lunes, 30 de enero de 2012

Paraíso



Las gotas caían pesadamente sobre las ventanas. Podía escuchar el clap clap de la odiosa lluvia que le impedía pintar. Intentó dormir temprano pero eso era imposible. En cambio, abrió la ventana y el aroma a tierra mojada inundó su ser, pensó que pronto estaría despejado, pues la luna aparecía en cuarto menguante. Tomó su paleta mezclando colores, el caballete ya se había cansado de tener un paisaje de follaje abundante, pero, con el centro blanco. Él empezó  lento y suave, pincel que acariciaba, momentos húmedos, de trazos finos y largos silencios, que de pronto se hacían duros, pero que difuminados por la espátula se tornaban invisibles. Verdes distorsionados flotaban en todas las tonalidades sobre arbustos, pasto y hiedra, árboles deliciosos a la vista junto con el de la ciencia y un manzano, se podían adivinar entre la difusa bruma que amenazaba con destruirlo todo. El pintor cerró los ojos, dejándose llevar por su lápiz, no adivinaba la forma de lo que estaba creando. Al garabatear no se dio cuenta que la luna lo había traicionado, la lluvia había arreciado. Un relámpago iluminó una serpiente, hermosa y enorme, sin embargo, algo le faltaba. El reloj del fondo marcaba las doce de la noche. Él recordó, que sentía que uno de esos animales había eclosionado en su cabeza, su pensamiento se partía como un calcificado rompecabezas. Había intentado sacarla por la boca o tal vez se deslizaría por su nariz, tobogán sonrosado, puerta por donde escaparían los anillos saturninos que le constreñían el alma y la mente. Esa mañana la había visto en la estufa, dentro de las ollas y junto al comal, no podía matarla, era la madre de sus terrores, de aquello que le recordaba eso que había jurado no hacer nunca más, pero al no poder expulsarla, la había plasmado majestuosa y soberbia como se blandía en su cabeza. Y sin embargo, algo le faltaba. Una abundante cabellera negra, piel morena aterciopelada, pies pequeños que apuntaban al este y oeste. Ombligo, círculo perfecto que dividía el norte  redondo y la planicie del sur, poblada por un manchón negro el complemento. Justo cuando delineaba la boca la luz se fue, un rayo inesperado dejó a oscuras la tarea del artista. La atmósfera se tornó tétrica, pero los colores salpicados en su camisola lo equilibraban momentáneamente. Cuando empezaba amanecer el cuadro estaba terminado, una mujer desnuda yacía con la serpiente entre sus piernas, parte de su cuerpo servía de almohada a la mirada tentadora en conjunción con sus labios. Cansado, el pintor se durmió. Un rumor se escuchó entre el silencio, algo se arrastraba entre las hojas, la lluvia aún caía pesada. Otro rayo y la oscuridad total. Pasos, susurros, sombras, día. Él se sobresaltó, se incorporó. Ella estaba ahí sentada, desnuda y contemplando la firma al calce del cuadro. –Soy Eva- pronunció mientras le tocaba la mano. Sorprendido miró su cuadro, el follaje verde permanecía impasible. Ella estaba ahí ¿Y la serpiente?

5 comentarios:

Malinche dijo...

shale, le había escrito un comentario perrón sobre su texto, pero me apendejé y no quedó!! bueno, perrísimo su texto, me encantaría volver a leerle! casi, digamos, me hizo el día!!!

Capitan TINTASANGRE dijo...

vaya manera de volver Siracusa.
habias guardado tu tinta para expulsarla en esta entrega. muy bueno en verdad.

Demerzel dijo...

Buen relato, siento que lo tiene todo. Una ficción bien aterrisada (sobre tierra húmeda). Me parece genial imitar temáticas de grandes escritores mexicanos como lo es Rulfo...
Me está gustando más el blogg. Saludos

Anónimo dijo...

Ay, Sira, qué manera de volver, me gustó muchísimo este texto, está rico, rico. Pinche finalote que te aventaste, fregón.

Ros.

Paco Payán dijo...

Muy bueno el relato, me quedo con varios momentos muy atinados para el desenvolvimiento de la trama. Vientos.