Nací en la ciudad de San Miguel de Allende, en aquel día de
la llamada tormenta de otoño, sí, así
de inconexo fue mi nacimiento. Mi madre
me parió en pleno parque; comía un dulce
de higo al instante que le entraron las contracciones y el cielo se ennegrecía.
Entre el ventarrón y un relámpago estruendoso lloré por primera vez, una hoja
de uno los árboles que protegían a mi madre se me pegó al pecho. Conservo esa
hoja, está en mi oficina del desierto, le tengo enmarcada bajo la leyenda
“La naturaleza muerta que me dio vida”.
Mi madre no tuvo más hijos, en sí yo no tuve padre. El sujeto con quien mi madre me había
procreado fue un delincuente el cual estaba de paso en el pueblo; se le acusaba de fraude y peculado. Fue mago,
mentalista, curador y pastor de iglesia. Eran muchas las personas a las cuales
había timado, entre las acusaciones más fuertes se encontraba el hecho de algunas
personas fallecieron dado que hicieron caso a su charlatanería, dejando
entonces tratamientos médicos que les mantenía con vida. La seducción fue la
herencia de este hombre a mi ser.
Desde aquel primer
llanto entre las corrientes de aire no volví a llorar, hasta cuando encontré a
mi madre en su cama acompañada de la fotografía de aquel hombre funesto que fue
mi padre. Mi tía Lucía decía que mi madre murió de tristeza, yo tenía apenas
siete años. Se me concedió dormir ese día al lado del cuerpo frio e inerte.
Extrañas eran las costumbres de mi familia, situación que hasta hoy mucho
agradezco.
Estudié en un colegio por demás conservador, si bien no se
encontraba raptado por la idealización de la escuela cristiana, si tenía mucho
el rasgo de fundamentalismo, que en ocasiones me hicieron sentirme parte de una
imaginaria, un tipo de educación límbica
entre la libertad y el fascismo mismo. Destaqué en las clases de Historia
universal, Filosofía, Artes, fui asiduo
participante de las mesas de debate. Mi personalidad rayaba ocasionalmente en
lo patológico, causa de mi aguda introversión contradictoria de mi pasión en aquellas increíbles tardes de
debates con el Profesor Rufino Archundia. El Profe Archundia gustaba de
establecer tópicos versátiles de las un millón de crisis que embargaban al
estado “puro” del espíritu humano, según nos decía. Estos debates fueron mi
pase al Colegio México, becado por el gobierno impuro guanajuatense. A los 19
años me embarqué a la gran ciudad; mi estadía fue por demás única, decidí vivir
en un paralelismo, durante las mañanas
de aquellos años me vi secuestrado por las bibliotecas y todo aquel espacio que
me hiciera olvidarme de mí, reiterando en esto una y otra vez un nacimiento.
Por las noches me desterraba a la glorificación de lo impropio, de lo indebido,
de lo impúdico; entre barrios, farras inauditas y lodazales curtí mi sombra. Tal ritmo de vida durante tres años me
llevó a un sanatorio mental, mi estadía en tan particular institución instruyó
mi vaivén pendular llamado existencia, en pocas palabras parieron mis
propósitos.
Del Colegio México fui orgullo y vergüenza a la vez. Se me
becó de nueva cuenta, en esta ocasión mi exilio
magnánimo me llevaría a la Asía del pacífico, específicamente a la India,
estudié en la Universidad de Delhi dos
posgrados: uno en Ciencias sociales y el otro en Música y Bellas artes. Mi
estadía en aquel mágico lugar me otorgó la paz que hasta ese momento sólo
vislumbra en la poesía del zen o en un soneto Bachiano. Viví y rescaté todavía
parte de un lugar ajeno del ideal occidental, en aquellos tiempos el contagio
global era apenas un bebé que succionaba su dedo narcisista. Allí me enamoré por primara vez, de igual
forma me vi succionado en la agonía-disfrute del desamor, la condición humana
es y será la misma, ajena siempre a la temporalidad y al relativismo cultural.
