Las gotas caían pesadamente sobre
las ventanas. Podía escuchar el clap clap
de la odiosa lluvia que le impedía pintar. Intentó dormir temprano pero eso era
imposible. En cambio, abrió la ventana y el aroma a tierra mojada inundó su
ser, pensó que pronto estaría despejado, pues la luna aparecía en cuarto
menguante. Tomó su paleta mezclando colores, el caballete ya se había cansado
de tener un paisaje de follaje abundante, pero, con el centro blanco. Él empezó lento y suave, pincel que acariciaba, momentos
húmedos, de trazos finos y largos silencios, que de pronto se hacían duros, pero
que difuminados por la espátula se tornaban invisibles. Verdes distorsionados
flotaban en todas las tonalidades sobre arbustos, pasto y hiedra, árboles deliciosos a la vista junto con el de la ciencia y un manzano,
se podían adivinar entre la difusa bruma que amenazaba con destruirlo todo. El pintor
cerró los ojos, dejándose llevar por su lápiz, no adivinaba la forma de lo que
estaba creando. Al garabatear no se dio cuenta que la luna lo había
traicionado, la lluvia había arreciado. Un relámpago iluminó una serpiente,
hermosa y enorme, sin embargo, algo le faltaba. El reloj del fondo marcaba las
doce de la noche. Él recordó, que sentía que uno de esos animales había
eclosionado en su cabeza, su pensamiento se partía como un calcificado
rompecabezas. Había intentado sacarla por la boca o tal vez se deslizaría por
su nariz, tobogán sonrosado, puerta por donde escaparían los anillos saturninos
que le constreñían el alma y la mente. Esa mañana la había visto en la estufa,
dentro de las ollas y junto al comal, no podía matarla, era la madre de sus
terrores, de aquello que le recordaba eso
que había jurado no hacer nunca más, pero al no poder expulsarla, la había plasmado majestuosa y soberbia como se blandía en su cabeza. Y sin embargo, algo le
faltaba. Una abundante cabellera negra, piel morena aterciopelada, pies
pequeños que apuntaban al este y oeste. Ombligo, círculo perfecto que dividía
el norte redondo y la planicie del sur,
poblada por un manchón negro el complemento. Justo cuando delineaba la boca la
luz se fue, un rayo inesperado dejó a oscuras la tarea del artista. La atmósfera
se tornó tétrica, pero los colores salpicados en su camisola lo equilibraban
momentáneamente. Cuando empezaba amanecer el cuadro estaba terminado, una mujer
desnuda yacía con la serpiente entre sus piernas, parte de su cuerpo servía de
almohada a la mirada tentadora en conjunción con sus labios. Cansado, el pintor
se durmió. Un rumor se escuchó entre el silencio, algo se arrastraba entre las
hojas, la lluvia aún caía pesada. Otro rayo y la oscuridad total. Pasos, susurros,
sombras, día. Él se sobresaltó, se incorporó. Ella estaba ahí sentada, desnuda
y contemplando la firma al calce del cuadro. –Soy Eva- pronunció mientras le
tocaba la mano. Sorprendido miró su cuadro, el follaje verde permanecía
impasible. Ella estaba ahí ¿Y la serpiente?
5 comentarios:
shale, le había escrito un comentario perrón sobre su texto, pero me apendejé y no quedó!! bueno, perrísimo su texto, me encantaría volver a leerle! casi, digamos, me hizo el día!!!
vaya manera de volver Siracusa.
habias guardado tu tinta para expulsarla en esta entrega. muy bueno en verdad.
Buen relato, siento que lo tiene todo. Una ficción bien aterrisada (sobre tierra húmeda). Me parece genial imitar temáticas de grandes escritores mexicanos como lo es Rulfo...
Me está gustando más el blogg. Saludos
Ay, Sira, qué manera de volver, me gustó muchísimo este texto, está rico, rico. Pinche finalote que te aventaste, fregón.
Ros.
Muy bueno el relato, me quedo con varios momentos muy atinados para el desenvolvimiento de la trama. Vientos.
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