Sobre un tono de desidia adoptado recientemente.
Haciendo osadía de que dos personas de la filosofía, Kant
y Derrida, han hecho uso de su inteligencia para escribir unos textos que se
titulan muy similarmente a esto que leen a continuación y en la desidia de
pensar, buscar o indagar algunas otras ideas me ha parecido interesante copiarlos,
modificarlos y apropiarlos, aunque sea sólo en el título, en la cabeza, en el
principio del hilo conductor, principio falso y roto pero ¿acaso hay algo que
no sea siempre, de entrada, copiado o plagiado? Pero no quiero emplear aquí
ningún tono de erudición porque, como dice Derrida, parece que nos preocupa
mucho el tono, como si este fuese capaz de diagnosticar las intenciones y los
móviles de lo que se dice. Nos preocupa el tono, y esto ya no es más problema
de estos filósofos, me separo de ellos para esconderlos entre líneas. A Kant le preocupaba el tono, ese tono de
falso gran señor que solían tener aquellos que decían llamarse filósofos y hablaban
desde un horizonte oscuro, mistagógico, desde el misterio y no desde la razón (aunque no creo que exista razón irracional y sin misterio).
A mí me preocupaba también un tono, el de la gente que siempre tiene algo que
decir, algo que opinar, esa gente que con una cierta autoridad autoproclamada
cree estar más allá del bien y el mal, la que es capaz de decir lo que debe hacerse sin tomarse el tiempo para meditarlo, la que critica a este o al otro, la que hace un gran discurso fantasma
basado en las opiniones de otros o en las viejas tradiciones heredadas de
gobiernos falsos, esa gente que sigue un proceso electoral con pasión y algarabía
pero que a la hora de la hora se decanta por el peor partido porque al final
nunca le interesó todo lo que leyó, porque al final entre la papeleta electoral
y ellos no tiene que existir ninguna pose, momento de sinceridad devastador
para el futuro de un país. Si digo que hay un tono de desidia en la gente, es
por el simple hecho de que a nadie que le importe verdaderamente una situación
denigrante como la que se vive cada sexenio en las elecciones presidenciales,
sería capaz de considerar la mínima posibilidad de votar a alguien que no sabe
ni siquiera citar tres libros que haya leído. Pero a la gente no le importa
eso, lo que le importa es olvidar, México no tiene memoria y ya no sólo a largo
plazo sino a corto, entonces, se nos olvida y empezamos a abrir un debate, los
típicos ciudadanos preocupados que empiezan a pensar sobre la mejor opción para el país, millones
de mensajes por todas las redes sociales (pretenden que sea la nueva democracia
cuando ni siquiera hemos sabido en nuestro país que significa esa palabra),
todo mundo opina pero nadie alza la voz en lo importante, nadie tiene el
suficiente valor para señalar con frases cortas y firmes el circo que se monta
cada vez que hay que cambiar el gobierno. Se tiene el tono de interés político
para hablar de una mujer que se ocupa como distractor de lo que debería
importar, y no es que dicho suceso sea un reflejo del humor picante mexicano o
de la idiosincrasia mediocre de un pueblo, como también he oído alguna gente
que cree que en otros lados eso no pasaría, ya veíamos a Berlusconi, y su gran
gusto por las mujeres, el cual durante mucho tiempo lo llevo a tener un
programación altamente machista en la televisión italiana. Pero hablamos de
ello con sumo interés, creyendo que somos críticos y que ejercemos nuestra
valiosa libertad de expresión, luego en la cotidianidad somos gandallas,
tranzas, pasotas, no se reflexiona sobre lo que se puede cambiar día a día.
