"Cuando sea grande quiero ser un niño"
Para lanzar maldiciones, nadie como ella. Un día me la encontré en
un semáforo tan rojo como su rostro curtido por el sol. Se acercó a la ventana y
me mostró una vieja receta médica, -Dame pa’ mis medicinas– sentenció.
Busqué
en uno de los compartimentos, entre monedas de cincuenta centavos y un peso,
pude juntar cuatro pesos; se los extendí y los tomó con el desgano más cínico
que he visto en mi vida, luego de que los guardó en la bolsa de su delantal se
despidió de mí, -tacaño hijo de puta –fue lo único que alcancé a escuchar, pues
la luz verde me pedía avanzar.
Una sonrisa se me pintó en automático, me gusta la bravura de esa
chica, nadie como ella, insisto. Ojalá yo pudiera funcionar así. Escojo sus
insultos, el momento y su persona para recordarme
que un día moriré asfixiado por las palabras que nunca dije.
6 comentarios:
Una vez más metes mucho en pocos párrafos, muy bueno el texto. Asfixiados e indigestos, hay que evitar morir así.
Saludos.
Mejor elige las palabras de Saramago, de Cernuda o Borges puestos a morir por las palabras que nunca dijimos. Saludos.
En la virtud de la escasez está esa carga de significados y contenidos en pocos párrafos. Comparto lo que dice Pherro en ese aspecto. Me gustó la historia, pero creo que nos sigues quedando a deber un poco de lo que puedes dar en realidad.
Gracias chicos, =)
Ros.
El final lo mejor.
Esa Minga era una hija de la chingada; ya murió, nomás sus mentadas de madre quedaron flotando en los jardines del centro de Colima.
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