta cómo le brillaban los ojos cuando recordaba esas glorias pasadas. Como la ocasión en la que dice, rescató a mi papá y a mi tía de quedar enterrados en un deslave de la pequeña casa de madera y tabiques mal acomodados por allá de 1944, cuando en un aguacerazo terrible, la tierra bajo sus pies comenzó a enlodarse tanto por la filtradera que por momentos creían que se ahogarían ahí mismo. Mis abuelos trataban de organizarse juntando los enseres y la poca ropa que tenían. Al momento en que mi abuela salió corriendo con las pesadas rejas sobre su cabeza y mi abuelo cargaba el catre a unos metros del pantanoso suelo, el agua no permitió que las bases de las trancas de madera siguieran de pie y se descargaron con el ligero techo de lámina y cartón de la casa. Dice mi abuelo que dar un paso era hundirse medio metro y que para sacar el pie necesitaba apoyarse en el otro hundiéndose más. Comenzó a ver cómo los demás “hogares” se venían también hacia él: catres, cucharones, ollas, botellas de refresco, moldes de paletas y hebrillos, todos directo hacia él. Mi abuelo estaba más aterrorizado porque mi papá y mi tía seguían dentro de la casa que ahora se comenzaba a deslizar cuesta abajo como las cosas que se le venían encima. Bueno, dice mi abuelo que se puso casi a nadar en el lodo y a brincar como podía y que en una de esas hasta a un cabrón venía arrastrando el lodo y él pudo jalarlo de la playera y arrastrarlo a uno de los arbustos viejos a los que se agarró para poder avanzar. Bueno, total que toda la lodazera estaba ya sobre mi abuelo y nomás alcanzó a extender sus brazos y sus manazas agarraron a mi papá y tía que cabe decir, apenas tenían 3 y 4 años de edad y ya no se pudo mover, así que los alzó y se quedó parado, recargado en el arbusto que le ayudó a no caerse. Estuvo, asegura, más de media hora parado con el lodo llegándole a la altura del pecho y con los brazos arriba, cargando en cada mano a mi papá y tía. Dice que el vecino terminó deslizándose con el lodazal y falleciendo ahí mismo. La nota salió en periódicos y lo entrevistaron a mi abuelo y dice que aunque mi abuela lo quería mucho, fue ese el momento en el que los abandonó, porque vio que su vida pobre era motivo de peligros constantes. Dice que mi abuela luego se fue de regreso a la capital y ahí terminó haciéndose de ropa buena, amigas ricas que la pusieron bien arreglada y sale de chacha bonita en dos películas de Tin Tan y en una de Dolores del Río.

Y así podría irme contando tantas cosas más, como de cuando por azares del destino terminó sustituyendo en una lucha al Huracán Ramírez porque tenía lucha programada y filmación de película y que entrenó diez minutos antes de subir con su contrincante y que le pusieron una zarandeada que le agarró tirria a las luchas y no dejaba que mi mamá y mi tío los vieran ni de chiste, porque no le gustaban y le caía gordo ver a esos “farsantes en calzones” como les decía. De hecho era muy celoso de que sus hijos vieran la televisión que tanto trabajo le costó comprar, ya que tuvo que viajar al norte para conseguir una de las nuevecitas, buenas, con la antena integrada, allá por 1965 y que casi pierde en unos volados con unos indios yaqui que se lo cambiaban por unos cobertores bien finos. Dice que se largó corriendo con su tele y sin los cobertores, que más tarde se enteró eran de policías federales que los habían perdido en volados con los mismos indios pero que retacharon por la noche y a balazos los ajusticiaron. Dice mi abuelo que como la tele venía en una cajota la amarró con mecates y se la puso en la espalda, luego sacó las cuatro patas y las amarró también todas juntas para hacerse un bastón, llegando así a Chihuahua donde ya a punta de totoleros y cuidando muy bien su tele, regresó a Puebla. Pero bueno, no tengo más tiempo y aparte mis dedos derechos están un poco cansados. así que espero que les haya gustado ese par de historias de mi abuelo y le pediré que me cuente más ahorita que regrese de la abducción que le hacen cada diez años los Yuma, ya que siguen en investigaciones por la invasión de reptilianos que no hemos logrado todavía esclarecer cómo y cuándo sucederá. De mientras, tengo que seguir cuidando mi brazo cibernético ya que algunas conexiones siguen inconsistentes con los movimientos de los dedos y me cuesta trabajo escribir y bueno, más vale que suba al Mirador para continuar mi vigilancia. Saludos. Dr. Gonzo, fuera.

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