Ahora no quiero sonar, porque de eso se trata el tono de sonar a algo, no
quiero dar un tono de positivismo y de crítica constructivista que apoya su
valor en la edificación de uno mismo y donde poco a poco sumando esfuerzos saldremos
todos adelante, lo que quiero decir con esto es que nosotros no tenemos un tono
desidioso al hablar, sino que ese tono resuena en nuestra vida, la ahueca de
costilla a costilla, es, entonces, la desidia de vivir lo que hace que haya un
tono, aburrido, similar, tono de falsa resignación. Falsa porque cuando
llega la hora de opinar todos se apuntan como si regalasen despensas o como si
a los de televisa les preocupase quedar mal frente a todo su público en un
programa donde atacan con saña y bajeza a un candidato a la presidencia, el
problema no es lo que le hacen a él sino lo que nos hacen a nosotros, el lugar
donde nos tienen situados como para pensar que pueden permitirse un
comportamiento así. Pero es muy fácil y es que la desidia nos atraviesa, tanto
que ellos comen de nuestros ojos, de verlos todos los días, y es que todas las
televisoras, todas las cadenas están compradas, tanto las locales como las internacionales y su negocio
se enuncia como la adquisición de nuestro tiempo de cerebro disponible, más
tele basura significa un individuo más blando que sea capaz de tragarse toda la
publicidad anunciada y por tanto, capaz de tener mayor deseo de adquirir mercancías
que le ofrece un mercado (un mercado que es ya político) que intenta manipularlo. Cedemos a todo, consumimos,
comemos, nos dejamos tragar, no resistimos o lo hacemos hasta el punto cómodo,
entonces decimos que el mundo está muy mal, que la crisis nos agota, empezamos
a opinar sin ver donde estamos parados o que tanto hicimos para estar ahí. La
desidia embarga nuestra vida y su tono inunda nuestra existencia coartando la
posibilidad de cualquier crítica, somos tan desidiosos que hemos llegado al punto en donde lo único que nos
queda es la queja o el miedo, y a los poderosos igual, ya no saben que pasa se
le fue de las manos y entonces recurren al temor o a la provocación. Qué fácil es
ser victima y señalar a los verdugos, sencillo es también vivir asustados o
creyendo que no hay nada por hacer, no hay futuro por venir, quizá no llegue a
ver mundo en unos años, mientras tanto habría que pensar que quizá lo propio
del hombre es crear maravillas para después gastarlas, destruirlas y acabar con
ellas. Quizá es hora en la que ese tono de desidia adoptado recientemente en la
política a causa de su imposibilidad, de la dificultad de un paraíso político o
de una utopía democrática, sea cambiado por un tono de honestidad, en donde el
hombre se atreve a sopesar su fin, o se arriesga a asumirse como inacabado,
imperfecto, hombre por fin que no espera el mesías salvador, que llegue en
forma de presidente, dios redentor o un nuevo orden económico justo y limpio,
hombre que entiende la imperfección de sus obras y con ello de sus decisiones
políticas, ese que por fin deja de llorar la pena de un padre que ya no está y
no puede cuidarlo más, acabar lo que no hace o hacer lo que no tiene ganas de
enfrentar, en fin, hombre con su fin atravesado que piensa la vida como un camino
infinito en donde el único tono por adoptar es el de la crítica, siempre abierta
y sin sentirse nunca cómodo, tono donde el futuro tendrá que ser pesadamente
nuestro y del que debemos hacernos cargo, labrarlo sin cese y sin ese lastre
pesado de la desidia que nos han enseñado tanto nuestras ideologías redentoras
de mundos felices. Quizá la vida es apocalíptica pero habría que dejar de
llorar por ello.
1 comentario:
Al terminar de leerte me quedo con la sensación de que el proceso para llegar a las conclusiones que haces es distinto al mío, pero está bien presente ese resultado, ya que lo comparto. Y yendo más allá del tono de desidia (que yo creo queda muy bien) también podemos tomar en cuenta que precisamente ese papel de víctima que compramos, está impreso en el escrito y lo digo por la posición ante la televisión y sus artífices de opinión. Ya que es una reflexión, me permito decir que no creo que la tv en realidad logre obtener individuos blandos y si sucede, es precisamente victimizarlo. El individuo quiere sedarse, con fantasías televisivas si es posible, pero creo que depende de él y no de sus críticos tomar el camino que convenga. El apocalípsis se anuncia tanto que es muy difícil creer que vaya a llegar.
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