Siete años pasaron para que volviera a México, ahora le valoro, en aquellos
días aborrecí el retorno.
Encontrar trabajo fue lo más complejo, y no porque no lo
hubiese, sino porque no me satisfacían ninguna de las ofertas. De los tres
trabajos que tomé les caracterizaba su rigidez y sus políticas ficticias de
beneficio social; eternamente abolido por la hipocresía y el control de las
instituciones decide darles la espalda (poco les importo, claro). Comencé a escribir columnas en un periódico
virtual, primero inicié quincenalmente, después lo hice semanalmente, para terminar escribiendo cada tercer día. Los temas ahí
tratados fueron diversos, siempre tuve libertad de hablar de lo que yo quería. Si
bien esto podría sonar egoísta, traté de asociar cualquiera de mis
disertaciones al sentido de mi realidad inmediata. México pasaba por momentos
jamás imaginados, una venda del tamaño de un coliseo parecía caer, lo peligroso
de esto es lo que ocultaba ese gran manto, a muchos nos puso al desnudo y pocos
nos acostumbramos a deambular sin ropas. Mi columna bautizada “A fuerza del
olvido” tuvo una inesperada aceptación, comenzaron a llover las propuestas para
escribir en distintos periódicos nacionales, me negué durante unos meses;
vendría la invitación del Maestro Javier Rojas, su novela “Caminos flotantes”
se había convertido en una referencia literaria del México renovado. He de ser sincero, no fui muy asiduo hasta ese
momento de la monumental obra del Maestro Rojas, Caminos flotantes marcaría mi
vida. Trabajé durante dos años para el semanario de Rojas.
Vendría el fatal accidente en donde Rojas, su esposa e hijos murieron, el grupo editorial tardó mucho en recuperarse
de ese duro golpe. Se me asignó como jefe editor, duré poco, comenzaba a perder
la pasión, cumplía 30 años. Comencé a guionizar
un pequeño cuento, el mismo le había iniciado en Bengala, le abandoné
por años, su trato se fundamentaba en una meta ficción, la historia de una
chica encerrada en una caja de fósforos, sí, era absurdo. El retomarle no desplazó
su esencia, sólo le cambió de lugar, una chica encerrada en un sueño, el de
otros, así surgió: “El sueño de los otros”. Primero el Ariel, luego el premio
de la crítica en el Festival de cine independiente de los Ángeles, hasta llegar
al Goya, fueron dulces días. La anécdota del coctel en Madrid me siguió por
años. Ante la insistencia de los medios dije –y sostengo- hasta ahora, no fue
una falta de respeto de mi parte mencionar en plena gala mi postura al respecto
del gobierno español. España paga ahora su confianza y desestimación de los
países que subyugó. La iglesia y su concepción del estado fueron el cáncer de
América.
Por esas mismas fechas tuve el mejor de los honores,
convertirme en padre. Sólo de las entrañas y corazón de Gabriela pudo venir
algo tan hermoso como lo es Berenice. Aún ahora como madre, le sigo sintiendo como
aquella primera vez que mis ojos tuvieron el milagro de verle respirar.
Escribiría tres novelas más, y una antología de cuentos;
guionicé un serial de ciencia ficción “La causa de todas mi realidades”, tuvo
un éxito mediano. No desistí en el seguir contando historias, pero creo que el
resto, celosamente lo digo, son para mí. El día que muera, y si de algo
importa, les compartiré desde lo que
signifique la muerte, hasta ese momento tendrá sentido.
Y si de humildad se trata, mi vida, el valor de ella, vendrá
siempre de las vidas que hasta ahora le han rodeado, que le han acompañado.
Gracias a todas esas vidas.
1 comentario:
Un gran ejercicio de la voluntad de proyección vislumbrado por ciertos momentos, por ciertas palabras. Esto es el tipo de cosas que uno puede disfrutar con el paso del tiempo. Chingón.
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