sábado, 21 de julio de 2012

Me dueles, te huelo









Tenía cinco años y estaba en el rancho de mi madrina, un rancho enterrado en la profundidad de Cuyutlán. Los adultos reían. El asador se había apagado y sólo carne tiesa quedaba sobre él, yo refunfuñaba para mis dentros: ni galletas, ni frutas, ni jugo, ni chingada madre. Parece que el 'chingada madre' fue lo único que externé. -Esa boquita –oí decir. Seguí el paso, en mi mundo: quería comer. Una cebolla, jugosa, reposaba sobre el pretil, la tomé y fui a lavarla a una pileta llena de gusarapos, la froté sobre mi vestido rosado y a punto estuve de encajarle mi sonrisa; pero me acordé del palo de limones y saboreé tal combinación. Luego fui por un cuchillo, en amorfos trozos eché a nadar la cebolla en un vasito de plástico medio lleno de limón, luego un puñado de sal. La comí a descaro... ñam, más ñam. Ese día enfermé de la panza, han pasado más de veinticuatro años y esa vieja rencilla no se ha sanado: te odio, cebolla.

5 comentarios:

Unknown dijo...

así pasa...con la cebolla, con el higado...piuk!

Julieta dijo...

Tú y tus relatos tan fieles a tu realidad, me gusta el aire divertido y la naturalidad de tu relato...me sentí tú mientras leía. Un lacer leerte =)

Julieta.

Alejandro Aguilar dijo...

Fiel a tu estilo un relato cotidiano que deja un buen -amargo- sabor de boca.


Dark.

Unknown dijo...

Unánime y solidario odio a la cebolla...y por otra parte...célebre el " chingada madre...no es betito "

ferrrioni dijo...

Te mando un beso de cebolla.